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Weimarización

El diputado en el Congreso de Podemos Javier Sánchez Serna y la portavoz del parlamento murciano María Marín junto a una de las pintadas en la sede del partido en Cartagena.
3 de abril de 2021 21:44 h

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Las guerras culturales que se dieron durante la República de Weimar se están replicando con una similitud milimétrica en nuestro tiempo. En términos culturales la sociedad occidental en general y la española en particular están sufriendo una radicalización de las posiciones políticas y una degeneración democrática que arriesgan el devenir de las democracias liberales con el ascenso, consolidación y hegemonización de las ideas de extrema derecha, los nacionalismos y las expresiones contra los derechos humanos. La escalada de actuaciones violentas por parte de la extrema derecha desde que Unidas Podemos entró en el Gobierno continúa y ha puesto en el debate público la polarización como uno de los términos más relevantes para intentar exonerar de responsabilidad a los causantes de las agresiones.

La división extrema de la sociedad en dos bloques ideológicos irreconciliables es una de las consecuencias lógicas de la hiperpolitización que formó parte fundamental del ambiente social en la Alemania de Weimar. Un proceso que lleva de forma irremisible a la violencia de los elementos más antidemocráticos de la sociedad. El atentado contra la sede de Podemos en Cartagena con un artefacto incendiario ha provocado reacciones de conspiración, de condena indefinida o de silencio y ocultamiento generalizado por parte de los medios de comunicación conservadores que permite trazar un hilo negro hacia la weimarización en España. Una escalada violenta que cuenta con manos ejecutoras y colaboracionistas en prensa, política y sociedad civil.

Richard J. Evans, uno de los historiadores más importantes del siglo XX, nos enseñó a mirar los comienzos para entender el devenir de la historia. En su obra sobre el Tercer Reich dedica mucho tiempo a explicar lo que sucedió en la República de Weimar como parte indispensable para conocer la radicalización de una sociedad europea contemporánea. Un mapa que sirve de guía para establecer los procesos de conformación de un hábitat social propicio para la creación de pensamientos antidemocráticos.

Pese a que se tiende a analizar la degradación democrática de la República de Weimar desde el punto de vista político y económico casi de forma exclusiva, tuvo igual o más importancia el aspecto cultural, que fue, sin duda, el que propició la radicalización y la visceralidad de una sociedad desnortada. Las guerras culturales que tendemos a creer fruto de nuestro tiempo tuvieron una importancia decisiva en los años 30 y mantienen inquietantes similitudes con las que ocupan nuestra actividad sociopolítica sin necesidad de trazar analogías extemporáneas. Richard J. Evans explica el ambiente de forma precisa. Basta con detallarlo para entender lo que ocurre hoy. Los índices de participación en las elecciones durante la República de Weimar eran extremadamente altos y la política respiraba en las calles y los espacios públicos. Las pancartas, las manifestaciones y las banderas en los balcones eran la norma habitual en las grandes ciudades alemanas. Ese clima influyó de manera notable en la prensa, que se convirtió en el vehículo para canalizar todo el odio a través de la desinformación y la manipulación.

El mejor lugar para medir la sensación de agresividad que inundaba la vida pública eran los medios de comunicación. En la Alemania de Weimar había grandes periódicos de fama internacional, como el Frankfurter Zeitung, que solo eran una pequeña parte de todos los medios locales, regionales y nacionales que existían. En los momentos políticos más álgidos llegaron a publicarse más de 4.000 periódicos. Los partidos políticos tenían también su órgano de propaganda. Por parte de la izquierda estaban el Vorwärts y el Rote Fahne; del SPD y el KPD, años después llegarían los órganos propagandísticos del NSDAP. Por parte de los nacionalistas se situaba el emporio mediático Scherl de Alfred Hugenberg, el rey sin corona, como se le llamaba por ser el hombre más poderoso del país y controlar además de los medios la armamentística Krupp. El mayor problema al que se enfrentó la sociedad no fueron sin embargo los medios de partido, sino unos libelos sensacionalistas que se llamaban “periódicos de bulevar” y que serían similares a los tabloides británicos actuales o a los medios digitales como Okdiario o Periodista Digital. Este tipo de prensa intoxicó de manera irremediable la situación favoreciendo la escalada antidemocrática. Su única intención era destruir la credibilidad de los políticos pro republicanos con todo tipo de noticias sin importar ni veracidad ni cualquier límite deontológico. Su objetivo primordial era debilitar la legitimidad de los gobiernos de la República de Weimar.

