Yolanda Díaz se emancipa de Pablo Iglesias
En el Matadero no hubo apagón para consumar la liquidación. Fue todo a la luz del día, con mucho calor. Pero cuando el acto acabó alumbró la sensación de que el nombre del escenario tenía una carga política que hubiera servido para que Vázquez Montalbán hubiera mandado a Pepe Carvalho levantar el cuerpo del secretario general. Al escuchar a Yolanda Díaz recordaba aquel “Intelectuales, cabezas de chorlitos” de la Pasionaria que mandó al exilio de las tinieblas a la intelligentsia del PCE en un castillo de Praga. Sumar es, en definitiva, el final de lo anterior pero con menos drama. La sucesión en la formación antiguamente conocida como Podemos ha sido mucho menos traumática que la que se dio en el PSOE o la que hace pocas fechas acabó con el asesinato público de Pablo Casado. Pero no hay sucesión amable en la política española, Yolanda Díaz ha puesto en marcha su plataforma Sumar y ha consumado su emancipación de Pablo Iglesias.
El acto fue una manera inteligente de prescindir de los liderazgos políticos del presente sin que puedan echarle en cara que ha prescindido de los partidos de los que forma parte la coalición. No participó ningún cargo, diputado o líder político en el acto porque lo hicieron miembros de la sociedad civil, aunque sí había muchas personas invitadas por la organización que pueden dar buena muestra de por dónde respira el proyecto. De Podemos estaban María Eugenia Rodríguez Palop, una eurodiputada que siente una sintonía total por el proyecto, y es mutuo, Alejandra Jacinto, que antes de ser diputada en la Asamblea de Madrid fue activista de la PAH, y María Teresa Pérez, directora del Injuve. Pero la inmensa mayoría de los que ocupaban las filas de invitados eran los miembros de los comunes, Aina Vidal, Ernest Urtasun, Joan Mena, así como Enrique Santiago, secretario general del PCE, y sobre todo, por encima de todo, multitud de cargos y antiguos empleados rebotados de Podemos por las antiguas luchas internas; destacaban entre ellos Pablo Bustinduy y Eduardo Maura, miembros ilustres de lo que fue el sector “errejonista” y que se fueron del partido entre peleas, purgas y hartazgo. La amalgama de presencias y ausencias pueden enseñar cómo será la conformación del espacio al que aspira Yolanda Díaz. Monedero no estaba entre los invitados, estuvo, pero como un asistente más, no invitado por la organización, con lo que eso supone para interpretarlo.
Mi opinión sobre proyectos de transversalidad ha sido y es siempre crítica, pero no aspiro a gobernar. Siempre he sido fiel defensor de los frentes populares que no buscan el favor de quien no va a dárselo. En Podemos pensaban diferente, y Yolanda Díaz piensa ahora lo que pensaba Podemos en 2014. No sabemos si el país de 2022 aceptará un proyecto que tuvo éxito con los mimbres de 2014, pero eso es lo que piensa Yolanda Díaz, que es necesario un proyecto que huya de la esquina izquierda para pelear en terrenos más transversales. Soy muy escéptico al respecto de que en un momento pospandémico, con una inflación galopante y con la existencia de una formación de extrema derecha que apela al descontento de manera descarnada pueda funcionar de manera efectiva un proyecto de transversalidad forjado desde el gobierno. No me convencen este tipo de proyectos, aunque creo que Yolanda Díaz tiene un potencial superlativo y si alguien puede cambiar la dinámica es ella. Pero en Podemos siempre han creído en esas prácticas y discursos. Lo que no se comprende es que aquellos que nos criticaban con soberbia y displicencia a los escépticos con esos proyectos de populismo transversal sean reacios a un proyecto como Sumar, que busca precisamente hacer lo que Pablo Iglesias hizo disciplinando a todos los que se mostraban críticos con las formas y prácticas del Podemos primigenio.
La apuesta de Yolanda Díaz para Sumar es la que puso en práctica el Podemos original, aquel que conformaban en tándem Errejón e Iglesias, un lenguaje desideologizado, apelando a mayorías sociales, con llamadas de atención a la ciudadanía, a la gente. Un discurso disruptor que a algunos nos rechinaba en 2014 y que lo sigue haciendo ahora. Esa es su apuesta, es el camino elegido. No debería molestar a los que hicieron de este discurso una enmienda a la totalidad de la izquierda de su momento. Yolanda Díaz no quiere un proyecto que sea una simple amalgama de siglas y partidos, quiere lo mismo que quiso Pablo Iglesias en su momento, un proyecto desde la sociedad civil, con la implicación directa de la ciudadanía, de abajo a arriba: “Con todo el respeto, lo que pensamos que se ha demostrado que funciona es la unidad de la gente. No la unidad de partidos. No acuerdos por arriba. No acuerdos entre élites. Una coalición de partidos pensamos que electoralmente no funcionaría. Otra cosa es que nuestra mano esté tendida a todos aquellos que vengan de muchos sitios. Yo encantado de que gente que viene de IU se incorpore a nuestro proyecto y trabaje”.
