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Si lees “concejal de Cultura de extrema derecha” y te quedas igual

El alcalde del PP en Orihuela, José Vegara (izda.), y el candidato de Vox, Manuel Mestre, tras firmar el pacto de gobierno municipal el pasado junio.

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Leo en este mismo periódico la noticia sobre cómo el ayuntamiento de Orihuela deja sin subvención a la Fundación Miguel Hernández, pero no paso del primer párrafo. Ni lo empiezo, de hecho: me quedo en la primera línea de la entradilla, donde dice “El concejal de Cultura de extrema derecha…” ¿Te pasa a ti también que al leer “concejal de Cultura de extrema derecha” cortocircuitas, no puedes seguir leyendo, como si no entendieras lo que pone, como si estuviese escrito en otro idioma?

Perdón por mi insistencia en hablar de la ultraderecha española en mis dos primeros artículos del año, pero entre mis buenos propósitos para 2024, junto a los habituales (trabajar menos, dormir más, soltar el móvil…) está el de resistirme a la normalización política de la ultraderecha. Que no leamos “concejal de Cultura de extrema derecha” sin sobresaltarnos; que siga pareciéndonos una anomalía que la ultraderecha participe en gobiernos municipales y autonómicos e imponga su programa ideológico en materia cultural lo mismo que en políticas de igualdad o seguridad ciudadana.

Lo hemos normalizado porque Orihuela no es una excepción: Burgos, Valladolid, Guadalajara, Móstoles, Talavera de la Reina, Briviesca, Burriana, Valdemorillo o Bezana, por citar solo algunos municipios donde hay concejales ultraderechistas dirigiendo la política cultural -además de Gijón hasta que rompieron el acuerdo las derechas. No me ha sido difícil recopilar la lista anterior, pues casi todos ellos han sido noticia en el último medio año: censura de obras, recorte de ayudas, intentos de liquidar festivales, ataques a artistas independientes, boicot a manifestaciones culturales en otras lenguas distintas al castellano… Allí donde tienen las competencias culturales, los ultraderechistas se hacen notar desde el minuto uno.

Sumen a la lista dos gobiernos autonómicos donde también dirigen las políticas culturales: la Comunidad Valenciana, y Castilla y León. Lo que da la medida no tanto del interés de Vox por la política cultural, que pide siempre allí donde alcanza acuerdos, para levantar la trinchera de su “guerra cultural”; sino sobre todo la facilidad con que el PP se desentiende de la Cultura y se la regala a su socio. Y es que, hasta la llegada de Vox, a la derecha española no le interesaba mucho la cultura. Ni a la derecha política, ni a la derecha mediática: en la prensa conservadora, tradicionalmente la sección de Cultura está un poco a la izquierda (o menos a la derecha) de la línea editorial; del mismo modo que en los periódicos progresistas la sección de economía suele estar más a la derecha que la línea editorial.

Vuelvo al principio de mi argumento: lo escandaloso, lo inaceptable, lo que debería movilizarnos no es que el ayuntamiento de Orihuela intente asfixiar económicamente a una fundación para “castigar” tardíamente a un poeta antifascista, o que tal o cual ayuntamiento censure una obra de teatro, anule suscripciones a revistas en valenciano o retire una película de Pixar. Debemos ir un paso atrás, al hecho mismo de que en todos esos municipios haya un “concejal de Cultura de extrema derecha”. Ese oxímoron macabro es el que debería indignarnos y movilizarnos.

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