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El último hurra, quizá

Pedro Sánchez, en la segunda jornada de la sesión de investidura.

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Ya está. Pedro Sánchez ha sido investido y se dispone de nuevo a formar gobierno. Han ganado las fuerzas progresistas, en alianza con algunas que no lo son, y derecha y ultraderecha quedan frustradas y rabiosas, aunque, recordemos, con un gran poder autonómico. Se han publicado hagiografías del gran líder, algunos han celebrado con alborozo la victoria propia y la amarga derrota ajena y, en fin, la mayoría de los españoles (a juzgar por el recuento de votos) deberían sentirse satisfechos. Aunque, si uno se fija, la satisfacción no es tanta.

Realmente, Pedro Sánchez ha demostrado una habilidad extraordinaria y, además, ha tenido suerte. Supo reaccionar con rapidez ante el desastre socialista en las autonómicas. La convocatoria anticipada de elecciones generales obligó al PP a simultanear la campaña electoral y las negociaciones con Vox en distintas comunidades, lo que desplazó su imagen hacia posiciones extremas. Los errores en las encuestas indujeron al PP a una autocomplacencia que pagó cara. En fin, Pedro Sánchez ha sido listo y afortunado.

Sánchez está en su apogeo.

Permítanme que dé un par de vueltas a lo que, en adelante, podría salirle mal.

Para empezar, existe el riesgo de la mentira de más. Mentir, según demuestra la historia reciente, no siempre sale caro. Felipe González llegó al poder con una posición contraria a la OTAN (bueno, con aquella frase jesuítica, “OTAN, de entrada, no”) y enseguida puso al país entre la espada y la pared: o la OTAN o el caos. Aquello causó una irritación notable entre muchos de sus votantes, pero cuatro años después repitió mayoría absoluta.

En general, parece más adecuado mentir a principios de mandato. A José María Aznar, obtenida al fin la mayoría absoluta, se le sublevó parte de la sociedad con la trola de las armas de destrucción masiva en Irak, que supuso la implicación de España en una guerra criminal y estúpida. Creo que, electoralmente, esa mentira no le habría perjudicado demasiado. Al PP y al sucesor designado de Aznar, Mariano Rajoy, los mató la mentira final: lo de que los atentados del 11-M eran obra de ETA. Contra lo que sugerían las encuestas, la derecha perdió el poder.

Sánchez renueva gobierno con el pecado original de la amnistía. No caben disimulos: ha sentado mal a un porcentaje elevado de sus votantes. Habrá que ver cuál es el precio de “hacer de la necesidad virtud” y si la evidente necesidad logra convertirse finalmente en algún tipo de virtud o si se convierte más bien en lo contrario.

Luego está el riesgo de las desavenencias internas. La anterior coalición, con la presencia en el Gobierno de PSOE, Podemos y eso que ahora se llama Sumar, chirrió más de la cuenta. En este momento Podemos exuda hacia Sánchez un rencor hasta cierto punto justificado y lo más probable es que, durante la legislatura, intente hacerle pagar los desprecios. Hay que contar también con que la presencia en el bloque parlamentario sanchista de dos parejas mal avenidas y en constante competición nacionalista (Junts y ERC, por un lado, PNV y Bildu por otro) generará conflictos.

Cabe recordar que el hombre decisivo para la investidura, Carles Puigdemont, es propenso a la emotividad irracional, como se demostró el 10 de octubre de 2017. La histeria de Marta Rovira y los gritos de unos cuantos miles en la calle le hicieron cambiar de plan y, en lugar de convocar elecciones anticipadas, como tenía previsto, convocó una independencia de 44 segundos y un desastre que viene durando seis años. Cualquier día puede darle de nuevo la ventolera.

Y hay un riesgo económico, claro. Al José Luis Rodríguez Zapatero de la segunda legislatura, y al PSOE, se los llevaron por delante una mentira de más (la de que la economía seguiría boyante) y una crisis brutal. No se vislumbra ahora algo parecido a la gran recesión que estalló en 2008, pero con la deuda pública en niveles altísimos (111% del PIB), con una seria inflación en la cesta de la compra, con una histórica crisis de vivienda y con factores de incertidumbre tan graves y potencialmente explosivos como las guerras en Ucrania y Gaza, el panorama resulta inquietante.

No sé si este es el último hurra de Pedro Sánchez. Tras el último hurra de Zapatero, en 2008, el PSOE rozó el colapso y la derecha obtuvo su más amplia mayoría absoluta.

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