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Ya nada será lo mismo, Alberto

Feijóo en una rueda de prensa.

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Si en el PP creen que lo que pasa en Castilla y León se queda en Castilla y León y pueden contener los efectos del acuerdo de gobierno con la ultraderecha utilizando, a modo de cordón sanitario, el arma secreta del Marianismo: hacer como que no existe o que lo hizo otro, se equivocan. Si una parte de la izquierda, sobre todo la gobernante, cree que ha encontrado en ese pacto con Vox la llama sagrada para quemar hasta chamuscarlo al salvador Núñez Feijóo, antes incluso de su canonización en el Congreso de Sevilla, también se equivoca. El acuerdo de gobierno entre el PP y Vox lo cambia todo para todos en la política española. Ha caído el último tabú que se mantenía en pie y eso solo será bueno para Vox.

Aunque haga como si no hubiese pasado nada y prosiga su gira por España repartiendo estampitas de moderación y centrismo, ya nada será igual para Núñez Feijóo. No fue él quien tomó la estúpida decisión de adelantar las elecciones en Castilla y León, tampoco fue culpa suya el resultado; pero va a pagar las consecuencias. La derecha española de orden ha traspasado el límite de seguridad que la mantenía en orden y a salvo. Si se ha pactado un gobierno con Vox, se pueden pactar dos, o tres, o cuatro, o los que hagan falta para ganar. El precedente le perseguirá durante todo su periplo al frente del PP. Vox ya no es otro competidor, ahora es el socio. Votar a Vox ya no es un voto perdido, equivale a obligarte a tener un socio.

Hay casi nueve millones de votantes a quienes este acuerdo con la ultraderecha no solo no les parece mal, sino que lo estaban esperando porque creen que había que hacerlo y ya estaban tardando. Feijóo no tiene más que echar un ojo a la prensa conservadora para comprobar que nadie se lo va a reprochar. Su mayor problema recae en que este acuerdo reafirma lo que muchos votantes del PP pensaban cuando se fueron a Vox: que da lo mismo votar a uno que a otro porque al final siempre acaban juntos. Terminar con esa percepción y levantar un muro que separe a su electorado del de Vox conforma el eje de la estrategia de Feijóo para recuperar el dominio del centro derecha. Haciendo exactamente eso lo ha sabido conservar en Galicia. Pero el pacto de Castilla y León le rompe el relato antes incluso de empezar a contarlo. 

La izquierda que agita con tanto entusiasmo la bandera de alerta por la ultraderecha debería preguntarse con calma si realmente le conviene seguir mucho más por ese camino. La experiencia de las elecciones de Madrid demuestra que, no solo no funciona, sino que lejos de movilizar a los tuyos, excita aún más a los otros. Pactar con la ultraderecha representa un problema para el votante de izquierdas, pero no para el votante de derechas que lo estaba esperando hace tiempo. 

Por primera vez, a ese votante, se le ofrece una alternativa garantizada al gobierno rojosatánico. Ya se puede pactar con la ultraderecha a plena luz del día; ya no hay que tratarlos como a las queridas en las películas del franquismo, poniéndoles un piso y yendo de fin de semana a Portugal. Cuanto más se recuerde a sus votantes la existencia de un acuerdo de gobierno entre el PP y Vox, más se les certifica que toda la derecha vuelve a ofrecer una alternativa viable y suma para gobernar. 

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