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La sociedad a la que asustan los comercios vacíos

La Gran Vía de Madrid, el pasado 20 de abril, durante el confinamiento.

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A un 83% de los españoles lo que más les inquieta -desde que la pandemia de COVID se instaló en nuestras vidas- es “ver las calles y los comercios vacíos o casi vacíos”. La impactante conclusión figura en el estudio especial que el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) ha elaborado sobre los efectos del coronavirus. El titular que triunfó en los medios fue que casi el 60% de los españoles tiene peor imagen del Gobierno y que también sale malparada su opinión sobre la prensa. El estudio demoscópico tenía mucha más miga de la que parece a simple vista. De hecho ahonda con múltiples preguntas sobre el estado anímico de los españoles y el retrato muestra una ciudadanía afectada emocionalmente, que se aferra a lo conocido en su desconcierto.

Apenas terminan de saber los encuestados si les preocupan más los efectos negativos del coronavirus sobre la salud que sobre la economía y el empleo, predomina un ligero mayor interés por la salud, y una suma de todo el conjunto. Temor a enfermar y a morir (casi el 60%), miedo a no poder recuperar su vida anterior o no poder emprender proyectos vitales, inquietud ante el futuro. Preocupados, tensos, con ansiedad, enfadados más que deprimidos, según se pronuncian.

El 12% de los encuestados pasó el confinamiento solo, pero un 17% se sintió solo en algún momento. En general, los ciudadanos se aferraron a la familia, a los amigos. Se han conectado en un altísimo porcentaje con su entorno por videoconferencia. Las llamadas buscaban hablar con alguien. O pedir un consejo. O ayuda, menos. No ha cambiado sustancialmente la relación con su círculo de afectos. Mejoró la relación con los amigos.

Terminado el confinamiento incluso, han estado mucho más tiempo en casa que antes. Han visto más series, películas, documentales, eventos deportivos, por todos los soportes. La mitad ha leído libros y revistas. Tres cuartas partes se han dedicado a cocinar, pintar u ordenar armarios. Han tomado escasas decisiones sobre hacer cambios en su vida. Sí en mejorar la salud, la actividad física o los hábitos alimenticios. El 78% no ha hecho ningún propósito de cambio.

La pregunta sobre el Gobierno no era –a diferencia de la mayoría- la más exquisita con la demoscopia. No figura la comparación porcentual con el antes de la pandemia sino si tienen mejor, igual o peor opinión sobre una serie de instituciones. Se dispara la valoración positiva de ONGs y asociaciones de ayuda, de la policía, la Guardia Civil y el Ejército. El personal docente y el sanitario quedan a mitad de la tabla. Obtienen mejor nota los gobiernos municipales y autonómicos que el central: en la cola quedan los medios y el Gobierno de España. No se preguntó –una vez más- por la jefatura del Estado, por la monarquía.

Los comercios cerrados como preocupación, las fuerzas de seguridad para protegerse y una infravaloración de la sanidad que se ha revelado vital con cuanto implica la palabra. Ay, a otros, nos preocupan más que las tiendas y bares, las filas en la calle de enfermos ante las puertas semiabiertas de la Atención Primaria. Pero seguramente esas calles vacías con las persianas echadas de los negocios sean un símbolo, sin duda trivial, de lo conocido y es lo que añoran algunos.

La prensa, un tanto vapuleada, no saca rédito entre los ciudadanos de su labor continua de zapa contra el Gobierno de España que este estudio –con esas cautelas sobre esta pregunta concreta- refleja. Cada día nos presentan un gobierno que lo haría todo catastróficamente mal. Con tal carga de odio y rabia que les deja en evidencia salvo a los menos avisados, aunque la gota malaya continua termina por hacer su efecto. Con una trayectoria similar de gestión de la pandemia, Italia ha encumbrado a su Primer Ministro, o Suecia al suyo –ambos progresistas- a pesar del terrible balance de haber confiado éste en la precaución de los ciudadanos sin tomar inicialmente drásticas restricciones.

