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Huelga de información en Renfe

José Sanclemente

Los pasajeros que cogimos el tren de las 17:56 del martes día 14 de junio desde Valencia a Barcelona llegamos a nuestro destino con tres horas de retraso, pasada la media noche, y acabamos haciendo buena parte del trayecto hasta nuestro destino en autobús. Los maquinistas de Renfe tenían convocado un paro ese día que, en principio, no afectaba a ese tren sino al posterior y a algunos otros anteriores.

La cuestión es que cuando llevábamos poco más de un hora de marcha se nos advirtió por megafonía que algunos trenes sufrían retraso por una avería eléctrica. Y acertaron, nuestro tren se detuvo pasada la central térmica de Vandellós durante una hora, sin embargo, los trenes que circulaban en sentido contrario y a nuestra izquierda, lo hacían con normalidad, esos no parecían afectados por la falta de electricidad. Los pasajeros acudimos a la cafetería y nos encontramos con que no había ni un solo bocadillo. El tren arrancó pasada la hora de espera y se volvió a detener en la estación de L'Hospitalet de L'Infant durante algo más de media hora. Entonces anunciaron por la megafonía que iban a abrir las puertas y que podíamos salir a estirar las piernas. Uno de los empleados de Renfe nos dijo que el maquinista había cumplido su horario y que se había marchado y que aguardábamos 75 minutos en el andén a que viniera otro conductor. Pero al tiempo que nos comentaban esta “incidencia”, otra empleada pedía que los que tenían como destino Tarragona la siguieran hasta un autobús, pues el viaje lo completarían en él.

Los de Barcelona debíamos aguardar a que llegara el relevo del maquinista que se había marchado. Al poco supimos que no habría tal relevo y que estaban ganando tiempo para que vinieran otros autobuses a recogernos del andén y transportarnos hasta nuestro destino final.

Habían conseguido dividir a una parte de los viajeros y habían conseguido desalojar el tren sin protestas. A través de la cuenta de twitter de Renfe muchos buscamos alguna explicación sobre lo que estaba pasando, pero no hubo respuesta alguna por parte de la empresa que monopoliza los trenes. Los corrillos de gente que se formaban esperando a que llegaran los autocares se lamentaban pacíficamente de lo poco que solemos protestar los ciudadanos, no solo para reclamar el derecho a un servicio correcto, sino a tener una información veraz.

“Nos tratan como borregos porque somos eso, unos corderos incapaces de exigir siquiera que nos cuenten lo que está pasando”. “Si no cambiamos a todos los políticos esto seguirá así de por vida”, decía una señora que apenas podía arrastrar su maletón desde el andén hasta la acera. “Si dices en las empresas que irás a trabajar en tren de cercanías ya no te cogen en el trabajo”, tuiteaba una joven. Todas las conversaciones se tenían en voz baja, casi en silencio sepulcral, como si expresar la protesta airada por el fastidio ocasionado estuviera poco menos que prohibido.

Llegamos por fin a Barcelona en los autocares y el metro ya había cerrado sus puertas. Pasaban veinte minutos de la media noche. Algunos pasajeros se agrupaban para compartir los taxis que llegaban a cuentagotas. Empezó a lloviznar, la gente seguía en silencio. Renfe también.

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