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El CIS presenta mañana su encuesta electoral de octubre, hecha en los días del aniversario del referéndum del 1-O

Antón Losada

La presidencia del CIS siempre tiene muchos pretendientes. Todos están convencidos de que su método es el mejor y logrará pacificar las hostilidades que cada estudio con intención de voto acostumbra a provocar. No se engañen. No se trata de una polémica científica sobre validez de los datos o un debate académico sobre métodos y técnicas de prospección. Todo resulta bastante más sencillo y pedestre. A quien le van bien los resultados, le encanta el CIS, le parece que cumple una gran función social y sus métodos y profesionales siempre le merecen todos los respetos. A quien no le dan tan bien, el CIS le parece el padre de todos los males, un arma al servicio del gobierno de turno sin utilidad social alguna y sus métodos y profesionales no suelen merecer más que oprobio.

Emplear únicamente la intención directa de voto y la simpatía para hacer proyecciones de resultados es un método tan válido y discutible como aquellos que otros prefieren y defienden con tanta pasión. Servidor es lo primero que mira en una encuesta, con independencia de su tradición culinaria. A todos los métodos les une algo: a veces aciertan y a veces se equivocan. Con otros métodos y otras cocinas, el CIS del pasado ha triunfado y se ha estrellado. El historial de acierto de la demoscopia privada en España tampoco es, precisamente, ese relato de éxitos que confiere la autoridad y la posición para impartir lecciones. No existe un método infalible, ni siquiera indiscutiblemente mejor. Basta con leer los muchos artículos especializados que, siempre meses o años después de las elecciones, explican cada vez con más lujo de detalles por qué se equivocaron otra vez.

En los últimos barómetros del CIS se ha producido una clara desviación a favor del PSOE en el recuerdo de voto. Hay más gente que recuerda haber votado al PSOE que al PP, cuando sucedió lo contrario. Eso afecta, sin duda, a cualquier pronóstico y alerta que su intención de voto puede estar inflada. Corregir los cálculos, introduciendo al menos esa desviación en el recuerdo de voto, parece una opción prudente y sensata a la hora de formular proyecciones. Aunque también, en no pocas ocasiones, esas mismas correcciones, mal manejadas, han llevado a repetir escenarios previos y formular pronósticos más basados en las decisiones pasadas de los votantes que en sus intenciones presentes.

Con esa misma muestra e idéntico recuerdo de voto inflado, en el barómetro de octubre, crece el pesimismo respecto a la situación económica y política, el gobierno suspende claramente en conocimiento y valoración y cuatro de cada diez encuestados responde que lo está haciendo mal o muy mal, siete de cada diez ciudadanos confían poco o nada en el presidente Sánchez o en Pablo Casado y cinco de cada diez piensan que la corrupción afecta a todos los partidos y les culpan por la crispación. Más que los métodos de CIS, la pregunta interesante que deja este barómetro sería cómo se explica que, aún con semejantes valoraciones, los socialistas saquen una ventaja tan clara en la intención directa de voto, lo que contesta la gente y no cocina ningún Masterchef.

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