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El país burbujeante

Idealista, portal inmobiliario de SIMed 2017, que se celebrará en Fycma del 10 al 12 de noviembre

Jose A. Pérez Ledo

Cuando estalló la crisis, tal vez se acuerde, todo el mundo citaba a los chinos. “Una crisis es una oportunidad”, decían. Eso nos aportó un neologismo, coach, que desembarcó en nuestro país con esa espiritualidad capitalista de la reinvención profesional. Quedarte en el paro, según esta filosofía, era una inmejorable coyuntura para hacer aquello que siempre habías soñado, desde plantar ajos en la terraza a montar una barbería con el dinero de tus padres.

También se dijo que la crisis podría tener una cara positiva: los españoles aprenderíamos, por la vía de la frustración, a valorar las cosas pequeñas, a no dejarnos arrastrar por los espejismos del capital, a ser financieramente responsables. Que las calles se llenasen de gente rebuscando en la basura, que decenas de miles de personas tuviesen que acudir a la caridad era una excelente noticia para nuestra conciencia como sociedad, porque eso nos demostraba que se puede tirar un rato más con el iPhone 6.

En estos diez años de vibrantes oportunidades hemos descubierto que ser mileurista, quién lo iba a decir, era poco menos que un privilegio. Pasamos del “no vas a tener casa en la puta vida” al “no vas a tener trabajo en la puta vida”, y de ahí al “quizá sí lo tengas, pero seguirás siendo pobre”. Eso, nos dijeron los gurús del optimismo, nos haría más fuertes y mejores, pero resulta que nos ha hecho más débiles e insignificantes.

Bien, pues tras una década de hundimiento y aprendizaje, la sombra de la burbuja inmobiliaria asoma de nuevo en el horizonte. Eso dice Fitch, la agencia de calificación de riesgo. Según sus datos, el precio de la vivienda en el centro de Madrid y Barcelona experimenta un “aumento extremo”.

No tenemos por qué fiarnos de Fitch, desde luego, pero el método empírico apunta en la misma dirección. Basta con echar un ojo a los alquileres y ventas en las grandes ciudades para descubrir que la cosa empieza a salirse de madre. Lentamente, sin escándalos.

Reconforta saber que nuestro país no renuncia a sus valores tradicionales como el empecinamiento. Si tenemos suerte, antes de que otra burbuja nos reviente en los morros, podremos vivir una nueva edad dorada, un remake de los 90 ahora que tanto se lleva la nostalgia. Bastaría con que durase unos años, lo justo para confiarnos y disfrutar un poco de las trivialidades de la vida. Lo justo para hipotecarnos otra vez a treinta o cuarenta años. Lo justo para endeudar a nuestros hijos.

La crisis ha sido, sin duda, una estupenda oportunidad para aprender de nuestros errores. Lamentablemente, nos pilló sobreviviendo.

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