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La larga escalada

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski

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El de Ucrania se puede ver como un conflicto entre Rusia y su vecino y antiguo socio en la Unión Soviética, o como parte de un creciente enfrentamiento entre Occidente y un Moscú expansionista, que, aunque en escalada, evitan hacerlo directamente por el riesgo que entrañaría de una gran e incontrolada conflagración. Incluso como lo hace Guido Montani, cabe verlo como una “nueva guerra civil europea”, algo que también apuntamos. La decisión de entregar tanques Leopard 2 o equivalentes a Ucrania sube un peldaño más, y no será el último. La escalada parte no ya del 24 de febrero del año pasado, fecha de la invasión rusa, sino de mucho antes, como poco de 2013-14, con las revueltas europeístas del Maidán en Kiev y la posterior invasión rusa de Crimea y de una parte del Este de Ucrania. 

O incluso de los años 90 con la paulatina ampliación de la OTAN, contra la que advirtieron grandes cabezas geopolíticas como George Kennan (1904-2005), promulgador de la política de contención de la Unión Soviética, quien en 1948 ya alertó contra la independencia de Ucrania,  y a quien en 1997 preocupó no solo la ampliación de la OTAN, sino la cooperación militar con Kiev. O Henry Kissinger (que en mayo cumplirá cien años), aunque últimamente ha girado respecto a la entrada de Ucrania en la OTAN. En 1990, el entonces secretario de Estado, George Baker, le prometió verbalmente a Gorbachov que no habría más ampliación de la OTAN que la forzada por la unificación alemana, para, al regresar a Washington, encontrarse con que la Administración Bush (padre) había cambiado de parecer, como posteriormente lo harían Clinton y sus sucesores. Es notable la cantidad de cables de diplomáticos estadounidenses que advirtieron a lo largo de los años de que la ampliación de la OTAN constituía una “línea roja” para Rusia.

Y así se llega a 2013-14. ¿Qué hacía Victoria Nuland, entonces responsable de la política exterior para asuntos europeos y euroasiáticos de la Administración Obama y hoy subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos, arengando a los manifestantes en la plaza del Maidán?

Claro que Putin ya había respondido, primero en 2008 en Georgia -también deseosa de entrar en la OTAN-, luego en 2014 en Crimea y el Este de Ucrania. A lo que Occidente replicó con unas tímidas sanciones económicas, pero (sobre todo EEUU y el Reino Unido) transformando las fuerzas armadas ucranianas con entrenamiento, armas y comunicaciones. Aunque Putin se envalentonó para preparar otra escalada con una nueva agresión.

El paso superior llegó el 24 de febrero. Putin mandó invadir, y Occidente (muy solo en el mundo, pero unido en esto) fue tomando unas sanciones económicas que han ido incrementándose paso a paso y armando al ejército ucraniano con equipamiento cada vez más sofisticado y poderoso. Una escalada en capacidad de defensa a ataque, si es que la realidad de esta guerra no lleva a difuminar la diferencia entre ambos conceptos: de los misiles Stinger y antitanques Javelin, cañones Howitzer, lanzaderas HIMARS, drones, una batería de Patriots de defensa aérea, entre otros muchos sistemas, y ahora -es decir dentro de unos meses, pues formar tripulaciones toma tiempo- los Leopard 2 y otros tanques que marcarán la diferencia si llegan a tres o cuatro centenares, pero que con los ciento y pico previstos pueden servir a Ucrania para abrir un hueco hacia Crimea. Biden ha añadido sistemas de misiles tácticos con 150 kilómetros de alcance. Lo que ha conseguido Ucrania casi desde el principio -gracias a los sistemas de defensa antiaérea que se le aportaron- es anular la fuerza aérea rusa ante el miedo de Moscú a ver destruido un vector que puede necesitar luego. Un gran logro en esta guerra geográficamente desigual: Ucrania cuenta solo con su territorio como retaguardia (y con Polonia para traer armamentos avanzados y formar allí a los ucranianos que han de usarlos), mientras Rusia cuenta con una especie de santuario de toda su inmensidad. 

