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Marta Sánchez y el silbato de perro

FOTO: Pexels / Europa Press

Barbijaputa

El domingo Marta Sánchez saltó a los medios tras su intento de poner letra al himno de España. Sin entrar en valoraciones musicales o poéticas (sólo diré que en pleno siglo XXI no deberíamos seguir haciendo pareados con palabras acabadas en -ón), creo que deberíamos prestar atención a esta noticia, porque ha revelado más de lo que parece a simple vista. La reacción que ha tenido la derecha española explica perfectamente (una vez más, y de forma muy cruda) un fenómeno que ellos mismos suelen fingir no entender: el rechazo a los símbolos nacionales por parte de la izquierda.

La derecha lleva años (desde la “atada y bien atada” Transición) llorando por las esquinas, lamentándose de que en nuestro país llevar la bandera nacional se equipare con ser un facha. Desde las conversaciones de bar tipo “En España, parece que si te sientes orgulloso de tu país ya eres un facha” hasta la historia reescrita de que a Víctor Laínez lo mataron por llevar unos tirantes con la bandera de España, la idea de que la izquierda siente un odio visceral e injustificado hacia los símbolos nacionales lo impregna todo. Este odio, nos cuentan, tiene sus raíces en batallitas pasadas y rencores absurdos, porque da igual quién enterrase a quién en cunetas, aquello ya pasó y esos bandos ya no existen. La ciudadanía acordó (la ciudadanía de 1978, claro) una Constitución y unos símbolos, una monarquía y un Parlamento, y estos no excluyen a nadie (yo misma soy de la década siguiente, pero tampoco puedo sentirme excluida), así que quienes se sienten excluidos a día de hoy, por tanto, son quienes tienen el problema.

Nos sobran ejemplos de que esta historia reescrita no es más que un intento de ocultar que ahora siguen en el poder los herederos de aquellos barros. Los símbolos nacionales, desde el primer día, se utilizaron como símbolos de los valores conservadores (por ser suaves) arrastrados del franquismo. ¿Acaso se ve una bandera española en una manifestación por la educación pública? ¿O en defensa de la sanidad? ¿Alguien lleva una de estas banderas a las concentraciones de repulsa por la violencia machista? No, las banderas siempre las ondean los mismos y para lo mismo: para reprimir a la ciudadanía catalana en defensa de la indivisibilidad del Estado (“España una, no cincuenta y una”), para intentar quitar a las mujeres el derecho sobre su propio cuerpo, para intentar frenar el avance de los colectivos LGBT... La unión de los símbolos nacionales con el nacionalcatolicismo es más que evidente, pero siguen repitiendo que, los que no reconocemos como nuestros estos símbolos atados y bien atados, somos quienes creamos el problema.

La reacción de la derecha al himno no se ha hecho esperar: González Pons ha pedido que se cante en el final de la Copa del Rey, Albert Rivera lo ha descrito como “valiente y emocionante”, Mariano Rajoy ha afirmado que “representa a todos los españoles” (¡huy, justo lo que comentábamos arriba!), y la Guardia Civil y Santiago Abascal lo han alabado también públicamente. Cuando una escucha el himno, ve inmediatamente por qué lo abrazan con tanto entusiasmo: en un país donde los símbolos nacionales y la identidad de ser español han sido diseñados (o secuestrados, depende de si hablamos del 36 o del 78), Marta Sánchez afirma que “no pedirá perdón [por ser española]”. De nuevo, la derecha fingirá que no es más que un orgullo abstracto por el país, como el que se presenta en cualquier otra nación del planeta, y fingirá sorpresa cuando la izquierda lo identifique como una declaración de orgullo del pasado de este país: ¿por qué hay una parte de españoles que se sienten interpelados a pedir perdón, si no? Yo soy española y no siento que nadie me exija reparación de nada, ni disculpas. Es la derecha y el nacionalcatolicismo quien se siente interpelado cuando la otra mitad del país pide reparación, pide que tengamos memoria histórica y pide justicia. Tampoco les habrá chirriado, acostumbrados a que España sea lo que ellos quieren que sea, que el himno hable de dar las gracias a dios en un Estado que se llama aconfesional.

Todo esto tiene un nombre en inglés: dog-whistling (silbato de perro). Al igual que los silbatos de perros tienen una frecuencia tan alta que los humanos no pueden oírla, este tipo de mensajes sirven para reafirmar sus principios nostálgicos y de identificación con los valores del franquismo a la vez que les hacen un guiño fácil y aparentemente emocional a los despistados. De ayer a hoy ya he escuchado (seguro que ustedes también) frases como “¿Qué tiene de malo la letra?, es bonita” de gente que no es precisamente conservadora.

En una cosa sí que estoy de acuerdo con Marta Sánchez, y es que realmente es una suerte haber nacido aquí, en España, como ella canta. Es una suerte nacer a este lado de la valla de Melilla, a este lado del mediterráneo, a este lado de las fronteras que se cierran. Eso sí, jamás se me ocurriría hacer alarde de ello, en eso nos diferenciamos también izquierda y derecha: ellos se llenan la boca por haber tenido la suerte de nacer a este lado, henchidos de sí mismos, contentos de calzar sus propios zapatos; a la izquierda, sin embargo, nos pone el vello de punta ponernos en los zapatos de los que están más allá, de los que intentan llegar. Por estas personas también nos hemos manifestado desde la izquierda, por cierto, y de nuevo sin enarbolar la bandera española. Ya se encargaron de sacarla a paseo los que salieron a la calle para gritar: “refugiados no”.

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