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El retorno del hijo pródigo

El nuevo portavoz de campaña del PP, Borja Sémper, durante la rueda de prensa este lunes en la sede de Génova en Madrid.

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El protagonista de estas líneas no cree en Dios, pero si hubiera que ponerle título a su regreso a la calle Génova seguramente estaría de acuerdo en que fuera El retorno del hijo pródigo. Aquella parábola que narra la Biblia, que luego inspiró a Rembrandt y que evoca la esencia de un amor inquebrantable está también en la historia de un regreso ¿inesperado? a la primera línea de la política.  

Vuelve Borja Sémper. Para unos, un “verso libre”. Para otros, un “ególatra” y un “narciso”. Para casi todos, un ya no tan joven político del PP que se marchó hace tres años defraudado por la cercanía de su partido a Vox, harto de trincheras y tras una contundente declaración contra Cayetana Álvarez de Toledo, por entonces musa de la derecha más extrema y radical. 

Opiniones hay para todos los gustos y colores, pero Sémper –más allá de ideologías y militancias futbolísticas– es un tipo afable, bien parecido y de discurso siempre conciliador al que durante años se le consideró una rara avis en el PP vasco. Quizá porque haber conocido en primera persona el acoso de ETA permite relativizar el atronador ruido de la política. O quizá porque siempre supo que levantar fronteras personales e ideológicas insalvables tiene un precio demasiado alto. 

El caso es que Alberto Núñez Feijóo ha decidido que, tras su estampida después de haber apoyado a Soraya Sáenz de Santamaría frente a Pablo Casado en las primarias del PP, le quiere a su lado. En su equipo de estrategia, como portavoz del Comité Electoral y como señuelo de una hasta ahora indemostrada apuesta por la moderación y la centralidad política. Y todo ello viene a ser de algún modo el reconocimiento más palmario de que hasta ahora, en lo que lleva al frente del PP,  Feijóo ha errado en la estrategia y también en la selección de los equipos. Ni la primera le ha catapultado a un liderato social incuestionable ni los segundos han demostrado estar a la altura de lo que requiere la liga de la política nacional.

En lo que respecta a Sémper, tres años después y pese a que el PP no sólo no se ha alejado de los de Abascal sino que esa cercanía de la que él huyó es hoy incluso un maridaje en Castilla y León, el político vasco ha decidido que es el momento de regresar para “cambiarlo todo”. Obras son amores y no buenas razones, como dice el refranero.

Cambiar lo que se entiende por cambiar hubiera sido que en su primera comparecencia pública, Sémper hubiera anunciado que su partido renunciará a cualquier alianza con la extrema derecha de Vox, que Feijóo cumplirá de inmediato con su obligación constitucional de renovar el Consejo General del Poder Judicial, que el Grupo Popular votará a favor de las medidas que persiguen ayudar a las familias a hacer frente a la inflación o que apoyará la próxima subida del SMI. 

Superar la pequeñez de la que habla Sémper significa exactamente eso, defender el bien común por encima de las siglas, pensar en clave de país y no de partido, no contribuir a la erosión de las instituciones, no participar en la difusión de bulos y no alinearse o ponerse de perfil ante campañas de deslegitimación de los gobiernos elegidos democráticamente en las urnas. Ni en Brasil ni en España. 

Si tanto desea Sémper eliminar el insulto y la agresividad que hoy desprende la política, debería haber empezado precisamente por ahí, por desautorizar a la portavoz parlamentaria del PP, Cuca Gamarra, que este domingo antes de condenar el asalto a la democracia brasileña y en respuesta a un tuit de Sánchez escribió: “Contigo, en España esto ahora es un simple desorden público…”.  Un comentario que le valió la respuesta crítica de múltiples dirigentes políticos y al que horas más tarde se vio obligada a añadir otro sobre lo “frágiles que también son las democracias y la obligación de fortalecerlas y protegerlas”.

Si de verdad Sémper anhela superar la ola de polarización, como sostiene, va a tener que demostrarlo con algo más que un explícito y retórico compromiso para responder a todo lo que preguntemos los periodistas, no mentir o reconocer los errores que cometa. Y eso que esto último, viniendo de dónde venimos con el actual equipo de comunicación de la calle Génova, no es poco. Tampoco lo será, dicho sea de paso, que Feijóo aguante los vituperios e insultos de quienes desde los micrófonos de su misma órbita ideológica le acusarán, como poco, de melifluo por recuperar para la primera línea a quien en su momento tacharon de “excrecencia” o de estar en la política porque no puede estar compitiendo con Velencoso en una pasarela“.

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