Insumisión
- Quizá el método empleado por Mikel Zuloaga y Begoña Huarte para poner en evidencia la injusta situación de los refugiados sea discutible. Pero en todo caso prefiero saltar por encima de mis dudas -¡somos tan exigentes con los que luchan y tan tibios con los que se conforman!- y apoyar el sentido de su acción
La desobediencia civil, la insumisión, el rechazo a cumplir las leyes que consideramos manifiestamente injustas ha sido, guste o no, a lo largo de la historia, el motor de muchos cambios para mejor. Solo hay que recordar las luchas por la abolición de la esclavitud; o por los derechos civiles de los negros en EE UU; o por el voto de las mujeres; o contra el apartheid en Sudáfrica; o contra el servicio militar obligatorio en España. Hay toda una tradición de movimientos que han logrado doblegar leyes evidentemente injustas.
Nos encontramos hoy ante un drama mundial relacionado con los límites a la movilidad de las personas. Las migraciones siempre han sido algo natural al ser humano. De nuestra movilidad por el planeta han nacido culturas, naciones, inteligencia y progreso. Es verdad que hubo guerras y fronteras, pero nunca fueron tan impermeables como ahora. En un mundo en el que la tecnología nos permite viajar en horas a cualquier lugar, las leyes, las vallas y la ideología reserva la movilidad solo a unos millones que tuvimos la suerte de nacer a este lado del muro.
Quizá el método empleado hace dos días por Mikel Zuloaga y Begoña Huarte para poner en evidencia la injusta situación de los refugiados sea discutible. No parece que meter en una autocaravana a ocho personas e intentar cruzar la frontera griega ilegalmente sea lo más atinado. Pero en todo caso prefiero saltar por encima de mis dudas -¡somos a veces tan exigentes con los que luchan y tan tibios con los que se conforman!- y, desde luego, apoyar el sentido último de su acción. Protestar contra la situación de indefensión que viven millones de personas ante la indiferencia cómplice de los que nos lamentamos mucho pero no hacemos nada para remediar la situación, parece cada día más imprescindible.
Mientras tanto, nuestro gobierno se resiste a recibir a los refugiados que por cuota decidida por la Unión Europea le corresponden. Deberían haber venido casi 18.000 y no llegan a 900. Hay muchos ayuntamientos, comunidades y asociaciones peleando por atenderlos, pero Mariano Rajoy está más ocupado en expulsar que en acoger. Y la Unión Europea se afana en diferir su responsabilidad -a cambio de dinero- a Turquía o Grecia.
Quizá ha llegado el momento de arriesgarnos un poco, al menos de defender a los que lo hacen y no mirar a otro lado entretenidos en nuestras cuitas domésticas navideñas. Es posible que por encima de los debates de Podemos sí, Podemos no; Aguirre-Carmena; Pedro Sánchez-Susana Díaz; Rajoy-Aznar, haya la posibilidad de que se asome un dilema más importante: ¿Estamos de verdad dispuestos a dejar en la estacada a millones de personas que han tenido que huir de la guerra? Familias enteras, como las nuestras. Hombres y mujeres, como nosotros. Niños y niñas, como nuestros hijos. Seres humanos que resisten al invierno en campos de refugiados en condiciones lamentables. Y pensando en Mikel y Begoña: ¿Podemos condenar con tanta dureza a los que intentan ayudarles?