De cualquier modo, el Gobierno progresista no parece haber infundido la suficiente seguridad en los ciudadanos, por unas razones o por otras. No ayudan las bombas de mortero que recibe de los llamados barones del PSOE, auténticos caciques algunos de ellos en sus circunscripciones por los lazos clientelares. García-Page, el de Castilla-La Mancha, ha salido a la palestra a criticar al Gobierno de Pedro Sánchez. “Podemos nos marca la agenda y nos está arrastrando a una esquina del tablero político”, dice, evidenciando sus preferencias por la otra esquina. Ha venido a decir después que hay que usar a Podemos hasta aprobar los Presupuestos y luego “ya volveremos a las políticas de amplio consenso del PSOE”. Cuando actualmente ningún partido por sí solo goza de mayoría parlamentaria.

Poco antes, el FMI avalaba la subida de impuestos en España aunque pide que algunas figuras impositivas se retrasen hasta la recuperación por si perjudican a la población de bajos ingresos y que se dedique un gasto selectivo para proteger a los más vulnerables. Es lo que ha hecho este gobierno, con la contestación de la derecha. Dice el Fondo Monetario Internacional que es preciso resolver las grandes desigualdades que se daban incluso antes de la pandemia (aquellas que tanto incrementaron los recortes). El Telediario de TVE abría en titulares con las críticas de García-Page y la versión más sesgada de lo dicho por el FMI, destacando solo que el organismo rechaza la subida de impuestos en algunas partidas impositivas y que la recuperación se retrasa.

Cabría preguntarse por los efectos emocionales sobre la población en estos momentos críticos de ese tipo de medios dedicados a un proselitismo político que deforma la realidad, de los informadores del “zasca” y los “repasos” tan descaradamente selectivos. Las andanzas del rey emérito o de Díaz Ayuso en el limbo, mientras se retuercen declaraciones y hasta ETA vuelve a la palestra para ser usada en provecho propio a un nivel de vergüenza ajena. Las broncas de la corrupción del PP -como la del ministro Fernández Díaz y su segundo por el espionaje a Bárcenas-, en segundo plano.

Y los políticos, abonados a la teoría del desbarajuste. Esas sesiones del Congreso que acongojan a una sociedad que ya lo está por razones objetivas de salud y temor al futuro, por los muertos y contagiados que se siguen produciendo. Resucita un Albert Rivera que se fue oficialmente al dejar a su partido, Ciudadanos, con 10 diputados y le suelta a su sustituta Inés Arrimadas por su presunto apoyo a los presupuestos: “Uno puede ser laxo, pero tiene que tener dignidad”. Y ella que da a elegir entre dos vías: “la de Ciudadanos o la del separatismo y de Bildu”. La de Ciudadanos es la que gobierna con el PP y el apoyo de Vox. Qué pereza.

Quizás sea Albert Rivera el que simboliza el nivel de esa “clase” política –feo modismo- cuando organiza unas jornadas de liderazgo, cobrando un baratillo de 10 euros por asistir, con cuatro hombres y él, cinco hombres solo, símbolos de estrepitoso fracaso en algunas de sus actividades.

Fuera de la anécdota, políticos en ejercicio muestran un alejamiento de la ciudadanía aterrador. Begoña Villacís, vicealcaldesa de Madrid por Ciudadanos, acusa a las asociaciones de vecinos de dar comida a personas a las que ya ayuda el Ayuntamiento. PP y Ciudadanos saben –declara-  que “miles de personas reciben alimentos por duplicado” pero de momento están aplicando “manga ancha” y no les suspenden el reparto. Hace falta no haber sufrido jamás necesidades y haber ignorado las de los demás para hablar así. Y eso es doblemente grave en los políticos. Entretanto el alcalde, Martínez Almeida, PP cumplía el sueño de su vida de adornar la navidad con la bandera de España. Plantando  -por  3,17 millones de euros- varias por distintos puntos de la ciudad, una de ellas de casi kilómetro y medio.

Ese choque frontal entre las necesidades auténticas, hasta de comer, con el despilfarro; la ética y la antiestética, contribuyen al desconcierto. No, la sociedad está preocupada, no está bien. Cada cual busca resortes para encontrar salidas personales a una situación problemática real. Es demasiada incertidumbre, demasiado tiempo enclaustrados. Lástima que quienes, desde su posición, deberían ayudar supongan un obstáculo más al bienestar, siquiera la tranquilidad, de los ciudadanos. Ayudar a entender y a saber que, con lo que nos ha ocurrido y ocurre, no es posible volver a lo mismo. Si a mejor o peor, depende de cómo se afronte.

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