Tratado sobre la idiotez contemporánea
Escribió Sartre en los terribles años cuarenta que el infierno son los otros. Afortunadamente, no le dio tiempo a ponerlo en Twitter porque alguien, sin duda, le habría respondido: “MAS INFIERNO ERES TU, SUBNORMAL”.
Vivimos rodeados de idiotas y no hay nada que podamos hacer al respecto. No se puede huir de ello, no existe un El Dorado libre de idiocia. La idiotez es ubicua y se ajusta escrupulosamente al principio de entropía, repartiéndose equilibrada y uniformemente entre la población mundial. Incluso si se muda usted a una isla desierta, descubrirá, para su sorpresa, que hay un idiota allí.
Se trata de un fenómeno que, por salud mental, obviamos en nuestro día a día. Después de todo, ¿cómo podríamos vivir sabiéndonos idiotas a cada paso que damos? ¿Votaríamos a un idiota, nos casaríamos con un idiota, tendríamos un hijo inevitablemente idiota?
La evolución, sabia y piadosa, ha permitido que nuestro cerebro desarrolle una estrategia para soterrar esta certeza del mismo modo que soterramos nuestra propia mortalidad y la del resto. Este mecanismo de defensa consiste en rodearnos de idiotas afines. Los ñetas con los ñetas. Los nacionalistas con los nacionalistas. Los catedráticos con los catedráticos. Así, al oír nuestras idioteces en boca de otras personas, hallamos consuelo y reafirmación.
Ocurre que, cada cierto tiempo, una idiotez suma tantos adeptos que acaba asentándose en la sociedad y transformándola. Es, llamémoslo así, la Idiotez Zeitgeist. A nosotros nos ha tocado vivir la tiranía de los ofendidos, una variante de los idiotas que, a base de extender sus opiniones por redes sociales, ha terminado por definir lo que llevamos de década.
Esta clase de idiotas se encaraman a cualquier mástil para, bandera en mano, cargar contra humoristas, músicos, escritores y artistas. Se desviven por prohibir conciertos y canciones, condenan chistes, recogen firmas, que si Nabokov, que si Schiele.
Son personas aparentemente normales que, sin embargo, se indignan con una ficción, se ofenden por una rima. Es la suya una idiotez especialmente peligrosa porque, si triunfa, y está triunfando, hará del mundo un lugar más uniforme, más gris, más triste. Claro que tal vez nos esté bien empleado. Por idiotas.