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Jerarquía de la credibilidad: dudar de quien está en el poder

Luis Navarro

La jerarquía de la credibilidad nos dice una idea muy simple: dudar de todo lo que nos diga quien está en el poder (Becker, 2009: 123). Por ello, de sus argumentaciones tengan cuidado con la estrategia de incentivar la ilusión de optimismo (juntos podemos, hay que arrimar el hombro, saldremos de esta, nos sobra entusiasmo, capacidad y creatividad...) como de negar la evidencia empírica, manipular los datos con interpretaciones confusas y mirar hacia otro lado (nosotros estamos mejor valorados que los otros, las cifras reflejan que la alternativa no es viable, nos mantenemos más o menos en la misma posición, ellos tienen margen para hacerlo, nosotros no lo teníamos, la tendencia es moderada…).

Mientras recurren a un sinfín de pseudoexplicaciones para justificarse, de la montaña de investigaciones publicadas hasta el momento se obtiene una misma conclusión: suspenso, tarjeta roja para quienes ostentan poder y estallido de ciudadanos molestos. Ni las cifras tan preocupantes que seguidamente mostramos ni los análisis y debates que se plantean hacen reaccionar a los que gobiernan. ¿A qué esperan? Quizá, como diría Isaac Rosa, a que el miedo cambie de bando y los poderosos descubran que también tienen que atender al poder de los que no lo tienen. O, en realidad, esperan a que se recupere el crecimiento económico para volver a más de lo mismo.

El primer dato y sobradamente conocido es el desempleo y puede valorarse sin miedo a exagerar como alarmante. En nueve comunidades autónomas, además de Ceuta y Melilla, la tasa de paro de la población activa está por encima de la media nacional (27,16%), llegando alguna como la de Andalucía al 36,87%. El desempleo por efecto de la crisis económica provoca que hasta un 71,2% de familias se encuentren ahora en situaciones de precariedad (Foessa, 2012). Las expectativas para encontrar trabajo son muy bajas entre las personas desempleadas y sólo una de cada cuatro consideraba bastante probable encontrarlo en 2012. Como consecuencia de la pérdida de empleo, un 11,5% de los hogares encuestados reconoce un deterioro de sus relaciones sociales.

Si atendemos a otros datos demoscópicos, los resultados son sorprendentes y, de nuevo, muy útiles para incrementar el estado de hartazgo de la sociedad. La Encuesta de Condiciones de Vida —un fabuloso instrumento para analizar lo que está ocurriendo— señala que el 40% de los hogares en España en 2012 no tenía capacidad para afrontar gastos imprevistos, 9,5 puntos porcentuales más que en 2007. También recoge que el 12,7% de los hogares españoles manifestaba en 2012 llegar a fin de mes con mucha dificultad, 2,9 puntos más que en 2011 y 2,4 más que en 2007. Aumentan los acontecimientos traumáticos derivados de la crisis que llegan al suicidio en el peor de los casos y las entidades del tercer sector de acción social manifiestan casi estar colapsadas. Por ejemplo, desde 2007 a 2011 se ha multiplicado por casi tres el número de personas atendidas en los servicios de acogida y atención primaria de Cáritas, de 370.251 en 2007 a 1.015.276 en 2011 (Cáritas, 2012).

La importancia de los recortes al Estado de Bienestar y la persistencia y dureza de la recesión económica amenaza la convivencia y las relaciones sociales, ya que contribuyen al aumento de la competitividad entre las personas por la búsqueda de empleo, de los prejuicios hacia grupos étnicos y de las diferencias entre clases sociales. No es baladí que cuatro de cada cinco españoles (79,2%) considere que a lo largo del siglo XXI habrá más pobres y personas marginadas que en el siglo XX (CIS, Estudio 2.972, diciembre 2012).

Ya hay atisbos de una peligrosa sociedad de riesgo cada vez más dualizada. Una sociedad, como diría el sociólogo Pérez Yruela, de ganadores y perdedores o, para ser más precisos, una sociedad de ganadores propiamente dichos, de supervivientes y de perdedores (que no son por voluntad propia en la gran mayoría de los casos). El análisis de diferentes oleadas de estudios del CIS permite concluir que desde 2007 a 2010 el porcentaje de ciudadanos que considera que el reparto de la riqueza es injusto ha pasado del 77,9% al 84,3%. Y, para ser más precisos, el último Informe Foessa 2013 confirma una mejora relativa de los hogares más ricos en España y el drástico empeoramiento de los hogares más pobres. Es para alarmarse cuando constata que desde que se dispone de información anual sobre las rentas de los hogares no se había registrado un crecimiento tan alto de la desigualdad.

Se mire por donde se mire, las cifras conducen a unas conclusiones poco optimistas y, sobre todo, preocupantes. A las contraindicaciones estrictamente económicas de las políticas hasta ahora practicadas hay que añadir la situación cada día más visible de insatisfacción social y de millones de personas que han terminado en el desempleo y la pobreza. El debate sobre qué hacer se mueve poco mientras permanece en auge la mencionada jerarquía de la credibilidad.

Por favor. ¡Esto es serio! Porque hasta la calidad de la democracia en España está bajo mínimos.

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