Las mentiras que nos tragamos
El sistema ha organizado un casino para que ganen siempre los mismos
Cepeda, un cantante que salió de la factoría de Operación Triunfo, afirmó este verano en una entrevista que le convenía “ser de derechas por la economía y de izquierdas por la ideología”. Este joven gallego, al que no se le preguntaba para hablar de política ni de economía, se atrevió a verbalizar lo que tanta otra gente defiende en sobremesas o cuando deposita el voto. Que a estas alturas haya que recordar que la economía es ideología es la prueba de que se ha revestido de objetividad lo que no lo es. Se presenta como ciencia lo que no pasa de medias verdades en el mejor de los casos y aunque haya economistas que recurran a los tópicos, seguirá siendo un campo en el que se proclaman como dogmas unas decisiones que tienen carácter político.
El economista Juan Torres ha bautizado con acierto en su último libro ‘Econofakes' (Deusto) las grandes mentiras que nos repiten a menudo y que acaban condicionando nuestro día a día. Mentiras que se retroalimentan y que contribuyen a unas sociedades cada vez más desiguales. La economía no es una ciencia exacta, no hay una sola verdad, como nos recuerda Torres. Es bueno tenerlo presente cuando lean o escuchen economistas proclamando teorías que nos venden como indiscutibles. Un ejemplo: No es verdad que la escasez sea el principal problema de la economía. El problema es la distribución de los recursos. Hay multitud de datos que lo demuestran y para resumirlo sirva de ejemplo que el 1% de las personas más ricas del mundo que poseen más de un millón de dólares disponen del 44% de la riqueza global del planeta.
José Luis Sampedro decía que solo hay dos clases de economistas, los que trabajan para hacer más ricos a los ricos y los que, como él, lo hacían para que los pobres sean menos pobres. Él, que a principios de los 90 pronosticó que el capitalismo era un modelo agotado, era de los segundos. Torres, también es de ese grupo y, reconociendo las virtudes que el capitalismo tiene, desmonta muchas de las mentiras que se utilizan en su defensa. Entre ellas, la de insistir en que es el sistema económico del mercado libre y la competencia. Un dato que a raíz de la pandemia puede tener especial importancia: Diez empresas controlan la mitad del mercado farmacéutico mundial.
Sobre la creación de empleo y cómo hay que irnos bajando más los salarios se ha creado una auténtica factoría de mentiras. De nuevo los datos sirven para contrarrestar tanta falsedad. Los países con salarios más altos son los que tienen mejores cifras de empleo. España no está entre ellos y la destrucción de puestos de trabajo en nuestro país asusta. Les recomiendo echar un vistazo a este análisis a los datos de afiliación y cuya conclusión es demoledora. En España se destruyen 100.000 empleos al día. Es el estado líder del trabajo temporal en la Unión Europea, con más de uno de cada cuatro asalariados (26,3%) en esta situación en 2019, antes de la pandemia. Que todavía hoy haya que insistir en que la temporalidad y los sueldos pésimos van en contra de la inversión y el crecimiento económico es la prueba de que las mentiras funcionan y mucho cuando se trata de debatir sobre cómo frenar el empobrecimiento.
Algo parecido pasa con las pensiones. Olvidarse de que el poco empleo y el de mala calidad complica su financiación e insistir solo en que es una cuestión demográfica es situar la pelota en el campo que le interesa solo a una parte de los ciudadanos. Defender que el factor demográfico, una población más envejecida, pone en riesgo las pensiones, cuando las proyecciones no son coincidentes y cuando no se tienen en cuenta otros elementos para generar ingresos, es tener una mirada muy miope o interesada.
Así que cada vez que escuche o lea a un economista formular profecías sobre el mercado laboral o las pensiones piense que no se trata de un científico sino de alguien que tiene una perspectiva ideológica, la que sea (aunque a menudo coincidirá con postulados próximos al liberalismo) y que las sociedades desiguales, basadas en la preservación de ciertos privilegios que nada tienen que ver con la equidad, no se crean por arte de magia.
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