Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El PP y la memoria de Miguel Ángel Blanco

Manifestación multitudinaria en Madrid por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, el 14 de julio de 1997.

Marco Schwartz

12 de julio de 2023 22:06 h

32

En uno de los momentos más tensos del debate entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo del lunes pasado, el líder del PP espetó a su contrincante con teatral solemnidad: “Hoy hace 26 años que secuestraron a Miguel Ángel Blanco. Jamás voy a gobernar ni a pactar con el brazo político de quienes lo planificaron, lo ejecutaron y lo aplaudieron. Por eso, señor Sánchez, de pactos usted no puede dar ninguna lección”.

Recuerdo como si fuera hoy aquella desgracia, que conmocionó a todos los demócratas españoles por encima de diferencias ideológicas. El 10 de julio de 1997, ETA secuestró al concejal del PP en Ermua y exigió para liberarlo el acercamiento de presos al País Vasco. El presidente Aznar se negó a cualquier concesión. Dos días después, tres etarras llevaron a Blanco en el maletero de un coche hasta un descampado y uno de ellos, Francisco Javier García Gaztelu, Txapote, le descerrajó dos tiros en la cabeza. Blanco no murió en el acto. Tras ser hallado con vida y trasladado a un hospital, falleció el día siguiente, 13 de julio, un día como hoy. En mi casa –como en tantos hogares- lloramos cuando la radio difundió la luctuosa noticia. Al día siguiente participamos en Madrid, junto a cientos de miles de ciudadanos, en la mayor manifestación contra el terrorismo que se haya realizado en España.

ETA ya había cometido numerosos asesinatos y los seguiría cometiendo después. Había matado a políticos del PP y del PSOE, a policías, a guardias civiles, a periodistas, a empresarios, a gente del común que tenía la mala ventura de coincidir en el sitio de sus atentados. Todos esos crímenes provocaban conmoción y la condena de los demócratas. Sin embargo, la muerte de Miguel Ángel Blanco movió las fibras emocionales de la sociedad de tal manera que produjo una especie de catarsis colectiva. Seguramente esta reacción guardaba relación con la juventud de la víctima (29 años), su amor por la música (era miembro de una banda de rock) y la larga tensión que vivió el país esperando, con el corazón en vilo, que los médicos obraran el milagro de salvarlo. El hecho es que Blanco, por estas y otras circunstancias, se convirtió en un símbolo de la unidad de los demócratas en la lucha contra la barbarie terrorista. Pero ya se sabe lo poco que le importan al PP los símbolos colectivos si necesita echar mano de ellos como instrumento de confrontación política.

Recordemos algunas cosas que pasaron tras la muerte de Miguel Ángel Blanco. Al año siguiente de su secuestro y asesinato, en septiembre de 1998, ETA anunció una tregua unilateral y, poco después, el Gobierno de Aznar comenzó a explorar una vía negociadora con la banda. En ese intento de aproximación, Aznar se convirtió en el primer –y único- presidente de la democracia en referirse a la organización terrorista por el nombre con que ella y su red de apoyos se autodenominaban: “Movimiento Vasco de Liberación”. Lo dijo tal cual, en una declaración solemne en la Moncloa. Promovió también una aproximación masiva de presos al País Vasco y las detenciones de etarras se redujeron al mínimo. La inmensa mayoría de la sociedad española, deseosa de poner fin al capítulo del terrorismo, apoyó al presidente. Aquel proceso fracasó.

Aznar no fue el primer presidente en buscar vías de negociación con ETA. Suárez y González lo hicieron antes que él. Y también lo hizo su sucesor, José Luis Rodríguez Zapatero. Sin embargo, el PP decidió, porque le salió de las narices, que este no tenía derecho de hacer lo que habían hecho sus antecesores y puso en marcha una brutal ofensiva, ampliada por sus tentáculos mediáticos, para impedirlo. El presidente socialista -¿recuerdan?- fue acusado en sede parlamentaria de “traicionar a los muertos”. Sin embargo, quiso el destino que fuese precisamente bajo su Gobierno cuando ETA anunció, el 20 de octubre de 2011, el cese definitivo de su actividad armada, algo que el PP sigue sin digerir hasta el día de hoy.

