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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Todo lo que no iba a ocurrir y ocurrió

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Basa el Partido Popular su espot electoral en todo lo que no iba a ocurrir y ocurrió y, desde que lo vi, llevo pensando en la idea. Para el PP lo impensable era -a tenor de las imágenes- que llegara a ser vicepresidente del gobierno español un profesor universitario en cabeza de un partido volcado en la justicia social o que los catalanes acudieran a las urnas en un referéndum en una paz y concordia que fue brutalmente reprimida por la policía del gobierno de Rajoy para escarnio internacional como quedó registrado. Y anuncian que “es el momento de avanzar con la verdad por delante”. En este punto no puedo evitar hasta una sonrisa: la desfachatez del PP es admirable en su descarada inmensidad. Algunos de sus líderes, cronometrados, han soltado impertérritos una mentira cada dos minutos, como ocurrió con Pablo Casado en TVE, y ese récord ha sido con seguridad ampliamente sobrepasado por Ayuso y Feijóo, entre otros muchos. Mentir es una seña de identidad del PP porque no le pasa factura alguna.

El primer error -y es obligado reseñarlo una y otra vez- se centra en considerar al PP un partido político al uso, más bien es una organización con múltiples intereses que a menudo ni siquiera son estrictamente ideológicos. Un partido conservador homologable es el PNV; los populares, una S.A. opaca. La regeneración que precisaría en cualquier país un partido así nunca llega; más aún: el PP lleva cuatro años, toda una legislatura, secuestrando la renovación del poder judicial que le favorece y no pasa nada. Nunca creí ver semejante abuso democrático en un siglo XXI y ahí lo tienen.

En esta campaña el PP ha sobrepasado todos los límites en su pretensión de usar en su provecho el terrorismo, algo que por otro lado siempre hicieron mientras ETA mataba y crujía… a la sociedad entera. El inmenso esfuerzo de las instituciones, sobre todo del gobierno de Zapatero, logró el final de la lucha armada con la oposición férrea del PP de Rajoy. No hace falta saber sumar dos más dos para entenderlo. Lo que está haciendo ahora el PP de asimilar el terrorismo etarra con el PSOE y con el Gobierno es verdaderamente deleznable. Las propias víctimas que vieron morir de tan atroz manera a sus seres queridos han protestado por su miserable actitud.

Pero han sido sobre todo algunos de sus líderes quienes han llegado a extremos intolerables. Un tal Pedro Rollán, senador por Madrid, ha tenido el cuajo de vincular leyes del Gobierno con el atentado de Hipercor que aún nos duele en el alma a las personas normales. Ese sujeto debería ser expulsado de la política activa. Y debería echarlo su partido. Pero en el PP sigue mandando Aznar, que es de la misma cuerda. Alarma y mucho que el Señor de las Azores y de tantas otras graves atrocidades (Yak42, burbuja inmobiliaria, etc.) siga teniendo voz en este país, pero se la dan. Y encima se prolonga en su pupila: Isabel Díaz Ayuso.

Ayuso, en la deriva que ha entrado, es un peligro para la democracia española, probablemente el mayor en este momento. Porque no tiene ni escrúpulos ni medida. “Bildu no es heredero de ETA, es ETA. ETA está viva, está en el poder, vive de nuestro dinero, quiere destruir España, privar a millones de españoles de sus derechos”, dice. Sus diarreicas declaraciones -que han incomodado incluso a miembros destacados del PP- son inadmisibles y demuestran quién es esta trumpista desbocada. Lejos de rectificar, este viernes ataca a Consuelo Ordoñez, hermana del político del PP asesinado por ETA en 1995, que le ha recriminado su uso de las víctimas. Ayuso es un foco continuo de crispación, la política que más división genera en la sociedad. Entregada a conseguir el poder máximo que acaricia, el que dedica a gobernar para los ricos, mientras emboba hasta a sus víctimas de más bajos recursos. Cuesta entenderlo, ni aun con la impresionante plataforma de promoción mediática de la que disfruta.