Zelenski pide más, entre otros, cazabombarderos F-15 americanos que tienen varios países occidentales. Pero Washington, al menos de momento, apoyado en esto de forma decidida por París y Berlín, quiere evitar que los ucranianos puedan alcanzar realmente territorio dentro de Rusia (aunque les van a proporcionar misiles de 150 kilómetros de alcance). Pero la escalada de las armas y de la geografía avanza. “Hacemos lo necesario y posible para apoyar a Ucrania, pero al mismo tiempo evitamos una escalada de la guerra, hacia una guerra entre Rusia y la OTAN”, declaró el canciller alemán, Olaf Scholz, a finales de enero, cuando explicó su timorata decisión sobre los Leopard 2, fabricados por Alemania. Aunque, ¿quién decide realmente? A este respecto, el eje de gravedad de la OTAN se ha desplazado hacia EEUU, siempre, los Bálticos y Polonia.

Rusia, que también ha ido escalando (con más ataques con misiles y drones, además de tropas en lo que tenía que haber sido una pausa de invierno) habla de una “escalada permanente” de Alemania y los aliados de Ucrania. Esto va a más, y además la guerra se alarga, mientras, basados en lo que les dicen los servicios de inteligencia estadounidenses -los que verdaderamente saben lo que está pasando a través de sus satélites, escuchas y otros sistemas- y los mandos ucranianos, algunos medios anglosajones señalan que Rusia podría estar preparando una gran ofensiva, una nueva escalada operativa y geográfica para pronto: ¿23 de febrero, día de los Defensores de la Patria, o el 24, aniversario de la invasión? Seguramente antes de que lleguen y sean operativos los nuevos tanques a Ucrania.

¿Y más allá? Naturalmente, en lo alto de la escalera está la amenaza del uso del arma nuclear, que ya han blandido Putin y otros responsables políticos en Rusia. No se puede descartar, sobre todo si ve que peligra la defensa de la anexionada Crimea. Aunque no tiene sentido militar, pues un ataque nuclear táctico destruiría algunos tanques, pero, sobre todo, podría volverse contra el que lo lance y generar otro tipo de escalada, aun más peligrosa. Pero la bomba nuclear, incluso táctica, es un arma política. China, además, no lo aprobaría, y Pekín es un apoyo esencial para Putin.

Antes de eso, quedan varios escalones, desde los mencionados aviones hasta más tanques y misiles de mayor alcance. Pero entonces esta guerra se convertiría en un conflicto abierto entre Occidente -y en primer lugar EEUU- y Rusia. También podría ésta cegar a EEUU y a Ucrania con la destrucción de varios satélites -el salto, la escalada al espacio-, incluidos los de comunicación de Elon Musk, salvavidas para que Ucrania mantuviera su internet.

Pero escalada habrá. Viene de lejos. Sin que, más allá de la defensa de Ucrania y de la recuperación de su identidad territorial, EEUU haya hecho explícito cuáles son sus verdaderos objetivos. Para Jeffrey Sachs, “la élite política de Washington no tiene prisa por poner fin a la guerra”. Tampoco Putin, que la inició y que parece haber modificado sus propios objetivos ante la resistencia ucraniana y los propios errores militares de bulto rusos. Quiere sobrevivir, lo que implica no ya ganar sino no perder. En cualquier caso, llevar a las partes a negociar un alto el fuego requerirá de nuevas realidades sobre el terreno, nuevas escaladas, aunque acaben llevando a más devastación.

“Las entregas de armas significan que la guerra se prolongará inútilmente”,  dijo recientemente el poco sospechoso general alemán A. D. Harald Kujat, expresidente del comité militar de la OTAN. “Quizá”, apuntó, “algún día se plantee la pregunta de quién quiso esta guerra, quién no quiso impedirla y quién no pudo impedirla.”

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