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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Cuando matan al repartidor del pan

Un hombre examina el coche destruido de la ONG World Central Kitchen por el ataque de Israel.

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En Gaza han matado al repartidor de pan, y eso sólo puede significar que el pan mismo es un objetivo militar, y que se busca matar de inanición a los supervivientes gazatíes de los bombardeos. El atentado contra un convoy de World Central Kitchen, la ONG del chef José Andrés, resulta terrible por la pérdida irreparable de siete personas. Además tiene un significado sobre el que debemos pensar como los mineros piensan en huir hacia el cielo abierto cuando un canario muere en la mina. La forma en que los mataron, con un misil dirigido a cada uno de los vehículos del convoy, demuestra la premeditación del acto, por más que Netanyahu haya dicho que fue un “incidente trágico y no intencionado”. Los coches iban identificados y el ejército israelí conocía su ruta: se los atacó uno a uno durante varios minutos. Joe Biden ha negado que sea un incidente aislado y ayer telefoneó a Netanyahu para pedirle explicaciones. El primer ministro israelí dijo hace dos días que son cosas que “suceden en la guerra”. No es cierto: son cosas que suceden cuando se da bula a un ejército para bañarse en sangre de forma impune. Son cosas que suceden en las campañas de exterminio. 

En estos meses las bombas israelíes han matado en Gaza a cerca de 200 trabajadores de UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos. Cuando en un lugar se liquida a los trabajadores humanitarios, otro canario deja de cantar en la mina, se muestra desorientado o incluso muere. Y hay que saber leerlo: significa que es la humanidad la que está siendo asesinada allí. Algún día en alguna corte internacional se hablará de crímenes contra la humanidad y cobrará forma jurídica lo que hoy vemos en directo. La humanidad no es fragmentable: cuando matan al repartidor de pan, todos somos agredidos.

Es muy relevante que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, haya iniciado su última gira por Oriente Próximo en un campamento de refugiados administrado por UNRWA y que España haya aumentado su contribución a esta agencia. Si hay un país con la cercanía geográfica e histórica necesaria para hacer de puente entre los países árabes y la Unión Europea, es España. Además contamos con la confianza de los países árabes para poder realizar una contribución significativa para frenar esta masacre y encauzar de una vez un conflicto que lleva 75 años generando muerte y destrucción en Oriente Próximo. No se trata sólo de una posición gubernamental, la sociedad española en su conjunto siente repugnancia ante la masacre de palestinos a la que asistimos. Y respalda que España trate de ayudar.

Nuestro país no titubeó en octubre a la hora de condenar los brutales atentados de Hamás. Somos el país europeo donde ha tenido lugar el ataque yihadista más sangriento, lo que nos coloca en la posición de solidarizarnos siempre con las víctimas de los atentados. Pero nadie cree ya que el derecho a la legítima defensa contra el terrorismo pueda amparar una milésima parte de las atrocidades que el gobierno ultranacionalista radical de Netanyahu está llevando a cabo. Distintos países europeos han ido virando hacia las posiciones que España defendió desde el primer momento, esas que el PP ridiculizó con el provincianismo de que hace gala en la escena internacional. La UE pidió unida un alto el fuego hace dos semanas. Unos días después, EEUU evitó usar su veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para que también esta organización reclamara ese cese de la violencia, al menos durante el Ramadán. El aislamiento del Gobierno israelí se ahonda. 

José Andrés ha escrito estos días en Yediot Ahronot, el periódico más leído de Israel: “En el fondo de su corazón, los israelíes saben que los alimentos no son un arma de guerra”. Añade: “Es hora de que aparezca lo mejor de Israel”. Coincido con él. Netanyahu sabe que el día que ponga fin a la guerra tendrá que convocar elecciones y las perderá: sus incentivos para detener la masacre son nulos. Pero la fantasía política que inspira las decisiones de su Gobierno está muerta: la seguridad de Israel nunca se podrá fundar en la desaparición de los palestinos, porque sencillamente eso no ocurrirá. Él está ciego: sólo la presión internacional y la del pueblo israelí pueden forzarle a abrir los ojos.

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