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Y si no, no

Julio Embid

Los estereotipos siempre nos etiquetan a los aragoneses como brutos y cabezotas pero también como nobles y honestos. No existe ningún pueblo, salvo el australiano, que no presuma de la nobleza de su linaje. Grandes historias de una Arcadia gloriosa y feliz llenan los sistemas educativos de todos los países del mundo por muy equitativos e integradores que sean. En eso los aragoneses no somos menos que los franceses, neerlandeses y noruegos. Ya que desde pequeños presumimos de la modernidad de nuestras instituciones medievales y coloreamos en el cole cuentos acerca de nuestro glorioso pasado y sus leyendas más reconocidas: la Campana de Huesca y el Justicia de Aragón. Ahora les pongo en situación.

En Aragón, especialmente en Huesca, se celebra como en el siglo XII un rey llamado Ramiro II alias El monje (al que se supone el bueno de la película a pesar de su apodo) manda decapitar a 12 nobles (malos malísimos) que conspiraban contra él y en su palacio colocó sus cabezas en círculo con el líder en medio colgando haciendo de badajo. En su libro Código Mariano (eldiario.es Libros, 2014) Antón Losada afirma que el presidente Rajoy suele suicidar políticamente a aquellos barones que le dicen lo que tiene que hacer. Para eso, los maños somos mucho más ruidosos y las carnicerías son a lo grande. A lo Kill Bill. El segundo mito medieval es el de la figura del Justicia de Aragón, nuestro Defensor del Pueblo autonómico. Un siglo después, los nobles del cachirulo y la boina se rebelaron contra el rey logrando de su majestad unos Privilegios de la Unión del estilo al que sus parientes ingleses habían logrado poco antes de Juan Sintierra en la llamada Carta Magna. Pues bien, los nobles aragoneses escogían un representante llamado El Justicia que defendería sus privilegios, le tomaría juramento al nuevo rey de la Corona de Aragón cada vez que su padre expirase y presidiría las Cortes cuando el monarca faltase. Para nuestros niños de primaria, el rey-monje nos defendía de los nobles malvados y el Justicia nos defendía de los reyes malvados, como Iron Man y el Capitán América.

Hoy el Justicia de Aragón es, según nuestro Estatuto de Autonomía, el Defensor del Pueblo autonómico, el cual se escoge por cinco años, primero por tres quintos de la cámara autonómica aragonesa y si no basta con mayoría absoluta. Vamos que si no quieres consenso, ni falta que hace. Como decimos allí, con los diputados de los partidos del Gobierno de Aragón tira que te va. Tras 17 años de mandato del anterior Justicia, Fernando García Vicente, ilustre heredero de las familias más patricias de Zaragoza (su abuelo fue el fundador del Banco Zaragozano, su padre el constructor del Estadio de La Romareda), los dos partidos del Gobierno de Aragón (PP y PAR) deciden pactar un nuevo Justicia para Aragón. Y yo me pregunto por qué en lugar de dejar a nuestros 67 diputados autonómicos al Justicia de Aragón no lo escogemos directamente los aragoneses el día de nuestras elecciones autonómicas.

Hace dos meses, el 21 de noviembre, en el Estado de Minnesota (el Aragón yanqui) tuvieron lugar las elecciones a gobernador, a fiscal general estatal, a auditor estatal de Minnesota, así como a su Cámara de Representantes. Cada cual en una urna separada y el que más pueda, capador. Si queremos una verdadera separación de poderes y limitar el poder de los partidos (y de sus grupos parlamentarios) resulta necesario poder escoger más órganos entre más propuestas. A fin de cuentas, los males de la democracia sólo pueden corregirse con más democracia. La antigua fórmula de los juramentos del Justicia le decía al Rey que: “Nos, que valemos tanto como vos, os hacemos rey, para que guardéis nuestros derechos y libertades y si no, no”. Pues eso mismo le decimos a cualquiera de nuestros representantes.

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