Y los nazis fueron a por Garamendi
Cuando creíamos haberlo visto todo, sale el presidente de la patronal, Antonio Garamendi, y echa mano de uno de los más célebres poemas contra el nazismo para advertir sobre el riesgo de que el Gobierno suba el impuesto de sociedades a las compañías eléctricas. “Me gustaría hacer una referencia a una persona que yo creo que todos conocemos. Se llama Bertolt Brecht. Acordaros de lo que dijo en su día, que primero los judíos, luego fueron los comunistas y luego me tocó a mí”, dijo Garamendi, por lo visto sin la menor conciencia de su disparate argumental y la banalización inaudita del nazismo que encerraban sus palabras.
No, señor Garamendi. Pretender aumentar la tributación a un sector que lleva años lucrándose de beneficios ‘caídos del cielo’ gracias a un sistema escandaloso de fijación de precios, no es cosa de nazis. Déjese de historias. Que las eléctricas se metan transitoriamente la mano en el bolsillo es lo mínimo que cabría esperar en un momento de enormes dificultades para España, en que la pobreza y la desigualdad aumentan imparables. Si existe un instrumento que contribuya a la redistribución de la riqueza, son los impuestos. Sobre todo, los impuestos progresivos, que obligan a pagar más a quienes más ganan. El estado de bienestar de Europa se ha construido sobre la base de una redistribución de la riqueza más justa que en el resto del mundo, y eso solo ha sido posible con unos sistemas tributarios de alta capacidad recaudatoria. La elevada ‘presión fiscal’ (¿por qué no se le empieza a llamar ‘solidaridad fiscal’?) en países como Suecia, Finlandia o Dinamarca explica el desarrollo notable de sus sociedades, y a los suecos, daneses o fineses jamás se les pasaría por la cabeza invocar un poema antinazi para criticar su modelo tributario.
Sin embargo, existe una corriente poderosa de pensamiento empeñada en presentar los impuestos progresivos como un atentado contra los ciudadanos. No es nueva: en su libro ‘No pienses en un elefante’, el lingüista George Lakoff describía cómo, en los años 80, los estrategas de Ronald Reagan acuñaron la expresión “alivio fiscal” para nombrar una drástica rebaja de impuestos. Lo que se pretendía era inculcar a la población la idea de que los tributos no son un mecanismo de redistribución, sino un pesado fardo que llevan sobre sus hombros los ciudadanos. Cuando Alberto Núñez Feijóo afirma que “con una inflación del 10%, un presidente del Gobierno que no baje los impuestos es que no tiene corazón”, lo que hace, bajo la apariencia de defender exclusivamente a los contribuyentes de más escasos recursos, es incidir en la misma línea discursiva: presentar los impuestos como una carga y, a quienes no los reduzcan, como unos gobernantes malévolos.
De momento, Pedro Sánchez no ha dado el paso de aumentar el impuesto de sociedades a las compañías eléctricas, ni parece que vaya a hacerlo. Tampoco apoyó una reciente iniciativa de Podemos para introducir un tributo especial a las grandes fortunas. Esas son cosas que harían los nazis, no los juiciosos socialdemócratas de nuestros días. Lo que ha hecho el Ejecutivo es aprobar una rebaja temporal del IVA al consumo energético hasta el tipo de 5%. Al tratarse de un impuesto indirecto, no progresivo, se beneficiarán del mismo por igual ricos que pobres. Es lo que ha atinado a hacer el presidente tras el batacazo socialista en las elecciones andaluzas: demostrar que tiene corazón, a ver si logra convencer a los electores de cara a las elecciones generales previstas para el año próximo.
Por lo demás, hay que ser demasiado optimista sobre el nivel cultural de la sociedad para afirmar, como ha hecho el jefe de la patronal, que “todos” conocen a Bertolt Brecht. Me atrevería a afirmar que la inmensa mayoría de la población ignora olímpicamente quién fue ese señor de tan áspero nombre. Más aun, me temo que el propio Garamendi lo ignora, porque de otra manera sabría a estas alturas que el poema que citó no pertenece a Brecht, a quien se atribuyó erróneamente durante años, sino al pastor luterano alemán Martin Niemöller. Puesto a citar a Brecht, habría podido echar mano de alguna de las frases que pronuncia el protagonista de ‘La ópera de los tres peniques’, por ejemplo, aquella de: “Qué es el atraco a un banco comparado con la fundación de un banco”. Pero seguramente algo así no encajaba en el mensaje que pretendía transmitir. Lo que no entiendo es por qué, ya lanzado a decir despropósitos, el presidente de la CEOE no retorció el poema para colar a los empresarios entre las víctimas de los nazis, como hizo con total desparpajo el congresista estadounidense Henry S. Reuss en 1968. Es posible que Garamendi no haya querido manipular de manera tan burda la obra de su admirado Brecht.
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