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La música gótica contra Margaret Thatcher

Margaret Thatcher y Ronald Reagan, en una imagen de 1990.
21 de enero de 2025 22:51 h

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El otro día viajé a las raíces góticas de la cultura popular. Tiene que ver con Margaret Thatcher. Lo pone en el ensayo 'Temporada de brujas. El libro del rock gótico' (ed. Contra, 2024), escrito por la novelista y crítica inglesa Cathi Unsworth. Es un libro autobiográfico, porque lo es de toda una generación, de toda una época. Y, leyéndolo, me daba cuenta de que compartir una época es mucho más intenso, une mucho más, que compartir un país.

Desde el principio del libro, queda claro que vivimos lo mismo en Gran Bretaña y en España, y en todo lo que entonces era Europa (la cortina ya había empezado a rasgarse, por decirlo con títulos de Hitchcock, pero ahí seguía el telón de acero). Y supongo que sucedió igual en el continente americano. Ahora, se le llama un cambio de paradigma, y eso me recuerda al profe de lengua en COU explicándonos la lingüística de Saussure, su doble articulación, sintagmática y paradigmática. Por ejemplo, un cambio paradigmático consistía en cambiar la letra de una palabra. En realidad se trataba de cambiar un sonido, un fonema. No es lo mismo rojos que rotos. Este ejemplo sirve, además, para ilustrar nuestra evolución política.

Todo es una cuestión de lenguaje, un juego de palabras. Antiguamente, la gente hablaba normal y, en vez de decir que se había dado un cambio de paradigma, decía sencillamente que el mundo había cambiado. Hoy, la gente habla fino, en vez de normal, y dice paradigma en vez de mundo. Han ganado los del Bic naranja. Quizá, conforme la realidad se ha vuelto virtual, hemos reemplazado el mundo por los paradigmas. El caso es que también en aquellos días cambió una época, y con ella cambió una música, un sonido. De esto va el libro de Cathi Unsworth.

Ahora somos boomers, pero entonces éramos posmodernos. Ambos son términos peyorativos, el primero nos lo aplican los jóvenes y el segundo nos lo aplicaban los viejos. En este libro del rock gótico, la autora empieza diciendo que nos tocó ser testigos del fin de los años setenta, del final de cierto progresismo político, social, cultural, cuyo cuerpo incorrupto, por cierto, enterramos definitivamente hace nada con la muerte de Jimmy Carter. Y acto seguido nos tocó ser testigos y víctimas (creo que protagonistas fueron otros), de la ola conservadora de los ochenta, que hoy día, más que ola, es tsunami. Lo de este lunes de Donald Trump, tomando posesión de su segundo mandato como presidente de Estados Unidos, no es el colofón del tsunami, sino el inicio del hundimiento de la Atlántida progresista en lo más negro de las profundidades.

Aquella ola conservadora, neoliberal, identitaria y retrógrada, en Gran Bretaña se llamaba Margaret Thatcher; en Estados Unidos, Ronald Reagan; en la Iglesia, Karol Wojtyła; y en Catalunya, Jordi Pujol (los catalanes hemos sido siempre muy modernos). La escritora Cathi Unsworth explica cómo le sucedió de adolescente lo que entonces nos pasó a todos, que los libros y la música se convirtieron en su escondite y en su consuelo. La música a la que se refiere en este ensayo es la de grupos como The Cure, Joy Division, Bauhaus, Siouxsie & The Banshees, por supuesto; pero empieza el relato desde el Génesis, desde los primeros punks, y el libro abarca casi toda la música que se tocó en los ochenta, pues para esta autora el rock gótico no es un estilo musical, sino un estado del alma, la sensibilidad de una época. Habla mucho de las lecturas de aquellos tiempos, y observa que también los libros de Oscar Wilde y, claro, su actitud, a través de este mundo gótico y postpunk, influyeron en unos jóvenes a los que una y otra vez se tildó de raros y elitistas.

A propósito de utilizar el término elitista para descalificar a la gente, de intentar convertir esa palabra en “la más sucia de nuestro vocabulario”, dice textualmente Cathi Unsworth, el último capítulo del libro está dedicado a recordar cómo fue el populismo, el amarillismo del indecente empresario de los medios de comunicación británicos, Rupert Murdoch, quien puso de moda llamar elitistas, ensañada y resentidamente, a todos los creadores y a todos los intelectuales que se oponían al thatcherismo. Tildarlos de elitistas fue la manera de estigmatizar a quienes tenían un discurso inteligente y practicaban un arte complejo. Y ya que sale el tema, en aquellos mismos años, el recién inaugurado régimen de los ayatolás, en Irán, acuñó el término islamófobo para descalificar y perseguir a quien se opusiera la dictadura religiosa de Jomeini. Bueno, no sé si es el tema, pero sí el modo.

