Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Transhitler, ella y yo

El Govern prohíbe que el autobús de HazteOír vuelva a circular por Cataluña y estudia sancionar

Lolita Bosch

Conocí a Ella Shamir el año pasado. Su madre había sobrevivido al campo de concentración de Auschwitz y muchos años después se atrevió a volver a su Polonia natal. Le costó, pero no quería que los nazis la derrotaran hasta ese extremo. Ella Shamir me contó que la primera tarde que su madre se sentó en una cafetería del pueblo en el que había nacido y crecido, una mujer se sentó delante de ella con un bolso que había pertenecido a su madre. “Lo supo”, me dijo Ella Shamir, “porque mi madre tenía una mancha de tinta característica en la parte inferior del bolso”. Tras temblar (literalmente, temblar), la madre de Ella Shamir le pidió a su marido que fuera a reclamar el bolso a aquella desconocida porque ella no podía moverse.

“Disculpe”, dijo el marido de Ella Shamir, “este bolso que está usando es de mi suegra que murió asesinada en Auschwitz”. Y la mujer (también literalmente) dejó el bolso sobre la mesa y salió apresurada de la cafetería. “¿Culpa?”, le pregunté a Ella Shamir. “No sé”, me respondió. “Podría haberlo comprado... que lo tuviera no significa que su familia lo hubiera arrebatado”. “¿Y entonces por qué crees que se fue?”, le pregunté. “Porque le repugnaba estar en contacto con la muerte”. Lo escribo de nuevo: le repugnaba estar en contacto con la muerte.

Al absurdo autocar que trata de agitar nuestros temples y nuestras poblaciones para que reaccionemos violentamente, no. Todas esas personas que van dentro del autocar no sienten repugnancia por la muerte. Es más, probablemente la consideren, en muchos casos, un trámite. Es decir, saben explicársela como si de verdad la entendieran y en algunos casos la consideraran casi administrativa. Pero no la entienden. Si entendieran el dolor y el eco que provoca entre los seres queridos de las personas, su relación con la crueldad sería distinta. No digo que lo entenderían desde el lugar desde el que lo entenderíamos usted o yo o aquella otra persona de más allá; pero sí distinta.

Escribo este artículo mirando una foto en la que estamos Ella Shamir y yo dándonos un abrazo y no puedo dejar de preguntarme cómo reaccionaría. ¿Cómo reaccionaría ante esta falta de pudor por la tortura, el asesinato y el fascismo? ¿Qué diría Ella Shamir si viera una foto de Hitler travestido (aunque pésimamente travestido, ridículamente) circulando por las calles de su ciudad (lejos de Polonia)? ¿Correría como la mujer que llevaba el bolso de su madre, atónita, porque no podría (ella, en cambio) hacerse cargo de más gente a la que le repugna la muerte? ¿Más personas que banalizan su dolor y el de su familia?

Esta impunidad para utilizar símbolos que representen lo peor de nuestra especie probablemente la sorprendería mucho más que el patético discurso de la organización fascista que sostiene que la violencia contra las mujeres no es violencia de género sino doméstica. Hitler como una marioneta (casi indolora) la perturbaría más que alguien que cree que todo lo que concierne a la mujer debe ser reducido al ámbito doméstico. Porque a las mujeres nuestro ámbito no nos parece doméstico. Ya no pueden convencernos de eso; no en un momento histórico como el que estamos viviendo. Pero el desprecio por el dolor de la vida humana sigue siendo impune. Burlarse de Hitler para minimizarlo e insultar a las feministas es una idiotez, simple y llanamente. Hacer caso del mensaje que envuelve esta impunidad cansino. Pero no, ni siquiera si logramos relativizar las torturas del nazismo lograrán ustedes devolver a Ella Shamir a su ámbito doméstico. Ya no. Ni tampoco a su madre, a la señora que usaba su bolso ni a mí. Esta lucha va mucho vas avanzada de lo que los señores y señoras que viajan en ese autobús ridículo han entendido… así como no han entendido, por desprecio y por ignorancia, tantas otras cosas.

Etiquetas
stats