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Savater y el desengaño político

El filósofo y ensayista Fernando Savater. EFE/ Pablo Martín/Archivo

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Contra lo que pueda parecer, la posible disolución de Ciudadanos es una mala noticia para la izquierda de amplio espectro. Su nuevo rumbo no parece suficientemente civil a quienes apoyaron opciones muy parecidas, como UPyD. Quizá sin Albert Rivera, esa formación ya no es lo que había sido, y el regreso a la zona templada, menos estentórea, que encarnaba Inés Arrimadas va quedando en nada, mientras su formación sigue apoyando a Vox en Andalucía y prestará posiblemente sus votos a Ayuso si los necesita. En Cataluña no se estrelló por el liderazgo de Arrimadas sino por la inoperancia del millón y pico de votos que había obtenido años atrás y porque el legado de errores de Rivera era de tal magnitud que la credibilidad había quedado fundida por el camino. 

Ante esa tesitura sus antiguos votantes han quedado desvalidos o desamparados, incluidas sus mejores cabezas, que fueron muchas. ¿Qué tiene Ayuso que mejore a Edmundo Bal? ¿Hay algo incontestable que la haga preferible, incluida la opción de que gobierne con Vox? ¿No resulta demencial esa consecuencia del voto al PP? 

La noticia desconsoladora para los niños de la Transición en los últimos días ha sido que Fernando Savater abandona el barco “convencido” y votará no exactamente al PP sino al PP de Ayuso, para evitar al “comunismo intervencionista” y a los “bolivarianos de guardarropía” en la comunidad de Madrid (y castigar también así a un gobierno que ha aceptado votos de Bildu y ERC). Le ha secundado Andrés Trapiello, otro miembro de la plataforma que lideró Cayetana Álvarez de Toledo, Libres e Iguales, hoy no sé si activa o disuelta o ya indistinguible del PP. No lo ha hecho Azúa, lo que invita a la esperanza pero mantiene la pregunta abierta, ¿alguien ha visto el menor rasgo de comunismo bolivariano en la ejecutoria del gobierno de Sánchez, aparte del improperio una y otra vez repetido por los medios mismos de la derecha? ¿Va en chándal al ministerio Yolanda Díaz y nadie ha sabido pillarla en un buen selfie? ¿Son Mónica García e Íñigo Errejón la reencarnación transubstanciada que denuncia ese disparate tuitero, con el sello insultante habitual de Miguel Ángel Rodríguez? ¿Puede resultar eso creíble a la clase intelectual que ha desplazado su apoyo resignado al PSOE a una resignación instalada en el PP tras pasar por varias lanzaderas liberales a toda prisa? 

No deja de ser intimidatoria la valentía intelectual de Fernando Savater, aunque últimamente la desolación política que desprende es casi tan asombrosa como su mismo arrojo ante el ordenador. Es verdad que el mundo ha cambiado, él ha cambiado, nosotros hemos cambiado y el estrés de tanto cambio puede acabar en pura brujería. Pero la melancolía aguda que despierta su defensa, ah, a regañadientes, de la candidatura de Ayuso para Madrid disuelve de forma casi absurda la credibilidad de Savater como heredero insumiso de la Ilustración que nos enseñó a todos. Hubo más, claro que hubo más, pero como Savater ninguno, y nunca hubo comparación posible: el mejor polemista, el corrosivo sarcástico cuando convenía, el defensor de la libertad de mal pensar para pensar bien y el adicto a la ironía y el buen humor como instrumentos de consuelo cuando nada redime ya de nada, ni siquiera la buena intención. 

Pero no hay anestesia contra el dolor de verle secundar los eslóganes de la derecha como víctima de la fobia que le despiertan los partidos de la izquierda actual, desde la templadísima coloratura sonrosada de la socialdemocracia hasta el rojo cromado e irritantemente predicador de Pablo Iglesias. Ni siquiera le calienta la tornasolada irisación rojilla de Más Madrid porque Ayuso ha traído aviones y ha montado el Zendal mientras los demás papaban moscas, Fernando Simón se iba en moto de vacaciones y Pedro Sánchez seguía retenido en la peluquería. El desengaño político es a veces realmente traicionero.

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