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Will you shut up, man?

Joe Biden y Donald Trump.

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Si existe un momento que resuma la campaña y el resultado de las presidenciales USA2020 se produjo durante el primer debate, mientras el candidato demócrata, Joe Biden, intentaba responder a una pregunta del moderador sobre el Tribunal Supremo, interrumpido por enésima vez por la verborrea y las alusiones del aún presidente, Donald Trump. Sin perder la compostura ni alzar el tono de voz, con una cara de hartazgo infinito, le preguntó por qué no se callaba como si estuviera ante un cuñado acelerado en la cena de Acción de Gracias. Más de setenta y cinco millones de votos acaban de decirle lo mismo a Trump, con el mismo tono y con la misma autoridad. No tengo duda alguna de que muchos votantes conectaron, aunque solo fuera unos segundos y en aquel preciso momento, con un candidato que puede que no les gustase demasiado pero allí mismo les representaba.

Para dimensionar la épica victoria del candidato menos épico imaginable, conviene echar la vista atrás. Hace apenas un año, docena y media de candidatos competían en las primarias de un Partido Demócrata desmoralizado y roto. En diciembre, todas las encuestas daban por segura una aplastante victoria del presidente Trump y sus índices de popularidad disfrutaban de una excelente salud, mientras al aspirante demócrata se le consideraba un candidato de desguace y la verdadera pelea se centraba en ver quién podría presentarse en 2024. Cuando el 20 de enero Joe Biden jure su cargo lo hará como el presidente más votado de la democracia americana. Pero también Donald Trump podrá decir que ha sido el segundo candidato más votado de la historia.

La pandemia y la desastrosa gestión de la administración Trump explican parte de este resultado, pero no tanto. De hecho, en estados y condados entre los más devastados por el coronavirus, Trump ha ganado con claridad. En este escenario de recuento entorpecido y puesta bajo sospecha del voto por correo, tras una estrategia sistemática de la Casa Blanca para dificultar al máximo la inclusión de nuevos votantes en el censo y el asalto a un ya depauperado servicio de correos (USPS), emergen con claridad la inteligencia y la habilidad de la campaña de Biden, un candidato a quien todos menospreciamos, empezando por el presidente derrotado; probablemente el mayor error de su campaña.

En el haber de Biden hay que apuntar su capacidad para disputar unas primarias endemoniadas huyendo de la competición descarnada y atrayendo a sus oponentes, para culminar esa estrategia con el fichaje de Kamala Harris, su competidora más agresiva, como socia en el ticket electoral. También conviene reconocerle su habilidad para ir ganando apoyos por el centro sin cometer ningún error que le expusiera a perder a sus bases más a la izquierda, o su tino al hacer bandera de un tono institucional y presidencial mientras su oponente se revolcaba y disfrutaba en el lodo. Estas y otras podrían ser las razones que expliquen que Trump solo fuera capaz de ganar entre los blancos, mayores de 65 años y sin estudios superiores; en todos los demás grupos y escalas, el candidato demócrata se impuso “by a lot”.

Aunque puede que su mayor acierto haya consistido en plantear una campaña dirigida a apelar más a la razón de los votantes que a sus emociones, a las evidencias y a la racionalidad antes que a los relatos o a los impulsos. Justo lo contario de lo que recomiendan hoy todos los gurús; puede que por ello les costara tanto aceptar en la noche electoral que podía acabar imponiéndose. Carezco de datos o evidencias que me permitan dar por probada esta tesis, pero, como diría Jorge Luis Borges, mi corazón se alimenta con esa elegante esperanza.

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