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No en nuestro nombre

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias antes de su reunión para abordar la investidura.

Antón Losada

Así pues, caminamos hacia una repetición electoral en noviembre, al final de una campaña con la izquierda a bofetadas, dando más declaraciones picantes y portadas escandalosas que en una separación del Sálvame, y la derecha movilizada y entusiasmada porque le regalan una segunda oportunidad cuando ya daba por perdida la legislatura. ¿Qué puede salir mal? Después no vengan llorando, ni diciendo que no les avisaron.

La última vez que, en España, la izquierda no se puso de acuerdo para gobernar y alguien prefirió ir a elecciones porque pensaba que así dejaría al socio convertido en el chico de los recados, era 2016 y la única beneficiada fue la derecha. El empeño de tantos por ignorar los precedentes reales más próximos y refugiarse en modelos y previsiones resulta irracional. Que lo hagan, además, sin más argumento que una colección de condicionales y desiderátums, se antoja pasmoso. Si algo sabemos es que la historia tiende a repetirse y ahora, además, hemos aprendido que lo hace cada vez más rápido.

Cabe suponer que alguien estará argumentando que Mariano Rajoy aumentó su ventaja en la repetición de julio porque era el partido más votado y la gente quería estabilidad, no por su orientación ideológica. Si alguien en Moncloa cree que a la izquierda se le quedaron en casa más de un millón de votantes en 2016 porque lo que querían era estabilidad, y ahora van a salir a votar en tromba a apoyar a Pedro Sánchez porque lo que siguen anhelando es estabilidad, puede que no conozcan del todo a sus votantes y no acaben de entender por qué el electorado progresista se movilizó como lo hizo en abril.

Miren el postelectoral del CIS. La fuerza primordial que movió a la izquierda no fue el miedo. Fue la expectativa de que era posible un gobierno de izquierdas basado en la cooperación y el compromiso. En noviembre, la oferta de esa expectativa sí que habrá caducado y no quedará mucho con que meter miedo, excepto los fantasmas de las recesiones pasadas y la recesión futura.

Si lo van a hacer, al menos no digan que lo hacen por nosotros. Nos merecemos ese mínimo respeto. Volver a las urnas en noviembre significa que nos devuelven, para que se lo arreglemos, el problema que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, no nosotros, han creado con su mutua desconfianza. Que nuestro voto resuelva lo que ellos son incapaces. Pero la política no funciona así. Votamos para que ellos atiendan nuestros problemas. No vamos a las urnas para despejar los suyos.

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