Lo utópico y lo pragmático
La congregación lo tiene claro: las propuestas de Podemos y la izquierda en general son irrealizables. Id y comunicad la sentencia de la alta magistratura por los cauces habituales. Y la consigna vuela en todos los tonos, desde la condescendencia a la amenaza e incluso la desesperación. Alguna mosca entre los votantes se pegará al reclamo impregnado de miel. O de hiel.
Lo auténticamente quimérico hubiera parecido un sistema en el que se paga con dinero de todos el rescate a los bancos por sus malas prácticas. Y que, como sucedió este mismo lunes, se regale prácticamente Catalunya Banc al BBVA perdiendo casi 12.000 millones de euros procedentes de nuestros impuestos, a los que prevén añadir no menos de 300 millones más para cubrir distintos pufos como las preferentes o las cláusulas suelo. Que se prime –y se logre- en general el enriquecimiento desmesurado de unos pocos a costa de la mayoría. Y ahí lo tenemos. Lo irreal era imaginar que ciudadanos adultos aceptaran una merma radical de sus condiciones de vida sin rechistar, como así han hecho. Que permitieran la rebaja de sus sueldos, el restringir la comida de sus hijos o cercenarles el futuro. Devaluar su educación, repagar en sanidad llegando a prever que si cae una enfermedad cara te puedes dar por muerto si no tienes dinero para curarte. Ilusorio resultaba que personas poseedoras de unos derechos, unos servicios y una vida perdieran tanto y no montaran un auténtico escándalo. Que bajaran la cerviz ante el brutal aumento de las desigualdades que han traído políticas deliberadas para llegar a ese fin. Pero ha sucedido.
A cualquiera que le hubieran dicho hace 5 años que tragaría lo que ha tragado, no lo hubiera creído. Sería digno de ver cómo se expresan los ejecutores en sus reuniones, deben estar asombrados de que cuele tanto atropello, tanta mentira, tan burdas consignas. A alguno de ellos –como Santamaría o Montoro- hasta se le escapa a veces una risa burlona.
Las aberraciones que pasan por ser de lo más coherente y ortodoxo tienen un amplio recorrido. Por ejemplo que un gobierno pague a una empresa que produce terremotos (de Florentino Pérez por más señas) dinero público para que cese esa actividad. O que hayan quedado impunes las muertes de seres humanos a quienes se disparó pelotas de goma en Ceuta mientras nadaban indefensos. O que se maltrate de forma alucinante a los enfermos. Como al que han reducido su pensión de invalidez absoluta, entendiendo que “ayudar a los enfermos es como un trabajo” y que igual no está tan malo. O que sancione la presunta bondad de la Reforma Laboral su inspirador, devenido en presidente del Tribunal Constitucional por el cupo de jueces que pertenece al PP. El propio hecho de que los tribunales de Justicia se formen por cuotas de partidos da idea de la calidad de nuestra democracia que, por definición, establece la separación de poderes.
Pura ficción hubiera parecido que se fuera convenciendo sucesivamente a la opinión pública de que “alquilar es tirar el dinero”, “comprar es una inversión que siempre se recupera”, “te dimos la hipoteca por un valor, pero ahora que no puedes pagar las cuotas, se ha depreciado que no veas”,“vete a la calle que este piso es del banco y encima le debes dinero” y “ni se te ocurra acercarte a parar el desahucio que te clavo una multa de 30.001 euros”. ¿A qué eso hubiera parecido por completo absurdo?
Lo delirante era suponer que un partido con caja B –según confirma la policía judicial, el juez y Hacienda- siga tan campante al frente del gobierno. Que continúen cobrando sobresueldos –al menos los que según Rajoy “cobra todo el mundo” por no hablar de que para algo estará ahí esa caja de dinero negro- y que se atrevan a hablar de regeneración. Habrá que oír sus carcajadas sin micrófonos.
Lo fantástico es comprobar que todo esto y mucho más es obviado o aligerado por unos medios de comunicación entregados al poder o al dinero que palia su ruina (por una temporada al menos). Porque algunos políticos ya habían avisado –siquiera en conversaciones grabadas- que entraban en esto “para forrarse” o que pretendían joder a los perdedores en las urnas, como dijo en sede parlamentario la diputada popular Andrea Fabra en aquellos inicios prometedores. Pero, como periodista, me cuesta entender, me parece irreal, que existan personas amparando, desde la manipulación de la verdad, los atropellos a una sociedad a la que deberían prestar un servicio público. Lo asombroso es que pase por información la propaganda, por debate el espectáculo, por periodismo los intereses de partido y de empresa.
Cuando la congregación de notables afirma que una política diseñada para el bien común es utópica ¿en qué razones se basa? Dado que económica y socialmente es viable otra fiscalidad, la persecución del fraude, exigir la devolución de lo robado de las arcas públicas, o –entre otras muchas medidas- recuperar sectores estratégicos que muchos países incluso con mayoría de derechas conservan ¿Por qué dicen verlo irrealizable? El ataque de terror a que otra forma de organizarse les levante de la poltrona, es de una evidencia diáfana. Alguna desequilibrada anda como una peonza pasándose de vueltas. Entonces, ¿a qué se refieren? probablemente a que los poderes fácticos –buena parte de ellos mismos, para concretar- no permitirán que se alteren sus beneficios y prebendas. Y a que ellos, no solo no pondrán el mínimo reparo, sino que contribuirán a que todo siga como está. Sea cual sea la forma que se elija para detener el avance de la sociedad. Entonces ya estaríamos hablando de otra cosa, no de política realista. Ni siquiera de política.
Cuando un político, por muy bien intencionado que sea, afirma que es utópico atenuar las desigualdades y acabar con los recortes y abusos, que una vez que llegas al poder las cosas cambian, debe reconocer su impotencia y marcharse. Dejar sitio a otra persona que obre para lo que fue elegido: representante de la sociedad, uno más que trabaja por ella. No para sí mismo o para su grupo.
Y aquí estamos, con un sistema en el que la corrupción a todos los niveles y por múltiples flancos nos enfanga. Con una deuda pública disparada a un insólito 97% cuando “venden” recuperación. Saqueados, empobrecidos, engañados, insultados, apaleados, amordazados por leyes hechas para mantener los privilegios de unos pocos. ¿Esto es lo pragmático, lo realista?
¿Cuándo van a entender que hay amplios sectores de la sociedad que están hartos de ellos? ¿De qué se sorprenden? Llega un momento en el que, lejos de ser utópico, resulta de los más práctico asegurarse de que uno va a poder vivir con lo que gana, curarse si enferma, llegar a la vejez con una pensión digna, poseer derechos, no sufrir humillaciones en su dignidad, defenderse de las agresiones con una recuperada y regenerada justicia, ser libre y hasta feliz. Que como varias de mis amigas, jóvenes periodistas, podrán ejercer su profesión honestamente, en lugar de trabajar de dependientas en Primack, cajeras en Ikea o realizar innumerables masters para luego, preparadísimas, no encontrar trabajo. En la línea de muchos otros profesionales de cualquier actividad.
Lo práctico, lo posible, lo conveniente, es acabar por la vía de las urnas con este sistema que hizo posible el sueño de pisotear a toda una ciudadanía haciéndole engullir que eso es lo normal y lo realista.