Pablo Casado: una mentira cada 2 minutos en TVE
Fueron 13 las veces que, durante apenas 30 minutos, el presidente del PP respondió con falsedades a las preguntas de Carlos Franganillo, conductor del Telediario de la noche de TVE. Una, cada 2 minutos 23 segundos. El periodista Fernando Varela las recogió en Infolibre cotejándolas con la verdad, es ya un deber a realizar aunque no se prodigue. Ocurrió al tiempo que varias noticias confluían para corroborar -de nuevo- la dejación ética que lastra a este país. Y probablemente hay una relación directa que fija causas y efectos y explica gran parte de lo que nos ocurre en España.
El presidente del partido mayoritario de la derecha se puede permitir mentir y difamar en prime time y será lo que quede, dado que TVE publicita después la sarta de falacias que dice. Una entrevista periodística no es la que brinda un micrófono a una persona para que suelte lo que le viene en gana sin que quede clara la verdad de los hechos. Eso es darle un altavoz promocional. Y, si es el caso, la falta de escrúpulos del entrevistado, la siembra impune de mentiras, hace un grave daño a la sociedad. Hay personas tan acostumbradas a mentir que lo hacen con soltura y numerosos incautos caen en su trampa.
Lamento que esto ocurra en la televisión pública. También en la pública. No son ni mucho menos los peores y Carlos Franganillo en concreto es un buen periodista y con prestigio. Lo que, por otro lado, da más credibilidad a lo que diga el entrevistado si no le rebate. La mayor gravedad reside en que se ha convertido en una costumbre generalizada que las entrevistas a políticos no sean tales sino una oportunidad para que, si les place, incrusten consignas y calumnias. Y la propaganda apenas camuflada, la desinformación rotunda, es causa directa de esa laxitud moral que se extiende por los grandes asuntos patrios.
Como demuestra Fernando Varela, el líder del PP negó haber impuesto un cordón sanitario a Unidas Podemos para renovar el CGPJ, que decidiese vender la sede de Génova por culpa de la corrupción o que nunca haya habido indultos en contra de la opinión del tribunal sentenciador. Y aseguró que Podemos se financia con dinero procedente del extranjero. Todo esto es demostrablemente falso. Casado engordó las cifras del paro. La de los votos del PP en el pasado. Se saltó con pértiga la separación de poderes consustancial a la democracia para culpar al Gobierno de que la justicia italiana no entregue a Puigdemont. Y hasta en plena efervescencia embustera insistió en que Sánchez tiene el apoyo de una antigua banda terrorista. Ese PP que no hace asco alguno a usar el terrorismo a su favor electoral. Para así asegurar que el gobierno español es el más radical de Europa, más que los de Hungría y Polonia. Hizo uso Casado de su proverbial sentido de la inoportunidad, dado que el Tribunal Constitucional polaco sacó este jueves al país del ordenamiento jurídico de la Unión Europea. Por la derecha, por la ultraderecha. Esa ultraderecha que ha venido contando con el apoyo del PP español precisamente.
Esto no es juego político. Es hacer de la mentira, la insidia y la bronca la base de un programa para ganar votos. Como toda la extrema derecha neofascista que se está extendiendo en peligroso virus y eso sí es que es cierto.
A estas alturas de la historia de España no podemos esperar que Juan Carlos de Borbón -al que se dispone a exonerar la Fiscalía española, según se ha filtrado- se convierta en un ejemplo de honestidad. Ni que los grandes poderes del Estado nos eximan de esa consideración de vasallos que han de tragar unas prebendas en las élites semejantes, guardando las distancias, al medieval derecho de pernada. Tampoco parece fácil por este camino librarnos de lawfare que condena por ideología sin pruebas concluyentes y libra evidencias palmarias a quien estima le debe y demos pleitesía. Las lecciones que España da sobre la impunidad de los grandes tramposos calan en el alma de esta sociedad por generaciones.
Cuestiones esenciales de ardua solución, sin duda. Pero al menos sí debemos exigir que los periodistas ejerzan el periodismo y se sacudan las costumbres malsanas. Es un principio de efectividad real. En el mundo anglosajón no solían permitir que los políticos mintieran a saco sin contar la verdad y situarla en su cara. De hecho, con Donald Trump precisamente –por ser una gran fuente de audiencia- se relajó la costumbre, pero al final cuando ya se vislumbraba hasta el asalto al Capitolio de sus descerebradas turbas, la prensa norteamericana sí reaccionó para informar con rigor.
Los apoyos republicanos que se apartaron del magnate vuelven al redil porque, dada la destrucción del partido, no deben encontrar mejor forma de mantener los beneficios de los que disfrutaban. Aquí Ayuso se erige en avanzadilla de la lucha contra el tímido control de algunos alquileres, mintiendo también a unos niveles de descaro como si no hubiera hecho otra cosa en su vida.
No es posible edificar nada en el barrizal de la mentira. Insisto una y otra vez porque el problema se agranda con visos de sepultarnos. No es posible que ciudadanos incautos den por veraces las palabras de Casado o Ayuso y tantos otros cuando mienten hasta sonrojar de vergüenza ajena la decencia de quienes les escuchan. Es imprescindible disipar el ruido que oculta informaciones reales y de calado. Tenemos motivos para el orgullo y para labrar la esperanza que se ahogan bajo ese manto de basura que extienden a diario.
Hay que poner remedio a la desinformación. Cambiar sobre todo esos esquemas nocivos que se han ido imponiendo. Las noticias con raíces profundas no caducan. El contexto precede al presente y juntos prevén el futuro. Y poner en práctica principios básicos como que los políticos no se sientan en una entrevista para soltar su programa y calumniar a sus rivales, sino para responder a las preguntas que interesan a la sociedad y que los periodistas les plantean. ¿De verdad hay que explicarlo?
PD.
Los periodistas Maria Ressa (filipina) y Dmitry Muratov (ruso) han ganado este mismo viernes el Premio Nobel de la Paz. Los Nobel son concedidos a trabajos extraordinarios en campos como la ciencia, las letras y las humanidades. No deja de ser curioso que sea considerado casi excepcional hacer buen periodismo y en circunstancias difíciles. Debería ser lo habitual. Y más sin que el ejercicio de la profesión suponga un riesgo vital. Y es que el Comité del Nobel ha querido recalcar en ellos que “un periodismo libre, independiente y basado en hechos sirve como protección frente a los abusos del poder, las mentiras y la propaganda”. Poco más que añadir.
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