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“Jóvenes, abandonad toda esperanza” (otro artículo catastrofista sobre juventud y pandemia)

La juventud está sufriendo los estragos psicológicos de la pandemia

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 Pensaba escribir un artículo sobre el impacto del coronavirus en el futuro de los jóvenes, ya que es un género muy resultón, a la vista de la cantidad de reportajes y análisis publicados en los últimos meses. Por supuesto, un artículo catastrofista, lleno de negros vaticinios y lamentos, con algunas estadísticas recordando lo mal que ya estaban los jóvenes sin pandemia, un resumen de previsiones macroeconómicas, unas cuantas opiniones de sociólogos consternados, unas pocas declaraciones de jóvenes deprimidos, un neologismo con que bautizarlos (pandemials, generación confinada…), y todo ello ilustrado con una foto de un joven asomado a un balcón (mirando el incierto futuro) o frente a la pantalla de un ordenador (buscando curro en vano).

Incluso tenía ya el título para mi artículo, cosa que no fue fácil. Primero debía descartar los ya muy manoseados: “La pandemia se ensaña con el futuro de los jóvenes”, “Coronavirus: la ruina del futuro de otra generación”, “El virus destroza el futuro de los jóvenes”, “La generación de la doble crisis”, “El COVID pone en jaque el futuro de los jóvenes trabajadores”, “El coronavirus hunde aún más el futuro de los jóvenes”, “Estrés, ansiedad y un futuro incierto: el impacto del COVID-19 en los más jóvenes”, “El No Future de los jóvenes ante la pandemia”, “El coronavirus golpea el futuro de los jóvenes: más paro y trabajos precarios”… Son solo algunos titulares recopilados en una rápida búsqueda, todos de reciente publicación.

Además de no repetirme, debía superar en dramatismo todos esos títulos, para coger por las solapas al lector ya curado de espantos. Y lo había encontrado: “Jóvenes, abandonad toda esperanza”, parafraseando la inscripción que Dante puso en la puerta del Infierno: “¡Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!” . El futuro como un infierno dantesco, no me digan que no era una genialidad.

Pero cuando lo tenía ya todo preparado, apareció por aquí mi hija Olivia, de 16 años, que tiene la costumbre de acercarse sigilosa y leer por encima de mi hombro lo que escribo. Apenas empezó a leer cuando me soltó tal pescozón que di con la frente en el teclado. Después me echó una bronca que me limito a reproducir tal cual:

-¿Tú también, papá? ¿Otro artículo catastrofista sobre juventud y pandemia? Me lo sé de memoria, lo he leído mil veces este año: el futuro es incierto, más incierto aún de lo que ya era antes de marzo. No tendremos trabajo, o solo trabajo precario. Los sueldos serán más mierdas. Por supuesto tardaremos más en independizarnos porque no podremos alquilar ni comprar un piso. De las pensiones futuras, mejor no hablar. Viviremos peor que la generación anterior, que a su vez ya vivía peor que la precedente. Consumiremos más ansiolíticos, antidepresivos y drogas. Nos desinteresaremos de la política. Nos podrá el resentimiento, seremos proclives a estallidos violentos, pasto fácil para el populismo. Consumiremos entretenimiento basura y difundiremos fake news. ¿Me dejo algo? Está muy bien, oye, solo falta que remates culpándonos a nosotros mismos de haber jodido nuestro futuro por habernos pasado la pandemia de botellón en botellón, y así ya tenemos el combo completo. Si me lo permites, padre, veo en tu artículo un poco de frustración generacional: vosotros no habéis podido arreglar lo vuestro, y tal vez os alivia un poco saber que los de detrás lo tendrán peor. Porque no me dirás que con todas esas trompetas del apocalipsis pretendéis espabilarnos y que pasemos a la acción. Todo lo contrario: vuelve a leer los titulares del segundo párrafo, verás que son desmovilizadores, nos llevan a la parálisis, a la resignación, a rendirnos antes de dar cualquier batalla: “No hay nada que hacer, el futuro ya está escrito y es negrísimo, no os molestéis en pelearlo, ya estáis condenados…” Abandonad toda esperanza, sí. Y luego os extrañará que haya quien prefiera pasarlo bien hoy, en vez de quedarse en casa para salvar un futuro inexistente. A lo mejor nos vendría bien otro tipo de mensajes, ¿no crees? Sin negar que la situación ya estaba jodida, y que la pandemia la jode más, podemos darle una vueltecita al tema. Para empezar, dejar de verlo como una catástrofe natural. El virus sí es una catástrofe natural, pero la sociedad que resulte de la pandemia no es ningún accidente de la naturaleza, no es inevitable: responderá a decisiones, prioridades, transformaciones en un sentido o en otro. Política, papá. ¿Recuerdas aquel historiador que tanto te gustaba, Josep Fontana? Con más de ochenta años seguía siendo jovencísimo. Cuando en entrevistas le preguntaban que hasta dónde creía él que llegarían los retrocesos sociales y democráticos provocados por la crisis de 2008, siempre respondía lo mismo: hasta donde nosotros lo permitamos, hasta donde la ciudadanía consienta. Nada de tsunamis ni terremotos, las crisis las manejan personas, y eso vale también para la crisis social y económica que nos deja la pandemia. El futuro será tan negro como permitamos; la desigualdad y la miseria llegarán hasta donde consintamos. No es rollo Mister Wonderful, padre; es tener claro que, si nos rendimos y damos por buena la anunciada derrotada, se harán realidad todos vuestros artículos catastrofistas. Profecía autocumplida. No sé, igual necesitamos otros análisis. No sé, algo sobre la posibilidad de una alianza intergeneracional para resistir, ya que los jóvenes no somos los únicos que vamos a salir perdiendo, mírate tú mismo. Algo que nos recuerde que el futuro no existe, el futuro llega solo hasta mañana y después ya veremos, y hay que pelearlo día a día, partido a partido que dice aquel. Venga, inténtalo, a ver si te sale algo menos cenizo. Y si no, apártate, que ya lo escribo yo... Y perdona el pescozón, aunque te lo has ganado.

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