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¡Viva el tronío de ese gran pueblo con poderío!

Consejo de seguridad de la ONU, en el que EEUU votó en contra del alto el fuego en Gaza.
13 de diciembre de 2023 22:23 h

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Acabo de celebrar mi cumpleaños, feliz por haber podido cumplir tantos de mis sueños juveniles, y espantado por la matanza de Gaza. Repaso mis 69 años en este planeta y no encuentro ningún acontecimiento internacional tan cruel como esta sistemática destrucción de un territorio que ya era el más miserable de los guetos. Nada tan despiadado como estos bombardeos de escuelas y hospitales. Nada tan desalmado como esta masacre de niñas y niños. Nada tan obsceno como esta limpieza étnica en vivo y en directo. Y eso que soy un tipo duro, curtido como cronista de sucesos en Madrid y corresponsal en guerras de Oriente Próximo y los Balcanes.

Contemplo la foto del embajador de Estados Unidos levantando en solitario la mano derecha en el Consejo de Seguridad de la ONU para oponerse al alto el fuego en Gaza, y siento asco. No soy dado a la hipérbole, mido con cuidado mis palabras, así que cuando escribo “asco” aludo a la definición de la RAE: algo que produce repugnancia, ganas de vomitar. La imagen de ese embajador dando luz verde a la continuación de la barbarie en Tierra Santa pasará a la historia universal de la infamia.

Solo un americanismo muy perruno y muy trasnochado puede pretender que Estados Unidos es el gran referente planetario de la democracia y los derechos humanos. Nuestras derechas, PP y Vox, tanto monta, monta tanto, lo practican. Su último episodio trágico fue la incorporación de Aznar a la absurda, ilegal y contraproducente invasión de Irak. Y es que nuestras derechas son herederas de aquel franquismo que cantaba lo de “¡Americanos, os recibimos con alegría!”.

No soy antiamericano, serlo supondría renegar estúpidamente de buena parte de mi identidad. Como todos mis contemporáneos, estoy profundamente impregnado por la cultura estadounidense. De ese país admiro muchas cosas: la declaración de independencia que redactara Jefferson, las obras de Mark Twain, Dashiell Hammett, Ernest Hemingway, Patricia Highsmith, Truman Capote y decenas de otros inmensos escritores; el optimismo de las películas de Frank Capra y la calidad de decenas de producciones de Hollywood; la alegría de vivir del jazz y el rock; la capacidad de su pueblo para la autocrítica y el comenzar de nuevo… Viví allí cinco años y aprendí un montón de cosas. Un montón. Pero no me convencieron ni el culto al dólar ni el gatillo fácil ni el raquitismo de la sanidad y educación públicas. Tampoco su política exterior.

Estados Unidos no sirve a ninguna causa universal, va a la suya: la ampliación de su poder imperial. Solo tiene como auténticos amigos a Israel y los anglosajones. El resto, incluidos los europeos continentales, somos peones en su juego de ajedrez.

La visión americana tiene su lógica, su interesada lógica. Lo que no la tiene es que a este lado del Atlántico se crea en su bondad intrínseca. En 'Proyecto Silverview', la última novela de Le Carré, uno de sus personajes, el espía británico Proctor, lamenta “el empeño de Estados Unidos en manejar Oriente Medio a toda costa, la costumbre que tienen de lanzar una nueva guerra cada vez que se ven obligados a afrontar los efectos de la que lanzaron antes”. Proctor prosigue así su tirada: “La OTAN, una reliquia de la guerra fría, que hace más daño que otra cosa. Y el Reino Unido, pobre, sin dientes, sin liderazgo, siguiéndolos a rastras, porque sigue soñando con su propia grandeza y no sabe con qué otra cosa soñar”. Magnífico, maestro.

España tiene sus propios intereses nacionales, que encajan bastante bien en los de la Unión Europea, pero no siempre coinciden con los trasatlánticos. De hecho, los españoles somos los europeos que menos le debemos a Estados Unidos. Su aventura imperial comenzó arrebatándole a México la mitad del territorio que había heredado del periodo hispánico. Prosiguió derrotando en 1898 a la España de la regente María Cristina de Habsburgo y convirtiendo a Cuba, Filipinas y Puerto Rico en poco disimuladas colonias yanquis. Más tarde, Franklin D. Roosevelt se negó a apoyar a la II República española, asaltada por una Alemania y una Italia fascistas contra las que él mismo no tardaría en librar la II Guerra Mundial. Lo siguiente fue convertir a Franco en aliado vergonzoso por mor de su anticomunismo. Eisenhower lo visitaría en Madrid y las Fuerzas Armadas norteamericanas instalarían en España unas cuantas bases.

“¡Viva el tronío de ese gran pueblo con poderío!”, cantaban en 1953 los vecinos del imaginario Villar del Río. Siete décadas después, nuestras derechas mantienen ese americanismo paleto e irrisorio. Supongo que tiene que ver tanto con la sumisión al más fuerte como con el mantenimiento de una visión propia de la Guerra Fría.

¡Ah, la Guerra Fría, cuantos nostálgicos viven aún en sus esquemas mentales! Como si el Muro de Berlín y la mismísima Unión Soviética no se hubieran derrumbado hace más de treinta años. Tres décadas en las que Estados Unidos ha metido al resto de la humanidad en unos cuantos líos. Ha sido desastroso elefante en las cacharrerías de Afganistán e Irak, para terminar saliendo con el rabo entre los piernas. Ahora jalea la belicosidad de un Zelenski empeñado en conseguir lo que no consiguieron Napoleón y Hitler: noquear a Rusia. ¿Tendré que decir que Putin me parece un autócrata más malo que la tiña, y que aborrezco su invasión de Ucrania? Bueno, pues dicho está. Permítanme ahora dudar de un Zelenski que compadrea con Netanyahu y Milei, y de la honestidad del juego norteamericano en este conflicto.

Joe Biden dormitaba pensando en Kiev cuando Hamás hizo su salvaje incursión en Israel y cuando Israel replicó de modo brutal y desproporcionado. Tuvo Biden la oportunidad de desmarcarse de estos horrores apoyando en el Consejo de Seguridad un alto el fuego en Gaza. Pero no lo hizo, prefirió interpretar el viejo papel de The Ugly American. Y reabrió una duda geopolítica: ¿no será que quien manda de facto en Estados Unidos es Israel?

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