El PP se pierde en una guerra sin cuartel
Habrá amnistía y antes del verano se terminará aplicando a Puigdemont. También en breve habrá Presupuestos y con ello vida para la actual legislatura, al menos hasta 2025. Por último, dentro de no muchas semanas las llamas del 'caso Koldo' se irán aplacando y el asunto irá abandonando las primeras. Con un mínimo esfuerzo de desapasionamiento, esa es la perspectiva más razonable para el panorama político. Pero, ¿podrá el PP asumir que la guerra sin cuartel a la que hoy está lanzado le va a dar tan pocos frutos como los que le ha proporcionado hasta ahora?
No hay indicio alguno de que eso vaya a ocurrir en un horizonte temporal previsible. La línea política del PP y toda su capacidad de actuación, incluida la de su prensa adicta, ha quedado reducida ya desde hace tiempo a golpear con toda la fuerza posible pero cada vez con menos tiento al rival y todo indica que ya no sabe hacer otra cosa. Su aislamiento político, su imposibilidad de pactar con otro partido que no sea Vox, confirman que esa beligerancia a todo trapo es la única opción que le queda. La moderación ha quedado excluida de su práctica y de su horizonte.
Pero empieza a estar cada vez más claro que esa estrategia no es en absoluto rentable y va a serlo cada vez menos. Sin embargo, tampoco hay indicios de que el fracaso que ello supone esté haciendo mella en sus filas. En privado, algunos dirigentes y bastantes más militantes y simpatizantes, aunque tampoco tantísimos, expresan dudas sobre cómo su partido está haciendo las cosas, pero no parece posible que de ese malestar minoritario vaya a surgir una oposición interna que proponga una alternativa. Esta sólo surgirá, si surge, de una futura derrota electoral. Y la a la luz de las fuerzas en presencia, es perfectamente posible que quien sustituya a Alberto Núñez Feijóo sea aún más duro que éste.
Son unos cuantos los motivos que hacen pensar que un cambio de rumbo en el PP es bastante imposible. El más consistente de ellos es que el partido se ha ahormado en torno a la intransigencia y a los valores conservadores más extremos ya desde hace demasiados años. Las actitudes políticas de José María Aznar siguen siendo el referente, y su reciente vuelta al primer plano, para mandar, confirma que él sigue siendo el gran referente para la mayor parte de sus bases. Las veleidades moderadas, pésimamente gestionadas, que en su momento mostró Mariano Rajoy motivaron la aparición de Vox y nadie en el PP parece que quiere repetir esa experiencia.
En estos momentos la dirección del PP parece decidida no sólo a ocultar cualquier atisbo de decepción por el fracaso que supone la aprobación de la amnistía y la más que probable de los Presupuestos, sino a confiar en la dureza más extrema como argumento para reducir el peso de Vox y así batir a la izquierda en las elecciones europeas de junio. Y si el experimento les sale bien es muy probable que ese mismo planteamiento sea la base para abordar las próximas elecciones generales. Que podrían tener lugar en 2026 o incluso en 2027.
La guerra sin cuartel contra la izquierda va a durar, por tanto, aún mucho tiempo. La actitud de los medios conservadores va a ser un factor decisivo para que eso ocurra. Y por una razón que se impone a los demás: sus cuadros directivos y buena parte de su personal más relevante lleva tanto tiempo golpeando sin piedad al gobierno de coalición que seguramente ya no sabe hacer otra cosa.
El que la economía no vaya mal, y un año tras otro, además, no disuade de seguir en ese empeño guerrero. Tampoco hay indicios de que nadie del mundo de la gran empresa o de la banca haya pedido al PP o sus medios más adictos que bajen un poco el pistón porque tanta guerra no conviene a sus negocios. De lo que, posiblemente cabe deducir dos cosas: una, que buena parte de esos dirigentes coincide, porque son tan de derechas como el que más, en que no está mal dar toda la caña que se pueda a la izquierda. Y, dos, que la insoportable presión cotidiana sobre el Gobierno no produce efectos significativos en la marcha corriente de las cosas y es más folclórica que otra cosa.
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