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Juego de cartas

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, antes del único 'cara a cara' de la campaña del 23J.
31 de julio de 2023 22:16 h

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Cuando creíamos que los intercambios epistolares eran cosa del pasado, nos hemos enterado de una singular correspondencia que tuvo lugar el domingo, en plena canícula veraniega, entre Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez. Fueron solo dos cartas, una de ida y una de vuelta, como las que se cruzaron Einstein y Freud cuando el primero propuso al segundo participar en un proyecto junto a destacadas personalidades para promover la paz y la estabilidad del mundo, invitación que el padre del psicoanálisis declinó.

Mencionamos en primer lugar a Feijóo porque fue él quien inició el cruce vintage de cartas. En su misiva, encabezada con un “Estimado Pedro”, el líder del PP tutea al presidente en un gesto de cordialidad protocolaria. Se presenta como el “candidato con mayor respaldo ciudadano, con voluntad de dar continuidad a los precedentes de alternancia política” y emplaza a su interlocutor a un encuentro “esta semana” para solicitarle formalmente que le facilite la investidura en beneficio de la “estabilidad política e institucional de España”.

En su respuesta, con membrete del PSOE, Sánchez utiliza también la fórmula convencional del “estimado”, si bien marca distancias con su correspondiente al dirigirse a él de “usted”, tratamiento que refleja con más exactitud el clima reinante entre los dos partidos mayoritarios. Sánchez le recuerda a Feijóo que fue el PP quien interrumpió de manera unilateral la comunicación entre las dos formaciones al romper el preacuerdo para la renovación del CGPJ, que España es una democracia parlamentaria en la que gobierna quien logra configurar mayorías y que el PP ha ignorado en repetidas ocasiones su famosa doctrina de la lista más votada allí donde ha visto posible el acceso al poder. A modo de estocada final, le dice que estará “encantado” de reunirse con él, pero no con la celeridad que reclama, sino a partir del 17 de agosto, una vez el Rey designe al candidato para la investidura.

Algunos cartólogos de la derecha no han tardado en comparar ambas misivas y llegado a una conclusión unánime: la de Feijóo es amable, aunque firme, mientras que la de Sánchez es rencorosa y está cargada de reproches. En realidad, la misiva de Feijóo es una exhibición del cinismo y el descaro más absolutos. Porque solo desde el cinismo y el descaro se puede exigir apoyo a un adversario a quien se ha insultado y contra quien se ha esparcido todo tipo de bulos durante cuatro años; a quien se ha acusado de gobernar con terroristas; a cuyo Gobierno se ha tachado de ilegítimo; a quien se ha intentado de manera infatigable desacreditar ante la UE, incluso a riesgo de que no llegasen las ayudas europeas que tanto han beneficiado a la población más vulnerable... Y ya el colmo de la desfachatez es apelar con ínfulas de estadista a la estabilidad política e institucional del país cuando su partido mantiene secuestrado desde hace más de cuatro años al órgano rector de los jueces, impidiendo que reflejara la alternancia política que ahora invoca sin pudor Feijóo para llegar a la Moncloa. Si se consideran todos estos antecedentes, habría que concluir que la carta de respuesta de Sánchez es de una admirable elegancia versallesca, incluidos su retranca y sus brotes de sarcasmo.

La misiva de Feijóo ha coincido en el tiempo con una ofensiva desde sectores de la derecha y de la progresía 'moderada' para que el PSOE y el PP lleguen a un acuerdo “por el bien de España”, sea mediante la conformación de una grosse koalition o cualquier otra fórmula que permita salir del actual “atolladero”. Y si no hay acuerdo entre los dos partidos sobre quién debe presidir el gobierno, se propone que el Rey designe como candidato a una personalidad de “reconocido prestigio” mientras se reencauza la situación. Esta singular doctrina, por constitucional que sea, parte de la no aceptación de la nueva realidad del país surgida sobre los escombros de la crisis de 2008, caracterizada por la irrupción de nuevos actores políticos que han fracturado el tradicional bipartidismo, y de la resistencia a admitir la influencia en la política española de unos nacionalismos que no se sienten a gusto en el Estado, al menos en su arquitectura actual.

Hace bien Sánchez en desoír estas voces e intentar forjar una mayoría que le permita ser investido como presidente y, más importante aun, gobernar. A falta de un estudio de fondo sobre las motivaciones de los votantes el 23J, es de suponer que quienes entregaron su voto al PSOE lo hicieron mayoritariamente con el deseo de que Sánchez reedite el gobierno de coalición, esta vez con Sumar, y busque el apoyo de las formaciones que, con fricciones incluidas, permitieron al Gobierno cumplir su mandato en una de las legislaturas más productivas y de mayores avances sociales en esta etapa democrática. Dichos votantes no se dejaron asustar por los supuestos peligros de un Gobierno “Frankenstein”, expresión utilizada no solo por la derecha, sino también por ciertos círculos progresistas contrarios a las “aventuras” pactistas de Sánchez. Difícilmente podría interpretarse el voto socialista del 23J como un mandato para que Sánchez busque acuerdos palaciegos con un partido aliado de Vox que ha hecho del insulto a la izquierda su bandera; entre otras cosas, porque el presidente nunca dio motivos a sus votantes para que contemplasen esa opción.

Si Sánchez consigue tejer en las dificilísimas circunstancias actuales una mayoría de investidura, la derecha y la ultraderecha estallarán de ira, con todas las consecuencias que ello tendría para la convivencia ciudadana en el próximo cuatrienio. Pero, guste o no, el Gobierno que surja reflejaría la complejidad del país con mucha más fidelidad que el modelo de 'unidad' que proponen PP y Vox. O el que plantean los nostálgicos de la Transición, experiencia exitosa si se consideran las difíciles circunstancias de su nacimiento, pero timorata en su ulterior desarrollo y hoy palabra vacua en boca de los guardianes del mundo de ayer.

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