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La ultraderecha y las campañas electorales

Macarena Olona.
16 de junio de 2022 23:05 h

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La estrategia de Vox en las elecciones andaluzas nos enfrenta a una nueva forma de interpretar las campañas electorales. Macarena Olona, tras un primer debate en televisión, decide desaparecer de los medios o al menos disminuir significativamente su presencia. Es precisamente lo contrario de lo que siempre consideraban acertado los políticos, salir en la tele, en la radio, en los periódicos... era imprescindible para conseguir apoyos. Y en campaña, todavía más. Para la candidata de Vox, el escenario más temido por un candidato, no aparecer en los medios se convierte en su elección. El tiempo nos dirá si le salió bien, y si sirve para otros políticos. 

En cualquier caso, la idea no parece descabellada para un partido, una candidata y unos tiempos políticos en los que proponer programas electorales, explicar serenamente propuestas y debatir con argumentos no forma parte de lo prioritario. Incluso, hoy parece que resulta negativo utilizar la materia gris y la sensatez en política, y que lo que da rédito es la alharaca y el pataleo. Más todavía para un partido que solo es exabrupto y ruido. 

Un debate o una rueda de prensa, incluso un mitin de los de antes, es una oportunidad para explicar un programa de gobierno, pero el programa de la derecha y la ultraderecha es precisamente no contar lo que quieren hacer. Por eso el programa de Vox en las elecciones andaluzas es un escueto decálogo de medidas que no se explica cómo se llevan a cabo y la carta que enviaba a los electores madrileños Isabel Díaz Ayuso no llevaba ninguna propuesta, se limitaba a su foto, el logo del PP en una esquina y el lema de su campaña en letras grandes: “Libertad”.

Hace veinte años, la prensa escrita hacia gráficos a toda plana comparando las propuestas de cada partido político ante cada cuestión. Y los partidos, especialmente desde la izquierda, presentaban un extenso documento programático tras semanas o meses de debate entre sus afiliados. Recordamos el “programa, programa, programa” de Julio Anguita. 

Hoy lo que triunfa es la brevedad, la ocurrencia, lo audiovisual, el chascarrillo y el improperio. Para buscar eso nadie se traga un debate televisivo de dos horas ni diez páginas de programa electoral. Ya tenemos los soportes adecuados para esos contenidos: memes vacuos, bulos por whatsapp, exabruptos en twitter...

Lo de explicar propuestas y desarrollar argumentos se hace innecesario, por eso a Macarena Olona no le interesan los debates ni las ruedas de prensa, le basta con algunos aterrizajes en lugares populares con los que conseguir recursos de imágenes para las redes.

El modelo no es exclusivamente español. En Colombia, el candidato para la segunda vuelta presidencial Rodolfo Hernández, populista de ultraderecha, logró su éxito mediante Tik Tok y otras redes sociales y, con la excusa de que le preocupa su seguridad, anunció diez días antes de las elecciones que cancelaba todas sus apariciones públicas

A muchos les quedará el consuelo de que hemos llegado a esto por culpa de la ultraderecha, pero son varios los elementos que han coincidido. Por un lado el proceso de jibarización al que hemos llegado en nuestro sistema de comunicación donde solo prestamos atención a lo espectacular, gracioso y breve (o sea, insulto, chiste y meme), por otro el vacío del debate político donde el concepto de organización y militancia se ha sustituido por grupos de whatsapp y Telegram, recordemos que hace unos años Iñigo Errejón decía que entendía que estaba fuera de Podemos porque lo habían echado del grupo de Telegram del Consejo Ciudadano

A todo ello sumemos que los ciudadanos han comprobado que los programas eran un cúmulo de promesas que luego incumplían los gobernantes, por lo que la gente ha dejado de prestarles atención y tomárselos en serio. 

Tampoco nos servirá ese otro consuelo de que la ultraderecha avanza gracias a que los medios les otorgan un protagonismo inmerecido. Precisamente intento explicar que, desde Trump a Vox, la ultraderecha ha descubierto que la mediocridad de los mensajes políticos y de los medios es tal, que hasta los medios tradicionales son innecesarios. 

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