La denuncia sistemática de toda actividad cultural, literaria y periodística situada en la modernidad o en las vanguardias como “bolchevismo cultural” fue otro de los preceptos fundamentales de la guerra cultural emprendida por los nacionalistas nostálgicos del imperio bismarckiano. La persecución a periodistas y artistas con una visión social progresista, como Bertolt Brecht o Kurt Tucholsky, fue parte de la caza de brujas emprendida contra todo aquel considerado subversivo desde los postulados nacionalistas. Había que perseguir toda expresión cultural que atentara contra los principios patrióticos. Una actitud que ampliaron de manera enfervorecida los medios de comunicación afines a los principios de la extrema derecha alertando sobre la desaparición de los antiguos valores guillerminos.

La sensación de degeneración cultural por la liberación sexual de los años 20 fue otro motivo para la reacción nacionalista, pero alcanzó también a ciertos sectores de la izquierda que adquirieron una visión puritana sobre el hedonismo de la juventud priorizando los valores de compromiso, solidaridad y abnegación del movimiento obrero. Los viejos comunistas y socialdemócratas creían que el interés por el cine, la radio, la música, el baile y el sexo apartarían a los jóvenes de clase trabajadora de la lucha de clases y se aliaron en bloque junto a los conservadores para denunciar la degradación de las costumbres. Esta reacción transversal contra la diversidad alcanzó también al feminismo y a la lucha por los derechos de los homosexuales.

El movimiento feminista había logrado una importante pujanza en los primeros años del siglo XX. Los logros conseguidos con las movilizaciones masivas de mujeres desde 1910, además de su incorporación al trabajo y su consiguiente independencia económica eran vistos por una Alemania devastada en términos de natalidad después de la Primera Guerra Mundial como una amenaza a la prosperidad de la nación. La reacción machista no tardó en producirse y después de que las mujeres lograran el derecho al voto en 1918 se hizo mucho más virulenta y provocó que las feministas de clase media dejaran de lado sus reivindicaciones una vez logrado el sufragio. Las feministas burguesas apartaron a las más ambiciosas y se unieron a los partidos de ámbito nacionalista. El colectivo homosexual también sufrió la reacción de extrema derecha cuando se produjeron intentos de avance por parte de Magnus Hirschfeld, que intentó despenalizar la homosexualidad a través de un instituto subvencionado por los socialdemócratas.

Otro de los elementos de las guerras culturales durante la República de Weimar fue la brecha generacional. Los jóvenes crearon un espacio de socialización política completamente diferenciada de sus mayores. Era mayoritario el desprecio entre las generaciones más jóvenes por la moral de la vida adulta y comenzaron a desarrollar su actividad social y política en organizaciones juveniles que exaltaban la violencia, el militarismo y la fuerza como valores fundamentales. Su vinculación a la extrema derecha se dio de forma natural. En 1925, Victor Klemperer escribía en su diario “Todos los alumnos de secundaria son nacionalistas”, algo que no resultará extraño a cualquier docente que ejerza su actividad en España en la actualidad. No es necesario trazar de manera detallada todas las similitudes de los preceptos de las guerras culturales en la Alemania de los años 20 para encontrar enseñanzas para el presente. Quienes leen sabrán hacerlo. Estamos en un evidente proceso de weimarización.

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