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La máquina de la antipolítica

El Congreso gastó casi un millón de euros en viajes nacionales de diputados entre enero y marzo

Antón Losada

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Estamos como queremos. No sé de qué nos quejamos. No llevábamos ni un día de luto oficial y ya estaban cabalgando por la península, como en los mejores días de la Gran Recesión, los cuatro jinetes de la antipolítica: crisis, crispación, chulería y demagogia. España entera es hoy un sofisma que solo puede conducir a una conclusión: todos los políticos son iguales y solo les importa lo suyo, así que la política es parte de problema y no sirve para nada.

Ya conocen el siguiente nivel dialéctico: estaríamos mucho mejor sin tanta política y al cuidado de un padre protector firme y severo que velase por nosotros y nos pusiera en nuestro sitio todas las veces que haga falta, porque no tenemos remedio y alguien tiene que meternos en cintura; al fin y al cabo qué es un Estado sino una familia que debe aprender a administrarse bien y para eso, nadie sabe más que nuestro padre. Sobre ese sencillo razonamiento ha cabalgado y cabalga el populismo de extrema derecha por todo el mundo con un éxito apreciable.

A este discurso antipolítico se apunta uno más fácilmente de lo que cree precisamente por eso, porque es fácil. A la parte de la derecha española aún conectada directamente con el franquismo le parece el orden natural de las cosas. A una parte de la izquierda española, indignarse con los políticos suele servirle de terapia para quitarse de encima la mala conciencia por estar gobernando. Constituye un desahogo casi natural. Pero harían bien en tener presente que los devastadores efectos de la antipolítica no se distribuyen igual a derecha y a izquierda.

A muchos votantes de derechas, la exuberancia del discurso antipolítico les sirve de catalizador y movilizador para acudir a las urnas, echar de una vez a esos políticos ladrones e inútiles y que gobierne ese padre severo que sabe lo que hay que hacer; no hace falta ni que lo explique porque ya lo sabemos todos. Para el votante de izquierdas, esa misma exuberancia irracional de la antipolítica le sirve de coartada perfecta para no acercarse al colegio electoral y dejar la cosa en manos de ese mismo padre severo al cual nunca votaría pero que, en el fondo, también echa de menos.

Que la derecha extrema de Vox había activado en plena pandemia la máquina de la anti política porque lo más importante era tumbar, como fuera, a un Gobierno que considera ilegítimo era una evidencia. Que el Partido Popular ha decidido multiplicar la potencia de la máquina se ha confirmado esta semana, a pesar de las lágrimas de cocodrilo de Núñez Feijóo, un líder que conoce muy bien esa máquina y no tuvo reparos en ponerla a máxima potencia para recuperar el poder en 2009. Lo asombroso es que en la izquierda y en el Gobierno continúen picando como besugos en un cebo tan burdo y les pidan que “cierren la puerta al salir”. Eso es precisamente lo que buscan.

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