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Ruptura, contestación y vitalismo

Ruth Toledano

Ruptura, contestación y vitalismo: este es el título de la exposición que hasta el 21 de septiembre puede verse en las salas 1 y 2 del centro cultural Conde Duque de Madrid. Ruptura, contestación y vitalismo a través de un recorrido por las dos etapas que cubrió la emblemática revista Ajoblanco: de 1974 a 1980 y de 1987 a 1999. Creada por los intelectuales y agitadores culturales Pepe Ribas y Toni Puig, Ajoblanco fue una plataforma de crítica profunda al sistema, de disidencia frente a las sucesivas imposiciones políticas y de alternativas a la vida pública española. Voces independientes, colectivos marginados por el poder y células de pensamiento activo hicieron de la revista un referente cultural y político en sus 180 números, que pueden verse al completo en la exposición, junto con otros documentos y material histórico, esenciales para comprender qué ha pasado en el Estado español desde el final de la dictadura franquista hasta el principio del siglo XXI.

El proyecto, dirigido por Pepe Ribas y comisariado por Valentín Roma, se presenta “en un espacio social en el que las injusticias, los conflictos, las carencias y las incertidumbres propician revueltas, angustia y nuevos retos” y pretende “por una parte, revisitar Ajoblanco desde el presente, con el fin de explorar sus principales aportaciones y situarlas históricamente; por otra, profundizar en esa inquietud disidente, lúdica y libertaria de vivir la cultura, las ideas y los cambios colectivos y personales apasionadamente”. Unas jornadas ajoblanquistas, que se desarrollaron en paralelo a la exposición entre el 28 de mayo y el 18 de junio, han buscado “abrir debates innovadores alrededor de esta muestra, con la pretensión de buscar estímulos, armas, coraje e ilusiones que ayuden a revitalizar una sociedad muy castigada y para que estos cambios que no admiten demora se produzcan”.

La última de esas jornadas se celebró la víspera de la proclamación de Felipe VI. Mientras en el Conde Duque se evocaban las distintas revoluciones sociales y políticas vividas por cuatro generaciones y se apelaba a una, en última instancia, revolución personal, cientos de periodistas se agolpaban en el Senado tratando de sortear innumerables obstáculos para conseguir su acreditación a los fastos que se celebrarían pocas horas después. Moncloa convirtió la autorización –el derecho- a informar en un calvario (como lo llegó a calificar eldiario.es). ¿Por qué? Según Moncloa porque se habían “estropeado dos ordenadores” o había fallado “una impresora”. Lo más parecido a una democracia 4.0, vamos.

El caso más escandaloso fue el del fotógrafo Pedro Armestre, que hace pocas semanas recibió el Premio Internacional de Periodismo Rey de España: se lo entregó el todavía entonces rey Juan Carlos. Desde 2003, trabaja para la agencia France Press cubriendo actos de la Casa Real. Todos sus compañeros recibieron acreditación para la proclamación de Felipe VI pero Interior denegó la suya “por motivos de seguridad”. Tal disparate (que peligrara la seguridad con este fotoperiodista) solo tiene una explicación, aún más disparatada, pero grave e indignante: que Armestre trabaja también para Greenpeace. Así estamos.

Mientras en el Conde Duque se advertía del apremio de su primera época por una ruptura personal, social e ideológica que supusiera una trasformación colectiva en un momento histórico (el final de la dictadura franquista y el principio de la transición democrática) “hostil y polarizado”, en las azoteas del Madrid de 2014 se iban apostando los casi 200 francotiradores que Interior destinó a la defensa de la seguridad de este nuevo rey no elegido, una vez más, por los españoles. Mientras los ajoblanquistas recordaban sus apuestas de hace tres décadas por subvertir unas tradiciones y unos roles anquilosados y preestablecidos, la necesidad de su carácter contestatario, el ensayo de incipientes paradigmas de autogestión colectiva, en el Madrid de 2014, un Gobierno represor prohibía, no ya las legítimas concentraciones de desacuerdo, protesta y reivindicación de un proceso constituyente, sino la exhibición misma de la bandera tricolor. Ya fuera en forma de una miserable chapita. Tres personas (y seguimos en 2014) fueron detenidas por ese motivo. Siete más en una concentración republicana celebrada en Sol por la tarde, cuando ya ni siquiera quedaba rastro de la comitiva de la vergüenza torera (en la celebración regia, mucho torero y poco artista).

A la vista de lo que está pasando en España en los últimos años, y de lo que ha pasado en los últimos días con la abdicación del rey anterior en el rey posterior, cabe preguntarse qué ha cambiado en España desde aquel 1974 en que nació la revista Ajoblanco, qué ha sido de la ruptura, la contestación y el vitalismo en que puede resumirse su andadura. Qué ha sido de aquella sociedad en la que fue posible creer. La corrupción en la política española, contra la que se impulsó el Ajoblanco en su segunda época, ha alcanzado en la actualidad cotas insostenibles, llegando incluso a destaparse la que implica a la Jefatura del Estado (cuestión que suponemos íntimamente ligada a la celeridad con la que el Gobierno, en connivencia con la oposición parlamentaria mayoritaria, ha diseñado este cambio de jefe). La represión policial es creciente. El mercantilismo capitalista y el poder de los plutócratas han empobrecido a la población y han recortado hasta la desesperación, y casi hasta la desaparición, el estado del bienestar.

“El vacío de valores, las carencias democráticas, el contexto que exige la creación en todos los terrenos y una actitud muy crítica frente a los poderes que asfixian el proceso social y político fueron también armas de una revista que nunca quiso acomodarse”, dice Pepe Ribas. Habla de hace veinte años y esas palabras podrían aplicarse aquí y ahora. “Y lo hicimos”, continúa, “desde la independencia y la vocación. En verdad, ejercimos un periodismo de anticipación y también nos convertimos en una escuela de nuevos periodistas y de nuevos gestores culturales”. A la vista del bochornoso vasallaje que, salvo excepciones, ha mostrado la mayor parte de los medios de comunicación de este país ante un modelo heredado y no consultado; a la vista de la censura que han sufrido algunos periodistas (en el caso de Armestre, por su peligrosa vinculación con la, ya incontestable, ecología), la vigencia de esa novedad, de esa independencia, se vuelve hoy necesidad imperiosa.

“Hoy, en 2014”, concluye Pepe Ribas, “cuando se alumbra un nuevo proceso constituyente [alumbramiento que nos ha sido sustraído, puntualizo], sería bueno atender parte de aquellas propuestas colectivas por ser alternativas posibles para un mejor funcionamiento de esa democracia a la que muchos aspiramos, además de favorecer la convivencia y la pluralidad”. Son palabras, a su vez, que podrían haberse pronunciado hace veinte, treinta, cuarenta años. Pero que son actuales porque se refieren a propuestas y alternativas imprescindibles hoy. Para romper, de una vez, con el statu quo. Para contestar, una vez más, al sistema. Para recuperar, esta vez, el vitalismo.

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