El problema es que una parte del pueblo se traga las barbaridades que se están distribuyendo, previo concienzudo aborregamiento. La falsa equidistancia en la que les ha educado el mal periodismo les conduce a considerar en el mismo plano el terrorismo de ETA al franquismo. A un golpe de Estado, una guerra, 40 años de dictadura sangrienta y represiva, a la impunidad de sus crímenes, a esta dolorosa prolongación. Porque estraga realmente que se atrevan a alzar la voz por las listas de Bildu los miembros de un partido fundado por un ministro de Franco, el tirano que ejecutó a sus disidentes hasta los últimos días de su vida en septiembre de 1975.

Aznar y Ayuso tienen mucho de ese franquismo autoritario y tramposo impune. Son los más entusiastas en la idea de ilegalizar partidos -no solo Bildu-, de esa forma les sería todavía más fácil llegar y perpetuarse en el poder. Los signos de alarma son evidentes. Atentos igualmente a sus socios de la ultraderecha declarada, que han llegado a las instituciones por esa mezcla de complicidades e ignorancia provocada que nos lastra. 

Es tanto lo que no iba a ocurrir y ha ocurrido. La Transición no ha sido la de la hermanad anunciada, ni -mucho peor- la de la justicia, dado que aquel largo golpe a la democracia se saldó con total impunidad. Los herederos del régimen dictatorial siguen, en consecuencia, ocupando puestos decisivos de poder y sus fechorías parecen caducar nada más cometerse. Puede que ése sea el germen de cuanto ha ocurrido sin tener que ocurrir.

No imaginé volver a ver de vicepresidente de un gobierno local a un neofascista o tener a una presidenta de otra corporación de ese mismo corte y con aspiraciones a gobernar la España que le apetece.

Jamás creí ver todo esto a través de la lucha de toda una vida por la libertad, la de verdad, la que capacita a muchos más logros y de infinita mayor entidad que tomar cerveza en una terraza, sin preocuparse por extender el contagio en plena pandemia que costó tantas vidas y tanto sufrimiento.

Tampoco creí después de ir viendo crecer el Estado del Bienestar -nunca al nivel europeo-, de fundamentarlo con nuestro trabajo y nuestros impuestos, que nos iban a privatizar y desmantelar la sanidad pública en buena medida para darla al lucro de unos pocos. Y que muchos despojados lo apoyarían en las urnas con entusiasmo. Si estamos financiando hasta la propaganda que pretende borrar la tragedia de las residencias con falsas versiones edulcoradas. 

Me cuesta contemplar cómo la mayor revolución en España del ultimo cuarto del siglo XX -la del feminismo que llevamos a cabo las mujeres contra altos muros de intolerancia incrustados en nuestras vidas- iba a verse otra vez reprimida y perseguidas sus defensoras. 

Duele constatar la degradación del periodismo que tanto costó reedificar también -desde casi la nada-, que se vende por un plato de lentejas -o de caviar, da igual- para convertirse, ése, en uno de los mayores problemas de la democracia. Nunca pensé ver a quienes eligiendo esta profesión para informar a los ciudadanos como dedicación profesional, les hagan un daño irreparable.

Nunca creí, en definitiva, cuando estrenamos la democracia que la política tramposa y sin alma volviera al poder como elección de los votantes. O se quisiera retroceder en derechos y libertades -desde condiciones laborales a leyes para la igualdad-, con tan poca cabeza, por un conservadurismo torpe, incluso por un odio inoculado totalmente irracional.

Nunca preví que con la progresión del tiempo acabaría escribiendo todo esto con tan poca esperanza, solo porque quien puede hacerlo -desde las alturas a pie de calle y de voto- parece no querer ni entender lo que está en juego. Nunca creí que se prolongaría tanto convivir en una sociedad con esos sectores ciudadanos tan manipulables que se estiman tan poco a sí mismos como a lo que representa el bien común.