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La revolución de las mujeres maduras

Ángela Molina en la 35 edición de los Premios Goya.
26 de agosto de 2023 22:06 h

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Del machismo no se libra ninguna mujer, sea cual sea su edad: desde niñas somos conscientes de la hipersexualización a la que estamos sometidas, y muy pronto aprendemos y reconocemos las características que para la mirada ajena, especialmente la de los hombres, ha de tener la mujer deseada y deseable, agradable y exitosa. A medida que cumples años vas superando de mejor o peor manera, con suerte, habilidad y necesarias dosis de sentido del humor, los obstáculos de la desigualdad, que tiene muchas caras y afecta a todas las facetas de la vida: la pareja, el sexo, la maternidad, la carrera profesional, la vida doméstica. La fascinación por la juven­tud y la tiranía de la belleza siguen siendo corsés gigantescos que el sexismo impone a las mujeres, a las jóvenes y a las viejas. La mirada masculina también marca, aunque cada vez menos, la percepción que tenemos de nosotras mismas porque del sistema patriarcal todos, pero también todas, tenemos participaciones.

Desde los 20 años luchas con energía y ambición para alcanzar tus metas, a pesar de las precariedades y la discriminación, y así lo hemos visto esta semana en las mujeres de la selección, jóvenes poderosas embarcadas en una lucha en la que, como nos pasa siempre a las mujeres, hay barreras externas e internas, también las que nos ponemos nosotras, como el síndrome de la impostora, la inseguridad o la culpabilidad. Con el paso del tiempo, aprendemos lo que queremos y lo que no, y acumulamos confianza, experiencias y logros, hasta que, rondando la cincuentena, aparece en nuestra vidas el climaterio, el fin de la regla, y la menopausia. El principio del acabose. La identidad de las mujeres se construye en torno a muchas cosas, pero también en torno a la fertilidad, y no puedes evitar sentirte un poco en retirada, como tu regla. Susan Sontag escribió aquella famosa frase, “los hombres maduran, las mujeres envejecen”, en su ensayo El doble estándar del envejecimiento, porque muchas han sentido, a lo largo de la historia, que aun sabiendo que son las mismas, se han vuelto invisibles. Sontang apela a desobedecer el cliché por la que hacerse mayor aumenta el valor de los hombres y disminuye el de las mujeres

Porque no hemos conquistado tanto terreno, en todos los campos, para volvernos invisibles pasada la cincuentena. Pese al edadismo que impera en la sociedad occidental, que sugiere que una persona es un contenedor de atractivo, capacidad, creatividad y motivación que va menguando con los años. La vejez en el hombre, y especialmente en la mujer, es vista como una derrota, una pérdida. Por eso nos extrañamos tanto de ver a una pareja de jubilados jugando y coqueteando en la playa, por eso los responsables de las empresas prefieren a becarios imberbes que a trabajadores séniors, por eso es más aceptable una pareja en la que él tenga 20 años más que ella que lo contrario. Hay que plantarse a pesar de que, para qué vamos a engañarnos, cumplir años es una putada, solo bastante mejor que la alternativa. Acudo aquí a la maravillosa Nora Ephron y a un párrafo de su libro No me gusta mi cuello: “De vez en cuando leo un libro que habla de la edad, y quien lo escribe siempre dice que ser mayor es estupendo. Es estupendo ser una persona sensata y sabia y serena; es estupendo entender por fin qué es lo importante en la vida. No soporto a la gente que dice estas cosas. ¿En qué estarán pensando? ¿Es que no tienen cuello?”.

 Sí, envejecer no es un festival. Aunque estés tan estupenda como Ángela Molina, protagonista con 67 años de la última campaña de Zara. Ella es increíble pero no sabes si la campaña de marras empodera a la mujer madura o blanquea el edadismo por la vía de escoger a una señora que objetivamente es más guapa y delgada que la media de su edad. Como siempre en la vida de ellas, el camino hacia la vejez está trufado de clichés, desde las MILF que ocupan un lugar destacado en el porno, pasando por las 'charos' feministas y amargadas rodeadas de gatos hasta llegar a la adorable ancianita indefensa y despistada. Todo ficción, arraigados y ridículos prejuicios de la sociedad sobre el envejecimiento de las mujeres.

En su ensayo La vejez, Simone de Beauvoir escribió que “la vejez solo es lo que ocurre a las personas que se vuelven viejas”. Es evidente que las viejas siguen siendo personas y, por tanto, únicas y diferentes entre sí: la clase social, el lugar de residencia, la época, todo influye en el proceso que es vivir. Pero es cierto que hay que combatir la percepción de pérdida de valor que supone dejar de encajar en un ideal de mujer. La suma de edadismo y sexismo es una expresión más de la desigualdad y ya no luchas por ser algo sino por no dejar de ser. Vuelvo a Nora Ephron y No me gusta mi cuello: “Esta es otra cosa que he notado a partir de cierta edad: evito en la medida de lo posible mirarme en el espejo. Si paso por delante de un espejo, aparto los ojos. Si no tengo más remedio que mirarme, empiezo a entrecerrar los ojos, para tenerlos ya casi cerrados si veo algo malo de verdad y poder esquivar la imagen”.

Ephron, contrariamente a lo que dice, nunca cerró los ojos a la realidad de lo que supone cumplir años y más años. Las mujeres maduras han aprendido a reivindicar su carrera, su deseo sexual, sus logros personales, su forma de vida, sus elecciones, su libertad. Somos conscientes de que ya no tenemos edad para seguir perpetuando prejuicios y discriminaciones. Como las más jóvenes, también necesitamos referentes, otras mujeres maduras, viejas peleonas que no cedan ni un centímetro al paso de los años, que luchen activamente por ellas, pero también por las jóvenes. El feminismo no es un proceso individual, sino colectivo, y solo juntas, sin importar la edad y la diferencia, conseguiremos avanzar, y vivir con la plenitud que nos merecemos.

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