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No son los bares, es el curro

La crisis del coronavirus impacta duramente en los negocios de restauración.

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No hay nada más lógico desde el punto de vista material que un camarero precario votando a Isabel Díaz Ayuso. Existe la pulsión moralista de la izquierda de insultar y despreciar a quien con un sueldo temporal elige votar a la derecha cuando en la situación actual y con el debate público predominante es de una lógica abrumadora. El trabajador temporal precario no votó por tomarse unas cañas, sino por seguir poniéndolas o tener la posibilidad de ponerlas en uno de los negocios de restauración que han estado meses cerrados. Votó por mantener su curro, por el miedo a la incertidumbre de perder lo poco que tiene. Las crisis activan el sentimiento más conservador en quienes menos tienen cuando han visto la posibilidad concreta de perder su trabajo y su medio de subsistencia. Se ha creado un relato mayoritario que circunscribía el debate electoral a una derecha que abogaba por no cerrar los negocios para combatir la pandemia y una izquierda que primaba la situación sanitaria a la economía. No han dejado otra salida lógica a quien teme perder su empleo.  

Isabel Díaz Ayuso eligió algo tangible, visible, que trufa cada barrio y atraviesa a cada ciudadano de una manera diferente. Puso en el centro de la campaña los bares como elemento simbólico sobre el que construir una realidad, un deseo y una aspiración. Los bares son un significante sobre el que cada persona puede edificar un anhelo, una esperanza que todos ansiamos, recuperar la vida de 2019, dejar atrás la pandemia y olvidar una pesadilla que incluso el más convencido militante de izquierdas ansía con vehemencia. 

Los bares no son unas cañas. Es la interpretación sencilla, comprensible y pedagógica de una realidad mucho más amplia. Los bares son el curro de mucha gente, no solo el negocio de unos empresarios millonarios que con franquicias viven en La Moraleja, también son una PYME con dos empleados, el negocio de un autónomo o el curro de una familia apurada a final de mes. Los bares son el sustento de una gran proporción de la clase trabajadora de este país que gracias a los ERTES pudo sobrevivir en lo peor de la pandemia pero que ya lo pasa suficientemente mal con el sueldo completo como para poder mantenerse seis meses con un 70%. 

Los bares son un constructo transversal que llega a cada familia de una manera u otra y que ha sido utilizado como un elemento de marketing político brillante para tocar las necesidades sociales, materiales y vitales de cada madrileño de una manera u otra. Ayuso ha hecho política del relato en mayúsculas y maniató a la izquierda obligándole a una campaña reactiva que la ubicaba en una posición de restricciones, malos pensamientos, depresión y precariedad. Una posición tramposa y endiablada que situaba a quien defendía la salud y la vida como el enemigo de nuestras aspiraciones vitales pospandémicas. 

Los bares también son unas cañas. Lo que representan después de un año sin poder ver a tus padres, sin poder celebrar con tus amigos o sin poder salir de tu casa y olvidar de manera coyuntural el drama vivido de los últimos meses. Los bares representan el contacto social, la recuperación de la conversación mirando a los ojos con quien más quieres. El recuerdo de la alegría y la celebración. Un mensaje de ese tipo tiene la capacidad de calar en las bases ideológicas del adversario, siendo consciente de que es un hábitat coyuntural que desaparecerá cuando la normalidad vuelva tras la pandemia. 

El ecosistema madrileño tiene unas peculiaridades específicas y estructurales que trascienden el relato de campaña de Isabel Díaz Ayuso. 25 años de gobierno han abonado el terreno para que un mensaje tan simple en unas condiciones tan especiales haya logrado calar más allá de su bloque electoral habitual para medrar en un electorado menos ideologizado, con unas fronteras políticas más difusas y que vota por unos elementos mucho más emocionales y sencillos que le permiten transitar de un partido a otro. La victoria del PP en feudos históricos del PSOE muestra cómo la política de bloques puede diluirse con unas apelaciones emocionales y populistas determinadas si se sabe diagnosticar el momento. Pero los tiempos cambian rápido, los mismos elementos discursivos que han servido a Ayuso para derrotar de manera contundente a la izquierda pueden no existir en dos años. 

Se han transitado muchas posiciones dilemáticas durante la campaña que funcionaban como trampantojo de una realidad social que solo ha conseguido desencriptar el equipo de Isabel Díaz Ayuso. No se trataba de libertad ni de comunismo, ni de democracia ni de fascismo. Se ha votado salir de la pandemia de la manera más rápida posible y asumiendo los costes sanitarios. Para la clase trabajadora se trataba de recuperar algo de certidumbre y convertir en oráculo a Beatriz Fanjul. Se trataba de recuperar lo malo conocido, la situación de 2019, con todo lo precario y agobiante que ese mundo tuviera.

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