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Suripantas: las mujeres que dieron cuerpo a una voz

La bailaora María Moreno del grupo de flamenco "Guerrero" actúa en las instalaciones del Corral de la Morería.

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He descubierto una palabra que me tiene fascinada: suripanta. Primero me enganchó su música: empieza con el silbido de la ese y acaba con el taconeo de la pe y la te. Me conquistó después por su puesta en escena gestual: ese suri sugerente que pone los labios en morritos y ese panta que abre y ladea la boca en una insinuación. 

Leí la palabra en un artículo bellísimo del musicólogo Javier Suárez-Pajares y en el interior de mi cabeza se levantó el tinglao del género chico. Era una voz pa lucirse en un tablao y arrebujarse en un mantón. Me puse a buscarla y… ¡qué historia encontré! Fui a parar de bruces a mitad del siglo XIX y vi a un dramaturgo con barba canosa, bigote afilado y un clavel blanco en la solapa. Se llamaba Eusebio Blasco y estaba escribiendo un artículo para un libro titulado Las españolas pintadas por los españoles.

Ahí contaba cómo creó un “disparate cómico” para el teatro de variedades titulado El joven Telémaco. Al momento esa “quisicosa” acabó siendo un exitazo de aplauso y recaudación: “El público, que suele tener sus humoradas, comenzó a aficionarse a esa especie de zarzuela. Repitió por calles y plazuelas sus coplas y sus coros, y aun sus palabras más estrafalarias”.

Y… ¡uau, que historia lingüística tan fascinante se produjo! Eusebio Blasco, cuando escribió la obra, jugando, puso una palabra al tuntún. Era un vocablo vacío sin muchas ambiciones, pero en la primera representación, unas mujeres le dieron cuerpo. ¡Y le dieron vida! Le pusieron cuerpo y voz, porque lo que hacían era cantar.

Eusebio Blasco estaba sorprendidísimo: “Entre el infinito número de excentricidades que en varios ratos de buen humor sembré en la obra, tal vez la mayor fue aquella caricatura del idioma griego del que me serví para hacer un coro. Un coro que empezaba con estas palabras: Suripanta-la-suripanta… Eran palabras que ni yo mismo sabré decir cómo ni por qué se me ocurrieron”.

El caso es que el público se entusiasmó con aquella veintena de cantantes primerizas que jamás habían pisado un escenario. Y como “ellas fueron las que cantaron el coro de la suripanta con delicioso descaro, quiso el país darles nombre”. Querían llamarlas de algún modo, pero no sabían cómo. No eran artistas, ni cantantes, ni copleras. Eran unas recién llegadas que lo hacían de maravilla. “Y como todas las palabras del coro eran nuevas, dieron en llamarlas suripantas, aumentando el idioma con una palabra que ya ha tomado carta de naturaleza”.

Así surgió la palabra: un dramaturgo escribió una voz a lo loco, unas mujeres la cantaron y el público la convirtió en una profesión. Y luego ocurrió lo de siempre: como enseñaban una pierna y no estaban en su casa bordando, pues puta que te planto. 

La moral tenebrosa de entonces convirtió a la suripanta en “mujer baja, moralmente despreciable”. De esas guisas entró la pobre en el diccionario de 1925. Esa era la primera acepción: la que la ponía a caer de un burro; y luego ya, en la segunda, decía lo que realmente era: “mujer corista en un teatro”.

Pasó el tiempo y la suripanta perdió popularidad. Pero en el Diccionario de la RAE permanece intacta y aún conserva el tufo de la moral con la que fue descrita hace un siglo. Ahora, en primer lugar, aparece como “mujer ruin”. ¡Uy, eso sí lo han actualizado! Ya no es baja; ahora es… ruin. Eso sigue vigente. Lo que parece que se ha hecho viejo es lo que era de verdad, porque en la segunda acepción dicen “mujer que actuaba” [en pasado] “de corista o de comparsa en el teatro”.

Aunque, por fortuna, no todo el mundo se va a llevar una mala impresión de las pobres suripantas. Hoy mucha gente busca la definición de una palabra en Google y ahí, gracias a Oxford Languages, aparece como “corista de teatro”.

Y quién sabe si algún día volverán a escena. Ahora que artistazas como Rosalía rescatan el pasado para que brille en el mundo entero y fenómenas como Nathy Peluso se echan a cantar La violetera, lo mismo las suripantas ¡acaban en el pop o en el drill!

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