Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Peinado multiplica los frentes del ‘caso Begoña’ sin lograr avances significativos
El miedo “sobrenatural” a que el cáncer vuelva: “Sientes que no consigues atraparlo”
OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Jordi Pujol no es Catalunya

El expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol

Suso de Toro

Israel continúa cometiendo crímenes en el cuerpo de esos millones de personas que mantiene encerradas en campos de concentración, tras haberle robado casas, tierra y agua. Lógicamente EE.UU., la OTAN, la ONU y la Unión Europea están indignadísimos y deciden imponer sanciones a... Rusia. Y es que, señoras y señores, hay cosas que las verdaderas democracias no están dispuestas a tolerar.

Pero dejemos esas nimiedades y concentrémonos en el cacho con hueso y todo que tenemos entre dientes: Jordi Pujol, todo un personaje.

Hago algo de memoria y recuerdo las mayores movilizaciones por la democracia en la España postfranquista, “Llibertat, amnistia i estatut d'autonomia”, aquella lucha de los catalanes por la democracia era conducida por la izquierda antifranquista, que era el PSUC. Tras el regreso del presidente de la Generalitat en el exilio, Tarradellas, vinieron unas cortes constituyentes y la redacción de una constitución, bajo la tutela del Ejército, en la que participaron decisivamente los catalanes, tanto Roca por la derecha como Solé Turá por la izquierda. Pero fue CiU quien ganó las elecciones y comenzó la época de Jordi Pujol, que fue casi un reinado. ¿Quién fue, o quién es Jordi Pujol? Políticamente se podría decir que fue la continuación de Cambó, pero eso no explica el enigma humano. ¿O es que no hay enigma en tal despropósito como el que se acaba de revelar?

Cualquiera que participa en la vida pública se transforma en un personaje, en el caso de los políticos es difícil decir donde empieza y donde acaba la persona por debajo del personaje. El caso de Pujol parece el de un político puro, un actor completo, como si un talentoso autor teatral, probablemente él mismo, hubiese escrito una obra que resultó todo un éxito. La obra comienza con un joven de la burguesía catalana que es detenido y torturado por la policía franquista por hacer propaganda catalanista, el joven ingresa en el mundo de sus mayores y se hace banquero y paralelamente político. Todo va bien hasta ahí pero, tachán, unos fiscales impertinentes descubren un gran chanchullo en su banco, ¿cómo saldrá nuestro héroe de semejante tesitura?, pero el protagonista reacciona, tachán tachán, con un gran golpe de efecto y manejando la bandera a modo de capote, “¡a mí, que soy Cataluña y me quieren torear!”, es él quien torea finalmente a la cuadrilla de fiscales. A continuación, y en recuerdo de aquella gesta, el protagonista se confecciona un traje de buen paño con aquella bandera, cual relicario ambulante.

Pero no basta la épica para reinar tantos años, es precisa la astucia y las alianzas. Pujol reinó porque fue útil tanto a sus representados, principalmente el empresariado catalán, como al Estado y sus gobiernos. Encarnó la idea del catalán ideal existente en España, un gran actor “característico”, y fue la garantía de que el catalanismo ladraba pero no mordía. Pujol fue la muralla que tanto garantizaba la existencia de una Cataluña que existía a través de la queja como impedía el crecimiento de una verdadera demanda de soberanía, era un muro blando que impedía crecer el independentismo. La figura de Pujol era útil al nacionalismo españolista ultramontano tipo Rajoy y Wert, tenía un monigote al que arrearle papirotazos, “¡Pujol, enano, habla castellano!”, pero los poderes del estado sabían perfectamente que era necesario, sabían que era incómodo pero en el fondo era de los suyos.

Tanto es así que no fue CiU sino Pascual Maragall, cuando el PSC, que se planteó por primera vez con tanta franqueza como determinación la renegociación del autogobierno catalán y el modo en que Catalunya se integraba en España, Pascual Maragall llegó a plantear la doble capitalidad, Madrid con Barcelona. Maragall pereció emparedado entre descalificaciones y olvidos y tanto los demócratas españoles como la sociedad catalana aún no comprendieron lo que significó y pudo haber significado. Aquella negociación de un nuevo “estatut” más amplio y con un reconocimiento nacional simbólico y la demanda de un papel más importante de Cataluña en España fue cosa que dejó descolocada a CiU, cuestionó el modo en que se había interpretado la autonomía en la época pujolista y también su estrategia histórica (pero todo aquello es agua pasada, la derecha y el Constitucional se encargaron de liquidarlo, España es como es y punto).

Tarradellas era demasiado mayor para tener un papel histórico en la recuperación del autogobierno catalán y fue Pujol quien lo fundó y modeló, actuó hasta hace cuatro días como el “padre de la patria”. La pregunta es, ¿cómo se puede actuar así tantos años sabiendo que eres un corrupto y defraudador? A los españoles nos resulta de lo más corriente y familiar que un gobernante sea un corrupto y defraudador que cobre sueldos, sobres y sobresueldos, lo aceptamos, pero que lo haga un gobernante y padre de la patria catalana nos resulta escandaloso. Porque lo es.

