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¿Quién lleva la iniciativa en el Gobierno?

Salomé García / Salomé García

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No hay relato. Ni falta que hace, diría Rajoy. El obsesivo cumplimiento del objetivo de déficit es la única razón que explica la actuación del Gobierno. No hay plan, sólo una acumulación de medidas, muchas sobrevenidas, para lograr esa meta impuesta desde Europa. El ultraliberalismo domina la actuación del Gobierno.

En el vacío de discurso centrista con el que el PP llegó al Gobierno, se ha instalado el de Luis de Guindos, que sí tiene claro el camino para llegar a ese 3% en 2013. Si hay que incumplir el programa electoral y desdecirse de todo lo que se había negado, se hace. Si en el altar del equilibrio presupuestario se sacrifican derechos adquiridos, adelante. Si se pone en entredicho el esquema de Estado tal como lo conocemos, también. El fin justifica todos los medios. Por eso es De Guindos quien suele adelantar los recortes más duros antes incluso de que lo hagan los ministros del ramo. Es el único que comunica. El que lleva la voz cantante.more

Al servicio de ese liberalismo sin mesura actúan, encantados de hacerlo, otros ministros de formación neocon como Fátima Báñez o José Ignacio Wert. En este escenario, hasta Cristóbal Montoro y su mentor, Rodrigo Rato, parecen de centro. El segundo acaba de tragar la amarga medicina de sus propias tesis al ser obligado a dejar la presidencia de Bankia. De Guindos acaba de matar al padre (fue jefe de Gabinete con Rato) pese a las reticencias de su propio jefe. Ahí es nada.

Montoro ha aprendido en estos pocos meses que no es su momento. Y que el silencio es mejor que el ridículo de verse desmentido por su compañero de Gabinete. Tras quedar patente que tiene planteamientos políticos distintos que su compañero de Economía, pero que ahora Rajoy prefiere los de De Guindos, Montoro ha dado un paso atrás a la espera de su oportunidad. Con el último sapo que ha tenido que tragar aún rascándole la garganta (la tan negada subida del IVA, de nuevo anunciada por De Guindos), Montoro está centrado en elaborar los Presupuestos para 2013, que deberá llevar en breve al Consejo de Ministros.

A la postre, esa subida del IVA y de los impuestos especiales de la que tanto renegó le servirán para cuadrar las cuentas. No hay mal que por bien no venga. Pragmatismo. Un paso atrás y a esperar su momento. Él es pata negra del PP, mientras De Guindos puede ser sólo una solución coyuntural. Ya volverá el tiempo de la política.

El grupo de los ejecutores (Ana Pastor, Ana Mato, Cañete, Soria…) se limita a seguir las órdenes de Rajoy, algunos con excelente diligencia (Fomento) y otros teniendo que mentir por el camino (Sanidad). Es el presidente quien marca el ritmo, pero es De Guindos quien señala la senda a seguir.

A Rajoy no le gustan las reuniones numerosas y los debates con varias voces. Despacha vis a vis con cada uno de los ministros las medidas que va poniendo en marcha. Ya lo hacía en el partido y en el grupo parlamentario, en el que Sáenz de Santamaría tuvo vía libre para formar el equipo que ahora ha colocado en el Gobierno. La mayoría de los segundos niveles (secretarios de Estado y secretarios generales) son gente de la vicepresidenta. De obediencia ciega y lealtad inquebrantable… como la de ella con el jefe.

Los Consejos de Ministros son puros trámites en los que se da salida a las decisiones adoptadas con anterioridad en la Comisión Delegada de Asuntos Económicos, que preside el propio Rajoy, lo que le evita encontrarse por sorpresa con algún asunto que no tenga previamente digerido, algo que le pasaba a Zapatero, y le permite imprimir su propio ritmo a algunas decisiones. Un ejemplo, el plan de liberalización de Renfe y el de cobrar peajes en las autopistas estaba listo para el primer viernes de mayo, pero Rajoy consideró que había que dar un respiro y lo dejó dormir.

La vicetodo, Soraya Sáenz de Santamaría, se ocupa de que la maquinaria legislativa funcione y de apagar los incendios que provoca la forma de gobernar de su jefe. La revisión de los decretos (este Gobierno ha aprobado 18 y cinco proyectos de ley en sus primeros 100 días, un auténtico récord) y los informes para futuras medidas dejan poco tiempo a la coordinación política, que no existe. Santamaría además carece de puesto de relevancia orgánica en el partido y el presidente ha suspendido la celebración de maitines (reuniones de coordinación entre las cúpulas de Gobierno y partido tradicionales en todos los ejecutivos).

Esta falta de coordinación y la afición de Rajoy por despachar cada asunto con el responsable del ramo dan como resultado la descoordinación de los mensajes y las explicaciones públicas de los recortes que van ejecutándose. El Gobierno es una orquesta que toca sin partitura y eso se nota por mucho que la número dos se afane en tener los instrumentos afinados.

Tampoco ayuda el perfil de María Dolores de Cospedal, que intenta con tanto ahínco como desacierto defender medidas del Gobierno que criticó hasta el esperpento cuando las barajó o aplicó Zapatero (amnistía fiscal o subida del IVA). La última prueba de que está políticamente perdida son sus declaraciones en el reciente congreso del PP de Castilla-La Mancha (en el que no la acompañó ningún primera figura del partido). Allí lanzó una de sus típicas andanadas contra el PSOE (“quieren España hundida para sacar tajada”, dijo) al mismo tiempo que su jefe de filas anunciaba un acercamiento a los socialistas para pactar nada menos que la reforma de la estructura administrativa del Estado.

Soraya Sáenz de Santamaría --que el mismo día llamaba al consenso en el congreso del PP de Catalunya, al que asistió para arropar a Alicia Sánchez Camacho-- habrá apuntado otra muesca en el debe de la secretaria general, una más para mantenerla alejada de Moncloa.

La emergencia de la situación económica y la lejanía temporal de procesos electorales (poco menos de un año hasta las legislativas de Galicia y más de 3 años hasta las generales) permite este Gobierno de pragmáticos. Sólo un adelanto electoral de Patxi López trastoca este calendario, aunque el PP ni sueña con gobernar Euskadi.

Para reconstruir el mensaje político, para armar el relato, se espera la vuelta de Javier Arenas al ruedo nacional. El resultado andaluz, pese a no ser el ansiado por el PP, permite a Rajoy salvar la cara al sevillano, que ganó pese a no gobernar. Arenas será, previsiblemente desde un Ministerio de la Presidencia, otra vez como en 2002, el encargado de recomponer los puentes entre Gobierno y partido, y de torear las distintas almas del PP (de los ultraconservadores a los socialcristianos de centro) que hoy sienten el Gobierno de Rajoy tan ajeno como si no fuera el suyo.

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