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El perro del tío Jorge

En otro tiempo, subía y bajaba el barranco calcáreo a toda velocidad. De aquel tiempo, solo conserva la bravura y casi todos los dientes.

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El perro del tío Jorge está ciego y nunca deja de ladrar. Gruñe en verano y en invierno, y enloquece cuando pasas por su lado. Es capaz de detectarte a más de cien metros con solo estirar el pescuezo. El barrio entero lo escucha por las noches. Cuando el calor afloja y empiezan a ulular los búhos, inicia una competición eterna con otros dos o tres perros vecinos más jóvenes y fuertes, y la ópera de ladridos se torna estridente.

Se podría decir que el animal es el guardián de una montaña entera porque, para llegar a la Muela de mi pueblo, sembrada de almendros, aliagas y escolopendras, hay que pasar por un camino estrecho que él custodia casi todo el tiempo. Da igual que lo hagas con sigilo o a toda velocidad, de todos modos está preparado para ahuyentarte.

Ahora siempre está solo porque su dueño, el tío Jorge, murió y porque el hijo del viejo, Pedro, también murió. Así que el chucho, que tiene los ojos blancos, el hocico afilado y da un miedo considerable, siempre está protestando. Si pasas, porque pasas; si no pasas, porque está solo. Su único momento de paz, cuando llega la visita diaria y el alimento. Esa es la mejor ocasión para pasar por delante y no sufrir un leve vuelco al corazón.

La pobre criatura, un pastor alemán exhausto, es tan viejo que, si le miras fijamente, ves cómo le tiemblan los tendones de las piernas y el morro. En otro tiempo, subía y bajaba el barranco calcáreo a toda velocidad, fuerte y feroz, removiendo la tierra seca con sus garras y espantando a las liebres. De aquellos días, solo conserva la bravura y casi todos los dientes. 

Padre e hijo murieron antes de la pandemia, nuevo hito que marca el devenir de las cosas, sus implicaciones y las nuevas cronologías. Cristo, la Guerra Civil, el euro y la pandemia. En la imaginación colectiva ya existe un antes y un después del virus que es pretérito e imborrable.

El chucho de todo esto no sabe nada. La bestia cegada puede apreciar, como mucho, que antes estaba solo y que ahora aún lo está más en su caseta de ladrillo rojo y cemento ennegrecido.

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