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El mea culpa de los jueces

Manuel Marchena en una imagen de archivo.

Elisa Beni

“Independencia es la capacidad de sujeción real a la legalidad frente a las sugestiones non sanctas de la política”

Perfecto Andrés Ibáñez. Política y Justicia en el Estado capitalista

Todo es un lodazal inaceptable pero, desde luego, ya lo era. Durante años he estado explicando cómo se cocían las cosas. Muchas de las veces me he llevado fuertes embates de algunos jueces o asociaciones de jueces y yo, comprensiva, siempre he entendido que es muy difícil que el juez de, por ejemplo, Vitigudino tenga mucha idea de cómo se gestan estas cosas. La única virtualidad del 'wasap' reenviado por Cosidó es que deja a las claras para todos, hasta para el juez de Xiquena, por ejemplo, que lo que tanto le costaba admitir es tal y cómo lo relatábamos. Será que es el primer proceso de renovación o de nombramiento que uno vive, que va a ser que no.

Durante la huelga del lunes y después por tierra, mar y aire, los jueces han puesto el grito en el cielo por lo obsceno, lo pornográfico, lo absurdo de la situación que vivimos. Y llevan mucha razón, aunque obvien que están elevando a los altares la renuncia a ser nombrado de un magistrado que había aceptado ser votado democráticamente por electores aún desconocidos. Todo es estrambótico, incluso que la renuncia a lo que no se tiene se produzca con membrete de la Sala Segunda del Tribunal Supremo. Que es evidente que Marchena busca salvar su carrera no lo repito. Pasopalabra. Que es obvio que Lesmes gana el seguir manteniendo el poder una temporada, tampoco. Pasopalabra. Lo que me ocupa ahora es la poca capacidad de los miembros del Poder Judicial para entonar un mea culpa por ellos o por sus asociaciones o por aquellos a los que defienden y sacralizan.

Una confesión tiene cinco puntos fundamentales que sirven también de norma para todo aquello que signifique vaciarse de culpa. También los utilizan los de Alcohólicos Anónimos, eso sí, reformulados. Examen de conciencia. Dolor de los pecados. Propósito de enmienda. Decir todos los pecados al confesor. Cumplir la penitencia. Dicen que funciona. Que aligera el espíritu. Y esto es lo que denuncio que le falta a los jueces españoles como comunidad. Es cierto que el comportamiento de los políticos, su oprobio, el que hayamos asistido en abierto a él es una afrenta. Sucede, sin embargo, que en muchas de las conductas que reprochamos existe una co-culpabilidad clara porque no son posibles unas sin las otras. Cohechador y cohechado. Receptador y ladrón. Blanqueador y delincuente. También pasa que todo el despropósito, el ultraje y la vergüenza que vivimos desde hace décadas -lo de ahora es sólo la constatación del gran público- sólo es posible con la connivencia y colaboración de los jueces. Vale, de algunos jueces, pero los otros tendrán que asumirlo. Nadie que esté en la cúspide judicial en un puesto de libre designación está libre de pecado. Nadie.

Tampoco es lógico que se reproche al pervertidor en exclusiva de la perversión. Si los políticos mercadean, han mercadeado y mercadearon con jueces fue porque estos se prestaron. No había otra posibilidad. No me vale la excusa de que uno tiene derecho a tener sus lógicas aspiraciones profesionales y que sólo por esa vía se pueden saciar. Entonces hay connivencia. De los jueces y de sus asociaciones. No clamemos por la honradez sólo porque nadie nos quiere comprar. No abogemos por la independencia exigiendo que nadie nos quiera someter. La independencia de los jueces es una condición personal e íntima que no debe depender de que haya poderosas fuerzas que muevan a volverle la espalda. Precisamente cuando acometen a un juez, es cuando esperamos que resista. A veces a costa de muchas cosas y de esto podría contarles mucho.

Por la independencia se puede velar, se pueden establecer muros de contención que la protejan, pero si no existe en las convicciones más íntimas de cada magistrado,entonces no lograremos nada. Siento decirles a muchos y muchas que no esperamos de un juez sólo que apruebe una oposición y tenga cierta destreza técnica, no. Le exigimos que sea un un baluarte, una columna, un muro de contención que nos libre de la arbitrariedad del poder. ¡Es lo que tienen algunas profesiones!

Hay una relación estrecha entre el mito de la separación de poderes y el de la independencia judicial. Nos han querido colocar un juez neutro ideológicamente -un mito que se refuerza en el franquismo- y que además es independiente e imposible de influir. “Ni la independencia ni la imparcialidad implican necesariamente neutralidad: lo importante es conocer las bases sobre las que se adoptan las decisiones”,dice Griffith. La independencia judicial depende también de una predisposición que procede de un caldo cultural que se madura en una sociedad muy lentamente. No se si podemos decir que eso ha sucedido en la democracia española.

Y no, la elección de los 12 vocales judiciales por los propios jueces no arregla nada. En los últimos años hemos comprobado que, además de los chanchullos políticos, las componendas corporativas y asociativas han sembrado también de destrucción la creencia en las leyes de los llamados a aplicarlas. Pablo Casado además o miente o es reo de ese grado sacado de aquella manera. La Constitución Española para nada habla de que los jueces voten a los jueces sino que en el artículo 122 marca que habrá doce vocales judiciales que se elegirán conforme a la ley. Una ley u otra ley. Olvida también el jurista accidental que el propio Tribunal Constitucional halló conforme a la carta magna el actual sistema de elección.

No quiero ni imaginar a los llamados a controlar a todos comiéndoselo y bebiéndoselo ellos mismos sin el más mínimo sustento democrático de tal exhibición de poder. “El abuso puede provenir de cualquiera de los poderes y la prioridad debe ser controlarlo”, dice Diego Íñiguez con razón. También del Poder Judicial, como no. No queremos golpes de togas ni un poder controlado por una única ideología que se presenta a sí misma como la neutra.

Contrición y penitencia. Ya les dije que introduzcamos en los proceso el azar. Al azar, después, no se le deben favores.

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