'Isabel' y la 'Shoah'
Hace unos años leí Shoah (Arena Libros), el texto del guión cinematográfico de Claude Lanzmann. Sin las imágenes y sin mayores indicaciones, se trata de las palabras desnudas de los protagonistas del filme, algunos verdugos nazis, algunos vecinos de los campos de exterminio, algunos judíos supervivientes del genocidio de los judíos europeos.
Es la transcripción de un documental, las declaraciones unas veces improvisadas y otras veces largamente rumiadas de personas que cometieron actos atroces, que los conocieron o que los padecieron. Pero ese texto es, por sí mismo, de la literatura más demoledora, profunda y feroz que conozco. Es poesía de asesinos y de sus víctimas. Aquel libro lo leí, releí, subrayé y estoy seguro de que dejé que alguna de sus expresiones entrase en una novela que escribía por entonces.
A continuación busqué el documental y al fin lo encontré: una obra maestra inapelable. Claude Lanzmann construyó con fragmentos de realidad una extensa y gran novela digna de un Tolstoi, pero con la dureza del acero y la levedad y el misterio de un poema de Paul Celan.
Disculpen que haya utilizado este lenguaje, pero no quiero que el miedo al ridículo me impida expresar la admiración a esa magna obra artística y dejar de recomendar su conocimiento como merece. Shoah emociona, claro, y además es una prueba de algo que por ser tan enorme parece increíble y, por lo tanto, fácil de ser negado. Lo que hicieron los nazis y sus colaboradores seguirá siendo un agujero negro y un punto de inflexión en la historia de la civilización. Son culpables de la muerte de más de 26 millones de personas solamente en la Unión Soviética, y su combinación de nacionalismo racista y eugenesia generó el exterminio de personas enfermas y de homosexuales y el genocidio de los gitanos y de los judíos. Fueron los judíos quienes asumieron ese episodio como un elemento para refundar su identidad como pueblo, y todos los europeos debemos agradecer su tremendo esfuerzo por rescatar de las cenizas las pruebas de ese gran crimen.
Los europeos debemos conocer eso, debiéramos sentirnos obligados, pues es nuestro pasado, es nuestro crimen. Los europeos actuales hemos heredado una Europa sin judíos; en cierto sentido todos hemos ocupado las casas que se vieron obligados a abandonar, hemos usurpado las riquezas que les fueron expoliadas y nos hemos beneficiado de las cosas que hemos aprendido de ellos mientras estuvieron entre nosotros. Hemos heredado una Europa sin judíos. Una Europa singularmente pobre humanamente.
Porque Shoah nos obliga moralmente a asumir nuestra incómoda historia como cristianos o herederos de esa Europa cristiana que solo supo odiar a ese pueblo, ciertamente incómodo, que eran los judíos, y porque nos obliga a reflexionar sobre nuestras actitudes hacia los que son distintos, estaba convencido de que todos los jóvenes europeos deberían ver al menos extractos de esa extensa obra. Por eso me sorprendió gratamente, y me alegró, que el Grupo Popular en el Congreso haya propuesto el estudio del Holocausto judío, aunque el resto de su ley de educación, la LOMCE, sea tan inhumana.
Quiero pensar que lo que mueve a los diputados del PP en este caso es un sincero deseo de evitar algo semejante en el futuro, pero es imposible que no tengamos en cuenta que al mismo tiempo ese partido a través del Gobierno está negando el derecho de las familias de víctimas asesinadas por el fascismo a recuperar sus restos, y que alcaldes y gobernantes de su partido siguen exaltando al fascismo español y reivindicando aún hoy a los asesinos.
El PP es sin duda alguna el partido que aún reivindica a los que iniciaron la guerra, la ganaron y cometieron crímenes contra la humanidad de forma continuada durante años. ¿Cómo se puede comprender que nos recomienden conocer la Shoah pero defiendan los crímenes fascistas en España? Creo que la clave está en la ideología de ese partido, que reúne dos tradiciones de la derecha autoritaria: por un lado, el nacionalcatolicismo españolista con su xenofobia hacia todos lados, empezando por los judíos; y, por otro lado, la nueva derecha neoliberal norteamericana para la que Israel es una piedra de toque. Y no hay duda de que Israel utilizó y utiliza el recuerdo de la Shoah como un instrumento político.
Pero la contradición entre esas dos corrientes se evidencia en Isabel, una serie de TVE que, con grandes medios de producción, glorifica a la Trastámara que con el apoyo de la Iglesia usurpó el trono a su sobrina “dona Johana” .
Isabel es una de las figuras fundamentales de la imaginería del nacionalismo españolista y la más amada por Franco, con quien se comparaba. No es casualidad que esa TVE la exalte como en los buenos tiempos, aquellos de “¡Isabel y Fernando, el espíritu impera! ¡Moriremos besando la sagrada bandera!”, pero la prueba de la sinceridad de intenciones sería contar esa historia desde el punto de vista de los derrotados por la usurpadora. No me refiero solamente a los partidarios de Dona Johana sino, sobre todo, a las víctimas de lo que fue más que un progromo y se acercó a un genocidio: la expulsión de los moriscos y de los judíos.
Cuando TVE nos cuente cómo se forjó aquel estado y aquella sociedad limpia racialmente y homogénea religiosamente, tan empobrecida humanamente que en adelante fue incapaz de evolucionar y modernizarse, cuando nos cuente los genocidios de Isabel, creeremos más en la limpieza de intenciones de esos legisladores que nos proponen estudiar la paja en ojo más o menos ajeno.