En el libro, la autora subraya que todos aquellos artistas a quienes los populistas acusaron de elitismo eran gente que había salido adelante con su propio esfuerzo, buscando unas oportunidades que sus familias no podían darles, ni tampoco iban a encontrarlas en una educación pública a la que la administración Thatcher había castigado y recortado hasta dejarla inútil para ello. Porque otra cosa que se ve en este libro es que la música pop no es el último refugio para jóvenes descarriados, sino la salida digna, la única salida, para muchos adolescentes que tienen un carácter artístico, un espíritu creativo, y no se amoldan al resto de las convenciones, ya que ello supondría su destrucción como personas. Este es un libro que supura respeto y comprensión.

La manera de trabajar de Cathi Unsworth en estas páginas es la que se ha empleado desde los tiempos de la antigüedad clásica, desde los días de Plutarco, y las dos vidas paralelas que articulan su libro son la biografía política y personal de Margaret Thatcher y la biografía artística y personal de Siouxsie Sioux. Dos mujeres hechas a sí mismas, con orígenes diferentes. Dos mujeres protagonistas de los mismos años, en el mismo país, con discursos radicalmente opuestos. Margaret Thatcher, la Dama de Hierro, con su peinado en forma de yelmo, su traje de tweed y el lazo cerrándole el cuello de la camisa. Siouxsie, la banshee (el alma en pena que aúlla), con el pelo pintado de colores, los ojos perfilados como Cleopatra, botas altas de látex y medias de rejilla.

Sin embargo, ambas comparten ciertos tics, una estructura. Tanto una como otra han contado con los servicios de un factótum, de un Pigmalión siniestro, de un Merlín como tuvo el rey Arturo. En el caso de Margaret Thatcher, su inspiración, su estrategia, su crecimiento como política, procedía, si no es que fue obra suya, de Alfred Sherman, un antiguo militante del Partido Comunista inglés, que había combatido en las Brigadas Internacionales durante la guerra civil española. A su lado, Miguel Ángel Rodríguez es el osito de Mimosín con tendencia a desteñir. Sherman había renunciado a sus viejos principios y ahora su único propósito era dinamitar el statu quo. El mismo y único propósito que alentaría a Steve Bannon, el primer consejero que tuvo Donald Trump en su anterior presidencia. A estas alturas, no es que estemos rodeados de antisistemas como estos, es que ya estamos en sus manos. Son antisistemas, en plural, porque, partidarios de la ley de la selva, están en contra de cualquier sistema de sociedad.

Por otro lado, el artífice que catapultó a Siouxsie Sioux (cuando aún era Susan Janet Ballion) fue Malcolm McLaren, el inventor de los Sex Pistols (el grupo llevaba el nombre de su tienda de ropa en King's Road, SEX, todo en mayúsculas). Antiguo estudiante de Bellas Artes e ideológicamente formado en los principios de la Internacional Situacionista, McLaren encontró la manera de ponerle a los negocios un disfraz de guerrilla cultural. En Siouxsie, la autora Cathi Unsworth ve a la amiga imaginaria a la que nunca abandonaría, la mujer que la arrastró al mundo gótico, donde la escritora sigue viviendo y desde donde ha producido su obra y desarrollado su carrera. En Margaret Thatcher, al contrario, encuentra su némesis, y tiene en la líder política a la mujer que más ha odiado, a la mujer que representó una gestión y unos valores que destruyeron, para décadas y décadas, la posibilidad de un mundo mejor.

'Temporada de brujas' es un libro político que habla de la vida, de la manera ser de un montón de gente durante los diez penosos años en los que el mundo cambió para siempre. Al final de sus más de 500 páginas, la autora se despide reafirmándose. Soy gótica, es lo ultimísimo que dice. Aunque luego aparece un apartado de recomendaciones cinematográficas y literarias a modo de complemento vitamínico. Cuando acabé el libro, me quedé pensando si a lo mejor yo también era gótico y no me había dado cuenta. Pero no. Solo que nos pasó lo mismo.

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