Porque, a diferencia de España, donde la conciencia cívica es tan débil y la cultura del pícaro tan aceptada, la sociedad catalana sí cree en si misma, los catalanes se toman en serio como ciudadanos: es que Catalunya, ese país de gente pragmática es un país idealista. Es por ello que la principal estafa de Pujol no es con el fisco, ni siquiera con todos quienes pagamos a la hacienda sino, principalmente, con la ciudadanía catalana. Lo que hizo Pujol fue una estafa histórica, le robó a su país orgullo, dignidad, moralidad y confianza en si mismo.

Despues de todo Pujol no hizo otra cosa que lo que hacían otros, empezando por la Casa Real, pero eso no va a hacernos olvidar que, tras caer el telón al final de su representación, aparezca el actor desnudo y sin afeites como la más grotesca caricatura que el españolismo construyó de los catalanes: un usurero ávido, taimado, falso... Un personaje en el que se concentra lo peor de un grupo social. En esa figura querrán muchos ver, ahora más que nunca, a todos los catalanes. Y en esa figura que encarnó emociones, identidad y demandas legítimas tiene que verse ahora la ciudadanía catalana. La actuación de Jordi Pujol fue enfermizamente perversa.

Una conducta tan irresponsable sólo se explica por un extravío psicológico absoluto, la profunda escisión íntima entre un actor que representa con convicción un ideal político y un individuo mezquino que se lucra aprovechándose del poder. Y, a su alrededor, una familia enferma del mismo síndrome de acaparamiento y usura, todos envueltos en espesas nubes patrióticas estupefacientes. Sólo se explica por un episodio de locura familiar, no me cabe duda de que Boadella sacará partido teatral de ese cuadro más dramático que cómico.

Pero mientras roemos la carne y el hueso no debemos dejarnos de preguntar, ¿es casualidad que investiguen ahora esas cuentas que llevan ahí décadas? ¿Es azar que una semana antes de entrevistarse el presidente de la Generalitat con el presidente del Gobierno, para pedirle que su mayoría parlamentaria permita que la consulta a los catalanes tenga marco legal, aparezcan las informaciones que desenmascaran a Pujol, el padre de la patria catalana y presidente del partido de Mas? Si alguien quiere creerlo es libre de hacerlo, pero yo no lo creo.

El estado está reaccionando desde hace tiempo contra el proceso catalán, lo va a hacer con todas sus fuerzas y ahora empiezan las verdaderas descargas. Las cuentas de esa curiosa familia y la corrupción política a su alrededor seguirá emergiendo en Agosto, antes de la Diada en Septiembre y del consulta en Noviembre, sólo afloró tras tantas décadas cuando la sociedad catalana planteó una crisis de estado que está obligando a que todo el mundo sea ahora federalista. Demasiado tarde, había que serlo hace años y de buena fe, no por oportunismo o por fuerza. La identificación entre Pujol y Catalunya, la destrucción de la imagen de la sociedad catalana en España, la ridiculización y descalificación de una consulta a la que los medios españoles califican unánimemente de “soberanista”..., son el escenario previo para reducir enérgicamente a las provincias rebeldes.

Jordi Pujol no es Catalunya, no lo fue nunca aunque él lo pretendiese y muchos votantes creyesen que él era una encarnación. Y no lo es tampoco porque lo quieran ahora los sicarios de los poderes del estado que estos días muerden con fruición la pieza cobrada, todas las encuestas dicen que la mayoría social catalana es progresista y que la demanda nacional va acompañada de crítica a las políticas económicas y sociales. De hecho este episodio cataclísmico protagonizado por el Fundador es el final de un proceso en el que está cambiando el protagonismo en la sociedad catalana, el declive de una burguesía endogámica y el ascenso de otros sectores sociales. Pujol y Duran son el catalanismo de clase que está siendo apartado.

Tendrán razón o estarán equivocadas pero Catalunya son esos millones de personas que quieren votar libremente su destino, y cuando los que disfrutan ahora acaben de devorar a Pujol esas personas seguirán estando ahí.

Los dos partidos que representan y se identifican con el estado tal cual es hoy, PP y PSOE tienen un pacto de hierro. Que el nuevo secretario de los socialistas iguale al independentismo, una opción política tan discutible como cualquier otra, con delincuentes canallas que atacan a las mujeres sólo demuestra que hoy día tan pervertida está la palabra “liberal” como la palabra “socialista”. En la Una, grande y libre perseguían a los “separatistas” pero también a los “rojos”, Sánchez no tiene de que preocuparse. ¿Hasta dónde están de acuerdo Rajoy y Sánchez? ¿Y ése es el futuro juvenil que nos promete el Partido Socialista? Este tiempo sin escrúpulos es miserable hasta en el futuro que nos ofrecen.

stats