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¿Y si la derecha gana en Madrid?

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante su visita a la nueva zona de restauración y hostelería del centro comercial Xanadú en la localidad madrileña de Arroyomolinos. EFE/Juan Carlos Hidalgo

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Salvo la inesperada entrada en escena de Pablo Iglesias, de unos días a esta parte todo son malas noticias para la izquierda en Madrid. Aunque todavía es algo pronto para que las intenciones de voto estén plenamente conformadas, todos los sondeos auguran una clara victoria del PP en las elecciones del 4 de mayo y muchos analistas creen que el previsible aumento de la abstención no hará sino favorecer a Isabel Díaz Ayuso. Para colmo, la organización de Ciudadanos se está deshaciendo a ojos vista, con lo cual prácticamente desaparece la posibilidad de que ese partido obtenga el mínimo del 5% necesario para entrar en la Asamblea de Madrid.

Hay pocas dudas de que este proceso de autodestrucción está orquestado desde las filas del PP. Seguramente algunos de sus mimbres se habían tejido desde hace tiempo, en previsión de una situación como la que ha propiciado la fallida moción de censura en Murcia. En todo caso, se está haciendo a un ritmo acelerado y no cabe descartar que se produzcan acontecimientos que lo intensifiquen. Isabel Díaz Ayuso tiene a su alcance la mayoría absoluta.

El anuncio de Pablo Iglesias ha cambiado por un momento el tono de la situación favorable a la derecha. Pero a menos que la campaña del líder de Podemos atraiga hacia las filas de ese partido, y eventualmente también hacia las de Más Madrid a cientos de miles de potenciales abstencionistas, lo más probable es que ese desembarco no alterará sustancialmente el signo de las elecciones. Iglesias habrá añadido un rasgo de valor y de dignidad militante a su trayectoria y seguramente evitará a Podemos la ignominia de no alcanzar el 5% que algunas encuestas sugerían. Pero lo más probable es que eso no sea suficiente para impedir una victoria de la derecha. A menos que se produzca un milagro.

Ese milagro consistiría sustancialmente en que la inyección de moral que la entrada en juego de Iglesias ha supuesto para los simpatizantes de Podemos se extendiera al heterogéneo colectivo de los potenciales votantes socialistas. Y no parece muy posible que eso ocurra. Decidiendo que su cabeza de lista para el 4 de mayo siga siendo Ángel Gabilondo, Pedro Sánchez y sus asesores han mandado un claro mensaje de que los primeros que no creen en la posibilidad de milagros de esa índole son los máximos dirigentes socialistas.

No han querido presentar un candidato alternativo, un ministro de éxito del tipo de Salvador Illa, como Marlaska o Margarita Robles, seguramente porque han pensado que lo quemarían inútilmente, porque la suerte estaba echada y Díaz Ayuso llevaba las de ganar. La confirmación de Gabilondo ha sido, en efecto, el indicador más claro de que la partida estaba ya jugada. Cuando menos desde la óptica del PSOE.

A la espera de sorpresas extraordinarias que nunca se pueden descartar, todo indica por tanto que la derecha conservará el poder en Madrid, una comunidad que pesa tanto como Cataluña en todos los ámbitos del poder en España, y en algunos bastante más. Isabel Díaz Ayuso, una política surgida ayer mismo prácticamente de la nada y que en sus dos años de presidencia no ha dado muestra de brillantez en terreno alguno, subirá al olimpo del poder de la derecha.

De la mano de Vox, claro está. Y con la voluntad de entenderse sin mayores problemas, que alguno lo habrá, con el partido de Santiago Abascal. España parecía ser uno de los pocos países europeos importantes en los que la ultraderecha no era capaz de asentarse en posiciones significativas de poder. Si ocurre lo previsto el 4 de mayo, nuestro país dejará de ser una excepción también en eso.

Es pronto para hacer vaticinios sobre qué ocurrirá en el terreno de las decisiones políticas concretas como consecuencia de la previsible victoria de Díaz Ayuso. Nada bueno, diría alguien. Y acertaría. Pero habrá que irlo viendo paso a paso.

Lo que sí se puede prever, en términos generales, es que la victoria dará a la presidenta la fuerza necesaria para aspirar a algo más y, en concreto, a mandar también en el PP nacional. Por mucho que se esfuerce Pablo Casado en demostrar que él es quien manda -y su presencia en la votación de la fallida moción de censura este jueves en Cartagena ha sido un poco patética- lo ocurrido en los últimos ocho días no ha hecho sino reducir su peso específico en el PP y poner aún más en duda su futuro.

El anuncio de la disolución de la Asamblea madrileña decidida por la señora Ayuso, o por quien dirija sus pasos, ha sido el verdadero contraataque a la torpe maniobra orquestada por Ciudadanos y el PSOE en Murcia. Casado se ha tenido que tragar una convocatoria electoral madrileña que no quería y se ha limitado a mandar a su número 2, el murciano García Egea, a deshacer la débil trama que Inés Arrimadas y José Luis Ábalos habían montado.

No debió costarle demasiado y por mucho que se empeñen algunos en denunciar esos malos modos y el trasfuguismo, cuando uno se mete en operaciones políticas tan arriesgadas tiene que haber previsto que esas cosas pueden ocurrir y de lo que se trata es de impedir de antemano que se produzcan o tengan efectos reales. Casado no ha estado a la altura de los acontecimientos. Ciudadanos y el PSOE, tampoco.

Buena parte de los electores potenciales del PP en Madrid no han hecho ascos de los procedimientos de García Egea. Para la derecha todo vale con tal de frenar a la izquierda. Y en eso coinciden con los de Vox. Las tensiones entre ambos electorados están desapareciendo a marchas forzadas, aunque los dirigentes se sigan enfrentando. El proyecto de Casado de distinguirse netamente del de Abascal se está difuminando y en breve la señora Ayuso estará en condiciones de decir a la derecha -la política, la social y la de los poderes fácticos- que es ella la que está llevando a la práctica el objetivo de reunificar a la derecha fracturada en tres partes.

Falta mucho para que ese plan culmine plenamente. Ciudadanos pervivirá un tiempo cuando menos en Andalucía y Castilla y León. Vox luchará aún mucho por sobrevivir. Y seguramente lo conseguirá. Feijóo y Juan Manuel Moreno, además de algún dirigente popular, no están dispuestos a dejarse avasallar por la presidenta madrileña.

La pelea sea dura y larga. Pero la actual actitud generalizada del electorado conservador, colocado bastante más a la derecha que hace sólo cinco años, favorece las supuestas pretensiones de Isabel Díaz Ayuso. La querella debería estar sustancialmente resuelta antes de que lleguen las próximas elecciones generales. ¿Dentro de dos años? ¿O de uno?

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