Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

¿Estamos ante un populismo socialista?

Pedro Sánchez en su acto de proclamación como candidato, junto a su esposa. / Efe

José Antonio Pérez Tapias

Nuestras retinas hacen su trabajo y están acostumbradas a ver banderas de España de desmesurado tamaño ondeando, apabullantes y en solitario, en plazas de localidades donde gobierna el Partido Popular. Son prueba de su españolismo enfático. Por ello, podemos preguntarnos, ante el hecho inédito de un candidato socialista a la presidencia del gobierno que se presenta como tal teniendo de fondo una gran bandera de España, si el PSOE se aventura por los caminos de un nacionalismo españolista afirmado sin ambages. Es más, dado que el nacionalismo juega de muchas formas en el anchuroso campo de la política, y con frecuencia alimenta estrategias populistas, es pertinente interrogarnos acerca de si estamos ante un caso de “populismo socialista”.

La cuestión no es ociosa. Responderla nos ayudará a saber si el gesto de Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, a la sazón candidato tras ganar primarias por incomparecencia de otros que concurrieran a tan anunciada lid democrática, supone un punto de inflexión en la trayectoria del PSOE. ¿Es o no es señal de que el candidato, y el partido con él, se sitúa en el terreno de un populismo que, no sin contradicción, adjetivaríamos como socialista? La pregunta hay que hacerla para llegar al fondo de las cuestiones que en torno al caso afloran, trascendiendo análisis que constatan que, efectivamente, dado el debate desatado en torno a ello, estamos ante un magistral golpe de efecto. ¿Con qué criterios políticos enjuiciamos los hechos si un determinado acto puede verse justificado meramente por provocar un golpe de efecto, entendiendo por éste no más que impacto mediático?

Lo insólito de una escenografía tal que absorbe todo el discurso al que se pretendía que diera cobertura, pone de relieve su condición en sí misma de sobreactuación por parte del candidato, con lo que comporta de exceso “presidencialista” por parte de quien asume pautas de comportamiento importadas de culturas políticas ajenas a nuestros usos. Es bajo ese rubro como hay que computar también el papel atribuido a una esposa a la que se le asigna el rol de primera dama -imagino que con la venia de su Majestad la Reina-.

Hay que reconocer que una puesta en escena de este calibre pilló de improviso al mismo Partido Socialista, desde el cual es posible imaginar lo que se diría, con los pelos de punta ante una exagerada ostentación de nacionalismo españolista, si hubiera sido Rajoy, como candidato del PP, quien en mitin preelectoral hubiera aparecido con macrobandera española como telón de fondo. Dado que no se ha hecho desde las filas del PP, sino desde la cúspide del PSOE, las racionalizaciones justificatorias han pugnado por ser la explicación más plausible.

Así, dichas explicaciones han ido desde la alusión a la necesidad de contrarrestar el discurso de la derecha acusando al PSOE de desplazarse hacia el radicalismo y la extrema izquierda por sus pactos con Podemos, hasta aducir que con ese uso -en verdad, abuso- de la bandera se quería trasladar la imagen de un PSOE como partido de orden, al servicio del país, bajo el lema “un cambio que une”, que se quita de encima supuestos complejos izquierdistas en cuanto a la asunción de símbolos nacionales que se veían contaminados por la herencia de la dictadura.

Si las explicaciones ofrecidas desde el Partido Socialista, y sus analistas próximos, algunas motivaciones ofrecen de las que pueden darse como causas de la decisión sobre una escenografía tan insólita que convierte en pretexto el texto del discurso del candidato, hay que ahondar en la constelación de connotaciones simbólicas y referencias discursivas que se vieron anudadas hasta producir el acompasado maridaje entre significantes y significados que a lo largo del acto, obviamente pensado para su difusión mediática, se produjo. Además de retener los propósitos de luchar contra el paro y atajar la corrupción, y las invocaciones de pasada a un Estado laico y a una España federal, fácil fue captar la constante apelación a “amigos y amigas”, desplazando a fórmulas como las de “compañeros y compañeras”, como si hubiera que prescindir de referentes de partido para dirigirse en exclusiva a ese electorado amplio al que se le va a pedir el voto. Un desplazamiento como éste, expresado también en la retirada de simbología explícitamente socialista, entronca, sin duda, con las reiteradas referencias a la centralidad política en la que, a pesar de su condición evanescente, se quiere ubicar al PSOE, siempre bajo el dogma de que es en el presunto “centro” donde se ganan las elecciones -dogma elevado a mito que escamotea la realidad de que al PSOE se le fugan los votantes por la izquierda-.

Con todo, no estamos sólo ante una actuación coyuntural diseñada según pautas de marketing político -expresión que estimo contradictoria-, ni tratando solamente de realzar los valores constitucionales que pueden verse asociados a la bandera de España, apuntando a destiempo a la superación de viejos bloqueos por nostalgias antifranquistas; no, estamos ante un movimiento de fondo cuya relevancia no hay que infravalorar. Un acto que se anunció como acto de crucial importancia, dado el momento político, no presenta sólo elementos vinculados a la coyuntura, sino ingredientes de carácter estratégico. El secretario general del PSOE, con su candidatura, trata de resituar al partido, presentándolo como “partido de gobierno”, con un proyecto del que se vuelve a predicar su autonomía -sin aclarar cómo se conjuga esa autonomía con política de imprescindibles pactos-, y que trata de responder a demandas de un amplio espectro sociológico al que se apela hablando de “clases medias y trabajadoras” -sin extraer las conclusiones de la precarización que transversalmente afecta a esas clases, empobreciéndolas-.

Si es cierto que un proyecto socialista tendría que dar respuesta a unas clases medias en proceso de movilidad social descendente y a una clase obrera en precarización ascendente, se hace patente que para ganar apoyo social se expone además al conjunto de la sociedad española enarbolando la bandera de la que a la vez, y según obliga la corrección política, se dice que es de todos. De esta forma, al apoyarse en ese aglutinante para recuperar una posición hegemónica, el PSOE trata de disputarle al PP una de sus principales bazas populistas mientras compite por otro lado con una fuerza como Podemos, la cual pretende concitar la adhesión de “los de abajo” invocando su unidad como “pueblo” y acometiendo una discutible recuperación de la categoría de “patria” para su propio proyecto hegemónico.

Así, pues, el candidato del PSOE ha optado por hacer jugar a su partido en el tablero del populismo, combinando las referencias nacionalistas con propuestas socialdemócratas. De hecho, tal populismo socialista, que en vez de explotar los antagonismos se pone en esa posición intermedia entre otros populismos que es la mentada “centralidad”, es entendido como trampolín para acceder al gobierno de un Estado que, mediante muy comedidas reformas, se quiere hacer funcionar como marco institucional para el amortiguamiento de los conflictos que desgarran la realidad social. Se presenta un serio problema: que ese marco populista acabe tragándose el proyecto socialista.

Etiquetas
stats