Una izquierda que añora el desastre Weimar
Las formaciones de izquierdas y sus líderes no son conscientes de lo que se juega en Europa este mes de junio, o lo que es peor, lo saben pero les da igual y solo están mirando a los intereses partidistas del corto plazo. La irresponsabilidad sobre el nuevo momento de época ya quedó en evidencia tras los intentos por lograr un gobierno de la derecha y la extrema derecha que garantizara la mejor coyuntura empresarial para un proyecto personalista que llegara a ser ilusionante para la izquierda. Los rescoldos de aquella batalla cristalizaron en Sumar, que surgió herido casi de muerte de aquel enfrentamiento con los que fueran aliados en Unidas Podemos. Las alianzas que surgieron en torno a Yolanda Díaz tenían el pegamento de la unión interesada frente al enemigo morado que querían desterrar, pero una vez expulsados del espacio ya no hay adversario interno que les sirva y el enemigo externo, mucho mas peligroso, no les parece motivar para construir un espacio colectivo fuerte que sirva de refugio para una legislatura europea que se antoja tremendamente destructiva para los derechos de las clases populares. La perspectiva que asoma con la nueva correlación electoral europea son recortes masivos, austeridad salvaje, restricción de derechos fundamentales, un pacto migratorio racista, una economía de guerra y una posible recesión que nos arroje al momentum troika.
Las encuestas para las próximas europeas dibujan un panorama que nos retrotrae a la realidad electoral surgida tras la república de Weimar en la que las democracias comenzaron a sucumbir con la llegada de la extrema derecha, la connivencia de conservadores y liberales, una socialdemocracia frágil y la izquierda peleada y mirando más al enemigo interior que a la amenaza parda. Las izquierdas están más ocupados en llamar socialfascistas al de al lado, aunque el de al lado piense lo mismo que él, solo por intentar quedarse con la exigua porción de tarta que los electores van a otorgarles precisamente por estar más preocupados en sus propios intereses que en los de la mayoría social.
La última encuesta de Europe Elects para marzo arroja el siguiente siniestro resultado. El Partido Popular Europeo (EPP) ganaría las elecciones con 187 escaños para un total de 720 que tiene el Europarlamento, los socialdemócratas tendrían 147 escaños, la extrema derecha, enmarcada en los grupos de los Conservadores y Reformistas (ECR) e Identidad y Democracia (ID), lograría 137 escaños, los liberales (Renew) se harían con 98 escaños y la izquierda, dividida en dos grupos (Greens y The Left) lograría 106 escaños. El resto de escaños estaría en grupos de no adscritos. Los conservadores, que ya han dejado evidencias de incluir a la extrema derecha en los acuerdos, tendrían un total de 324 escaños, a tan solo 37 escaños de la mayoría que podrían lograr con la inclusión de los no adscritos e incluso con los liberales en una nueva coyuntura en la que la asimilación y la normalización de la extrema derecha está alcanzando a partidos que antes se hubieran negado a llegar a estos acuerdos. Antes de las elecciones generales en España, cuando todos asumían que Alberto Nuñez Feijóo sería presidente del Gobierno, ya se comenzó a fraguar la operación de integración de los fascistas en el Partido Popular Europeo por la vía italiana. Antonio Tajani y Manfred Weber ya habían tanteado, y convencido, al líder del PP para que aceptara y apoyara la inclusión de Giorgia Meloni, de los fascistas de Fratelli de Italia, en el grupo de Partido Popular Europeo. Ese es el nuevo retrato europeo.
La pulsión freudiana de la izquierda parece añorar el desastre Weimar para tener un momento de épica en la que poder reconstruir su sentido histórico. El quilombo de las listas para conformar la coalición de Sumar de cara a las europeas es solo un ejemplo más de la falta de compromiso con la responsabilidad del momento al que nos enfrentamos el próximo mes de junio, es solo el último escollo autopimpuesto, pero muestra una realidad que es preocupante y que tiene que ser conocida. La pelea por los puestos de salida es un síntoma de la autopercepción de los partidos de su fortaleza, todos, sin excepción, están peleando por colocar a sus piezas entre los tres primeros puestos de la lista porque son los únicos que consideran que garantizan un europarlamentario. El cuarto de la lista les parece demasiado arriesgado. Ese es el verdadero drama y no tanto la disputa por las posiciones de salida, sino lo que simboliza esa lucha encarnizada. En un momento de ensanche o de fortaleza y consolidación nadie pondría en duda que tener el número cuatro de una lista con casi todas las fuerzas de izquierda del panorama español garantizaría presencia y estarían peleando por hacer una buena campaña y que fuera el resultado de las urnas el que marcara cuál es la verdadera dimensión del espacio. Pero esa disputa es un cepo que funciona como profecía autocumplida. Con estas guerras ni el tercero está garantizado.
La circunscripción electoral para las europeas no penaliza acudir por separado en términos de eficiencia, más allá del mensaje que marca al electorado hacia el futuro, pero llegados a este punto lo único que se puede pedir a todas las fuerzas de izquierdas, sin importar en que lista van integradas (Sumar, Podemos o Bildu) que empujen de manera conjunta ante las fuerzas fascistas que van a hacerse hegemónicas en Europa a partir del mes de junio. La urgencia del momento no les ha hecho bogar en común y acuden separados y peleados, cuando no juntos y peleados, pero al menos cabe esperar de todos que cada escaño que saquen, ya sea de Podemos, Sumar o de Bildu, sirva para unir los brazos y trabajar de forma colectiva para actuar de dique contra la extrema derecha. Es triste tener esta expectativa, pero muchos nos conformamos con que apunten bien al enemigo.
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