Poco antes, el conglomerado abertzale había entrado en un proceso de redefinición que desembocó, en abril de 2011, en la fundación de Bildu, una coalición heterogénea de formaciones soberanistas, entre ellas varias que habían rechazado la violencia terrorista. “Bildu no es ETA. El futuro de la sociedad vasca, guste o no en determinados sitios, se tiene que construir también con Bildu”, proclamó en enero de 2013 el entonces presidente del PP de Gipuzkoa, Borja Sémper. El mismo que hoy, como portavoz de campaña de Feijóo, participa activamente en la marea de criminalización contra Pedro Sánchez por sus “pactos con los terroristas”, que ha llegado a su paroxismo con el eslogan “Que te vote Txapote”.

Como en todas las guerras, la primera víctima en la que el PP mantiene contra Sánchez ha sido la verdad. Así haya que seguir repitiéndolo un día tras otro, Sánchez no tiene ningún pacto con Bildu, como el que sí tiene el PP con Vox en distintos territorios y que Feijó está dispuesto replicar si lo necesita para llegar a la Moncloa. El único pacto que selló el PSOE para formar gobierno fue con Unidas Podemos. Bildu, al igual que ERC, se abstuvo en la investidura de Sánchez y se ha opuesto en el Parlamento a diversas iniciativas del Ejecutivo, algunas de vital importancia como la reforma laboral, que salió milagrosamente adelante porque un diputado del PP se equivocó al votar. El PP, que hoy ya reconoce las bondades de dicha ley y no la incluye en su plan de “derogación del sanchismo”, hizo cuanto pudo en su momento por tumbarla, incluso torciendo el voto de dos tránsfugas de UPN que terminaron en sus filas. En su rechazo a la reforma coincidió con Bildu, lo que, si aplicamos la doctrina desquiciada de la derecha, los convertiría en aliados de los terroristas. También sería aliado de los terroristas el PP vasco, que a comienzos de junio pasado apoyó en el Parlamento autonómico una iniciativa de Bildu para el autoconsumo energético e incluso elogió el trabajo del diputado abertzale que la promovió. ¿Ha espetado Sémper a sus viejos compañeros de Euskadi que los vote Txapote?

Este año, el aniversario del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco coincide con la utilización más obscena que haya hecho el PP de ETA desde que Aznar difundiera en 2004 la mentira más deleznable en la historia reciente del país al achacar a esta organización los atentados del 11M cuando ya se sabía que eran autoría del terrorismo islámico. El PP no solo ha intensificado la agitación del ‘Que te vote Txapote’, sino que ha hecho algo más ignominioso si cabe: ante una petición formal de varias asociaciones de víctimas para que se distancien de ese eslogan por considerarlo una banalización del terrorismo, los populares ha respondido movilizando a otras víctimas –incluida la hermana de Blanco, diputada del PP en la Asamblea madrileña- para que defiendan el lema. Entre las que reprueban su uso está la hermana de otra víctima de Txapote, Gregorio Ordóñez, parlamentario vasco asesinado en 1995. Consuelo Ordóñez preside Covite, la asociación que, como recordaba Ignacio Escolar en este diario, fue la que alertó de que en las listas de Bildu para las elecciones del 28M había candidatos que cargaban a sus espaldas delitos de sangre. De modo que no se le podrá acusar de complacencia con el terrorismo.

Si hay alguien trabajando para dinamitar el recuerdo de Miguel Ángel Blanco es el PP, con su intento de apropiación y su manipulación política de ese símbolo de la unión de los españoles contra el terrorismo. Pese a todo, estoy convencido de que no lo conseguirán, por el arraigado significado emocional que el asesinado concejal de Ermua tiene en la memoria colectiva del país.

Etiquetas
stats