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El partido al que he dedicado toda mi vida

El exministro de Transportes y José Luis Ábalos en una sesión plenaria en el Congreso.

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Cada vez que un político se aferra a su escaño contra su propio partido, no busques explicaciones políticas (luchas internas, cuentas pendientes) o judiciales (aforamiento frente a responsabilidades penales). Empieza por echar un vistazo a su vida laboral, que a veces no hace falta buscar más: la explicación más sencilla suele ser una nómina, y el pánico a no tener dónde caerse.

No sé si es el caso del ex ministro Ábalos, dispuesto a atrincherarse en el Grupo Mixto tras haber sido uno de los hombres más poderosos del PSOE y de la total confianza del presidente Sánchez; pero la verdad es que impresiona leer su currículum: 41 años ininterrumpidos de carrera política. Repito, que no te veo sorprendido: 41 años ininterrumpidos de carrera política. Ni una sola nómina que no viniera de ser cargo público o cargo de confianza de otros cargos públicos. Te has pasado desde los 23 hasta los 64 años al calor de tu partido, normal que te tiemblen las piernas cuando te dejan fuera. “El partido al que he dedicado toda mi vida”, dijo Ábalos este martes, con despecho de quien se siente maltratado y espera una compensación.

José Luis Ábalos debutó en 1983 como jefe de gabinete del Delegado del Gobierno en la Comunidad Valenciana, de ahí pasó al gabinete del conseller de Trabajo en la misma comunidad, fue luego director de Cooperación Internacional de la Generalitat, cargo que dejó para ser asesor en el ayuntamiento de Valencia, después concejal y diputado provincial; hasta que se fue al Congreso en la IX legislatura y ya no se bajó del escaño, renovando como diputado en otras seis elecciones durante 16 años, además de ser ministro tres años. Solo enumero cargos públicos, a los que habría que sumar los orgánicos en su partido, que también suelen estar retribuidos.

Cuatro décadas de liana en liana, imagínate el vértigo cuando al estirar el brazo no hay ya nada a lo que agarrarte: te coges con las dos manos y con los dientes a la última liana y ahí te quedas colgado, se pongan como se pongan, porque si te sueltas te das un trompazo. La alternativa en el mejor de los casos es volver a un trabajo que dejaste cuarenta años atrás (leo que Ábalos fue muy brevemente maestro de Primaria), del que ya no sabes nada y con un sueldo muy inferior. En el peor de los casos, rogar porque tu partido te encuentre una salida digna hasta la jubilación, o que algún viejo conocido te acoja en su empresa, consultora o fundación; ambos destinos muy improbables cuando te vas como un apestado tras el caso de las mascarillas.

No lo disculpo, pero es humanamente comprensible. Y es un mal muy extendido en la política española, incluida por cierto la “nueva política”, donde también vemos gente que tuvo la primera nómina de su vida a cuenta del partido, y a partir de ahí ha desarrollado similar habilidad para viajar de liana en liana.

Yo no quiero que la política se convierta en un coto para quienes tienen la vida resuelta en lo económico. Y soy partidario de que quien entrega unos años a la actividad pública tenga ciertas facilidades para aterrizar de vuelta al mundo laboral, porque de lo contrario nadie estaría dispuesto, más que los ya mencionados de vida resuelta, o pasarían por el cargo demasiado preocupados por resolvérsela para después. En el caso de Ábalos, no parece que haya estado cuatro décadas calentando una silla mano sobre mano: estoy seguro de que ha trabajado lo suyo, se ha comido muchos marrones y hasta puede que le debamos agradecimiento por servicios prestados. Y pese a su responsabilidad política, nada indica que se haya enriquecido con las famosas mascarillas. Pero se ha quedado colgado de la liana.

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