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Perdonen que discrepe

El rey Felipe VI visita la exposición dedicada al que fuera presidente de la II República Manuel Azaña en la Biblioteca Nacional de España. EFE/ Mariscal POOL

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La única barrera para el fanatismo asesino es vivir en una sociedad plural en la que los contrapesos institucionales de otras doctrinas y otros poderes nos impida ir hasta el final de los nuestros propios

Jean François Revel

Comprenderán que es un perdón retórico el que les solicito. Hace tiempo que decidí vivir fuera del rebaño, así que no tengo miedo a que no les guste lo que digo a unos o que les entusiasme a otros o incluso a los contrarios. El deber de honestidad con uno mismo es algo que está por encima de cualquier otra cosa, sobre todo si la cosa es una tendencia o un aquelarre.

También me sorprenden mucho los que se muestran decepcionados cuando la opinión de uno no coincide con la suya. Les digo que me sorprende, pero no es cierto, en realidad me reafirma. Una referencia, un liderazgo de opinión, no consiste en afiliarte a unas filas y replicar lo que se espera de ti. Vale, sí, podría hacerlo y olvidarme de esta columna en diez minutos y estar segura de que mañana será un tranquilo día de chimenea y libro. No estoy hecha de esa pasta. Disculpen pues que discrepe porque es lo único que me va a permitir seguir en paz conmigo misma, que a estas alturas de una vida en la que ya le vi la cara a la muerte es lo único que de verdad me importa.

No busco el aplauso, no soy un clown.

Así que discrepo porque es mi vocación pero también mi obligación. Lo primero que me enseñaron en la carrera —esa que algunos dicen que no les sirvió de nada— fue que no me dejara marcar la agenda y menos por los políticos. Eso vale lo mismo si los políticos te gustan o si los odias. Esa maquinaria que parece obligarnos a debatir ahora, a fuego y plomo, como si nos fuera la vida, la dicotomía monarquía-república es una maquinaria inteligente pero interesada. Siendo como soy una republicana intelectual —es imposible ser monárquico con la razón pura en la mano— tengo clarísimo que la polémica, buscada, está planteada de forma torticera.

Es obvio que el comportamiento del anterior jefe del Estado fue inadmisible y puede que delictivo, y también que es un exceso que la inviolabilidad de los actos del cargo cubra también los privados, pero Juan Carlos I abdicó y esa fue la sentencia política. No sé en qué acabará la historia y si llegarán a abrirse esos procedimientos judiciales que no existen pero sí sé que no se podría consentir que el jefe del Estado se refiriera en términos condenatorios ni lesivos para la presunción de inocencia a ningún ciudadano concreto, tampoco a su propio padre.

La justicia no la ejerce el jefe del Estado —sea rey o presidente— y el sacramento de la confesión y de la penitencia, tampoco —esa es cosa de creyentes y de curas y de papas—, así que pedirle al actual jefe del Estado que condene como juez o que pida perdón como pecador en un discurso de Navidad es ser más súbdito de lo que ningún ciudadano democrático puede permitirse. El jefe del Estado tiene un papel constitucional y, afortunadamente, procura no salirse mucho de él. Cuando se sale, como en aquel famoso tres de octubre, también hay que decirlo. Ahora que los políticos y los parlamentarios no respetan ni las tribunas ni los escaños, que se comportan a veces como locos de taberna, apretar al jefe del Estado para que entre en esa dinámica no es sino pretender hacer saltar la última barrera, probablemente por ver si todo se desborda.

No, la verdadera disquisición que plantean los que impulsan la polémica es la siguiente: ¿cambiamos la Constitución para cambiar la forma del Estado? Verán, es que caiga un rey o caigan dos, lo cierto es que la Carta Magna nos obligaría a seguir la línea sucesoria hasta Froilán si fuera preciso. La monarquía solo puede caer si cae la Constitución. La verdadera pregunta es: ¿Constitución vigente o la incertidumbre total de una presunta nueva Constitución? Como verán, si la pregunta se plantea así, por muy republicano de alma y de mente que uno sea, tal vez comience a contestar diferente.

Solo quienes están dispuestos a asumir que un periodo convulso, incierto y de salida no vislumbrada es mejor que la actual situación pueden dedicarse a sacudir la encina. Yo no digo que ellos no sean los valientes, no me atrevería, yo solo considero desde mi modesto punto de vista que este es un periodo histórico terrible para buscar un consenso constitucional y que quizá el resultado sería peor que el que se logró en 1978. Serán cosas de viejuna, no lo niego. Yo no voté la actual Constitución y sin embargo tengo los suficientes recuerdos de niñez y adolescencia como para saber que es un milagro —que intentaron reventar muchos y muchas veces— y que consiguió un marco de libertad que aún no hemos ni terminado de explorar, de lo amplio que resulta si no lo pervierten.

Felipe VI sí mencionó al elefante en su discurso. Podría haber sido tal vez un poco más extenso pero, la verdad, dudo que más intenso. Nos dijo que lo de su padre es una cagada y que él, desde el principio, se ha dado cuenta de que las cosas no pueden ser así. Dijo claramente que lo suyo es otro rollo y que le demos la oportunidad de demostrarlo. En ningún régimen libre un hijo es responsable de los pecados, errores o delitos del padre. Felipe VI no es rey por su padre —que abdicó como pago político por sus andanzas, no lo olvidemos— sino por la Constitución. ¿Quieren que tiremos la Constitución e intentemos hacer otra ahora? Esa es la pregunta que directamente debe contestarse cada uno.

Sobre su padre queda la incertidumbre de la Justicia y esa es otra cuestión que me da para varias columnas más. Lo que podemos exigir es que no se construya un burladero alrededor del emérito, tal vez que deje de serlo, o que sea tratado como cualquier ciudadano ya que, a fin de cuentas, ahora lo es. Ya no es el jefe del Estado. En Francia o USA y el resto de países, el jefe del Estado también tiene inmunidad respecto a sus actos políticos. Aquí el problema es que eso se amplió a los actos privados y se ha utilizado cortesanamente para tapar desde los hijos naturales hasta la corrupción y las prebendas.

Escribir todo esto no me hace menos republicana aunque, es obvio, me hace menos revolucionaria.

¿Constitución o revolución?

A lo mejor si en vez de apelar a los sentimientos y a la rabia al Borbón y al pueblo que lincha les hicieran esa simple y llana pregunta, cada uno encontraría mejor la solución.

En todo caso, escuchen, no salgan a quemar a nadie. No es propio de los tiempos. Asumamos que a ese dilema no todos vamos a responder igual ni dentro de las mismas filas. Nos podemos apreciar igual. ¡Ah, y recuerden que lo importante de verdad ahora es salir de esta pandemia, recobrar la libertad, evitar la pobreza masiva y recuperar el pulso social! Lo de distraerse con la pirueta del sans culotte puede estar bien para un ratito pero no es, desde luego, no ya la luna sino ni siquiera el dedo.

A mí, perdónenme que no corra hoy a asaltar las Tullerías ni el Palacio de Invierno ni siquiera la Zarzuela. Hace demasiado frío y el virus está demasiado suelto.

Discrepar es la vida si uno tiene razones para sustentarlo.

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