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Relato de tantos náufragos

Cuatro migrantes son evacuados del Open Arms

Lolita Bosch

¿Recuerdan empatizar con el personaje de 'Relato de un náufrago' de Gabriel García Márquez? Su triste relato a la deriva, su búsqueda, su hallazgo. ¿Recuerdan? Era un caso real, el del colombiano Luis Alejandro Velasco: quien sobrevivió diez días sin comer ni beber nada. Gabriel García Márquez era, en aquel entonces, reportero. Y el libro fue en su inicio una serie de capítulos hechos por entregas en el periódico en el que trabajaba.

García Márquez le donó las regalías del libro durante 14 años, momento en el que Luis Alejandro Velasco lo llevó a juicio porque en su prólogo Gabriel García Márquez había escrito que “los libros no son de quien los escribe sino de quien los sufre”. Obviamente, lo perdió. El trabajo lo había hecho el periodista y además le había regalado durante muchos años los derechos de la obra de forma absolutamente voluntaria y generosa. Pero como dictaminó la justicia, aquella donación de derechos, “no había tenido como fundamento el reconocimiento del marino como coautor, sino la decisión voluntaria y libre de quien lo escribió”.

La justicia colombiana emitió un veredicto entre un escritor y un náufrago. Y estoy segura que a muchas personas les pareció injusta porque consideraron que el prólogo de García Márquez era una forma explícita de reconocer que el libro era del náufrago. Lo era, en un sentido literario. Pero el trabajo lo había hecho el artista, que durante catorce años donó cientos de miles de dólares. Hasta que llegó la sentencia. A partir de entonces Gabriel García Márquez dejó de donar los derechos a Luis Alejandro Velasco pero tampoco quiso quedárselos. Y desde entonces las regalías de aquel libro son para una fundación docente.

Estamos hablando de un escritor bueno, muy bueno; de un periódico responsable; un superviviente admirado en todo el país (que recibió el reconocimiento de Héroe de la Patria, acompañó a las reinas de belleza que en Colombia representa un extraño privilegio para una parte de la ciudadanía y ganó mucho dinero en publicidad: legítimamente). ¿Se dan cuenta? Estamos hablando de unos derechos de un náufrago que van mucho más allá de los que dicta la ley del mar y una empatía mínima y necesaria para buscarlo, rescatarlo, ayudarlo a recuperar y devolverlo a la vida. Un relato emocionante que siguieron miles de personas entrega por entrega y que hemos leído millones de personas alrededor del mundo.

¿Saben cuántas personas que leyeron este libro hoy no apoyan las operaciones de rescate marítimo en el Mediterráneo? Es impresionante. La empatía que genera la ficción demasiado a menudo no logra generarla la realidad. Los derechos que defendemos cuando no tenemos a las víctimas enfrente no son aquellos por los que estamos dispuestos a luchar. Y lo he pensado mucho, mucho. Es evidente que la literatura logra apelar a un resorte absolutamente humano en todos nosotros, todas nosotras. Y siempre pienso que debería servirnos para aprender a contarnos las cosas de otras maneras. Buscar nuevos recursos. Darnos más tiempo para que no se nos escurra, entre las garras de la prisa, la urgencia.

Leer. Y no sólo leer. Sino usar lo leído, lo sentido frente a una obra de arte, la conmoción de las salas de cine y el silencio compacto del teatro, nuestra mirada absorta ante una fotografía y nuestra capacidad de sentir, de ponernos en los zapatos de otra persona, de necesitar entenderla para entendernos. Deberíamos buscar en los demás esta capacidad infinita de comprensión de la comunidad y preguntarnos qué no leen en los otros, en las otras, todas las personas que no quieren #UnPuertoSeguroYa. ¿Qué no están entendiendo? Y cómo podríamos, más allá de la (también legítima) indignación, enseñar a toda esta gente a leer el mundo de otra manera. Más humana, más íntima, infinitamente más sensata.

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