La ineptitud sublime de Ayuso
Si lo piensan es difícil que hayan escuchado hablar a Isabel Díaz Ayuso más de dos minutos seguidos. Puede que hayan visto sus declaraciones en una rueda de prensa, una entrevista con Losantos o Ana Rosa, en terreno amigo, o en algún clip de vídeo que se mueve por las redes sociales. En esas condiciones descontextualizadas o de escaso recorrido es muy complicado entender el esperpento sociológico que supone un liderazgo incontestable como el de Isabel Díaz Ayuso.
Escuchar a Ayuso muchas veces durante mucho tiempo es una experiencia intelectual más extenuante que leer y comprender la Fenomenología del Espíritu de Hegel. Al escucharla cuarenta minutos seguidos en el debate, buscando encontrar sentido a sus palabras incluso cuando improvisa, precisa toda la atención. Es como intentar escuchar la radio muy bajito, que haces fuerza para no perder el sentido a la narración. Es cansado. Sus frases son deslavazadas, sin sentido, inconexas y sin coherencia, destrozan todos los códigos de la buena comunicación y los marcos que nos damos para que haya entendimiento. Intentas ponerte en su lugar para comprender lo que dice, buscar desentrañar qué emoción quiere pulsar en su electorado, y es inútil. Es un trabajo vano porque no hay ningún desarrollo intelectual en sus balbuceos. Usar la razón para entender semánticamente lo que dice Ayuso es infructuoso.
Y sin embargo, le funciona. En el Debate sobre el Estado de la Región la presidenta de la Comunidad de Madrid decidió regalarle al resto de grupos una réplica personalizada que la oposición recogió con alborozo porque sabe de sus carencias al expresarse y su escaso nivel intelectual. Creían que era un error y una oportunidad para dejar en evidencia esa incapacidad. La realidad de lo que ocurrió es que sus intervenciones fueron tan abrumadoramente incomprensibles que es muy difícil extraer alguna conclusión negativa para sus intereses. Es como escuchar ruido blanco o la bruma de un dial buscando una cadena de radio.
La primera réplica en la que improvisó mostró el desastre que se avecinaba. Porque nada tiene sentido aunque todo lo tiene cuando gana: “Hablan de una pretendida lucha de clases. Porque estos partidos arribistas que han venido para romper la concordia y la convivencia entre españoles necesitan buscar una pretendida lucha de clases entre ricos y pobres. Pobres que por cierto no les votan y por supuesto que los pobres, ni en Vallecas, ni en cualquier zona del sur, o del norte, porque hay pobres y ricos y clase media en toda la comunidad, no les votan porque saben que son partidos de eslóganes de estafa, son los de las colas del hambre, los apagones en Venezuela y no digamos la navidad”. ¿Cómo se afronta intelectualmente una intervención así? ¿Qué decir? ¿Qué hacer?
Ayuso tiene un valor que no se encuentra fácilmente en política, su mediocridad conecta con un espíritu de época y un zeitgeist madrileño específico que el PP ha abonado durante décadas. Ella es así, no finge, habla y actúa igual en los debates públicos que tomando un café o en una reunión. Tiene la limpieza de la naturalidad y eso entusiasma a quien la considera un icono pop y no busca racionalidad en las palabras más allá de sentirse acompañado en sus prejuicios y sesgos. Hubo una frase que me pareció brillante para conectar con ese estado de ánimo anticomunista fantasmal que han creado en la región con años de batalla cultural y riego sistemático de dinero público a los medios afines. Ayuso estaba contestando a las acusaciones sobre el ático del que disfruta con su novio –defraudador confeso– y atacó a la oposición con una acusación falsa, insustancial, con un bulo retórico que da en la línea de flotación de la izquierda. Mirando a la bancada de Más Madrid y el PSOE dijo con su verborrea chulesca característica: “Tanto que no les gusta Idealista y el 50% de las casas que hay anunciadas son suyas”. Ya está, no hay nada que hacer, estamos destruidos. Una frase que recoge todo lo que representa Ayuso y que muestra una vacuidad retórica efectiva, un discurso que dice que la izquierda no puede hacer lo que yo hago, porque ser de derechas en Madrid es poder enriquecerse sin escrúpulos y ética y acusar a la izquierda de ser incoherentes mediante un hombre de paja con el que acabar cualquier conversación. Y nos frustra.
Isabel Díaz Ayuso es un personaje fascinante. Es un artefacto ideológico en sí mismo sin capacidad comunicativa para explicar lo que es, lo que dice o lo que quiere. Ella es ideología, es una creación esencial decantada del experimento antropológico que el PP de Madrid creó en la comunidad desde tiempos de Esperanza Aguirre. Es un subproducto perfecto de la creación ideológica del neoliberalismo cañí que han conseguido construir en forma de electores. Entender el poder masivo de la ineptitud de Ayuso como operación antropológica y política es el primer paso para buscar el modo de vencerla, porque minusvalorar la supremacía que tiene esa incapacidad dialéctica e intelectual en Madrid para arrasar a la izquierda en las urnas solo generará más frustración. La soberbia en política solo convierte en incapaz al que sale derrotado ante una inepta.
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