La paradoja es que Yolanda Díaz está haciendo caso a Pablo Iglesias. Pero al de 2014. La de aquel que censuraba a los románticos de las siglas. Precisamente por hacer eso, desidealizar la nomenc(k)latura, no está gustando su apuesta en la formación morada. Podemos se ha convertido en el pitufo gruñón de Yolanda Díaz de la misma manera que IU lo fue de Pablo Iglesias. Algo que en su momento no gustó al liderazgo de Podemos utilizando un lenguaje y discurso muy despreciativo contra aquellos que hacen lo que él hace ahora desde que dejó la vicepresidencia. Para Pablo Iglesias los miembros de Izquierda Unida que no entendían su propuesta eran el “típico izquierdista tristón, aburrido, amargado”, aquellos que no querían prescindir de sus siglas, de su discurso, de su ideario y de sus logos y nombres eran algo que repudiar, así se dirigía Pablo Iglesias a esos nostálgicos de las siglas y el partido: “Cuécete en tu salsa llena de estrellas rojas y de cosas, pero no te acerques, porque sois precisamente vosotros los responsables de que en este país no cambie nada. Sois unos cenizos. No quiero que cenizos políticos, que en 25 años han sido incapaces de hacer nada, no quiero que dirigentes políticos de Izquierda Unida, y yo trabajé para ellos, que son incapaces de leer la situación política del país, se acerquen a nosotros”.
El único comentario de Pablo Iglesias a la puesta en escena de Yolanda Díaz en Sumar, o “como leches se llame”, es la respuesta a este comentario punzante de Juanlu De Paolis: “Veo al centroizquierda y a la izquierda de este país en modo conservador. Discurso educado, medido, con pocas ganas de molestar a nadie. Como si todo fuese bien. Supongo que los últimos emperadores de Roma hablaban así justo antes de que los bárbaros se los llevasen por delante”. “Un tipo listo”, añadió Iglesias sobre De Paolis, haciendo también referencia a Marhuenda por un artículo en el que hablaba del diferente tono de ambos líderes en la actualidad. Es conocido que Iglesias ahora que no tiene que pedir votos ni atraer a votantes a los que no dar miedo, ya no es necesario modular el discurso, ni hablar despacio -hay una escuela de cuadros en Podemos que aprendió a hablar bajito- ni apelar a la transversalidad, es el privilegio de los que no necesitamos gustar a electores timoratos ni buscar el favor de grupos de presión, podemos disgustar con nuestras palabras sin que nos importe demasiado que nunca vayan a votarnos. Lo que se censura en Yolanda Díaz ahora, sus buenas palabras, su apelación a la ternura, no es más que lo que hacían todos ellos cuando aparecieron en escena. Confundir la forma con el fondo convirtiéndose en Cayo Lara, cuando hubo un tiempo en el que el líder de Podemos llamaba a la izquierda a la que sustituía a cocerse en su salsa de estrellas rojas.
La sucesión en Podemos no ha sido un camino fácil desde que Pablo Iglesias nombró a Yolanda Díaz su sucesora sin contar con su opinión. Desde que sus caminos se separaron con la renuncia del líder no ha habido un solo contacto público entre ambos o un cruce de comentarios amables sin reproches velados, mientras sí ha habido decepciones radiadas. Es sencillo comprobar mediante la simple observación que la relación está rota, la ministra de Trabajo no ha acudido o hablado en el programa que el exvicepresidente dirige y nunca ha habido una palabra de cercanía de la vicepresidenta hacia el que la nombró. En Podemos llevan mal que sea noticia la diferencia de pareceres entre la sucesora y la predecesora como si fuera algo accesorio. La relevancia de la sucesión y sus diferencias es vital para comprender hacia dónde se dirige el nuevo proyecto, porque los liderazgos implican una nueva conformación del espacio en la izquierda de este país, más aún cuando las estructuras de las formaciones de izquierdas son meras transportistas de las decisiones de los liderazgos. Las diferencias entre Yolanda Díaz y Pablo Iglesias son imprescindibles para analizar el nuevo constructo de la izquierda transformadora en España. Podemos no estará en la papeleta de Sumar en las próximas elecciones y habrá una nueva formación que mantenga a muchas de las personas que estuvieron en la formación morada del mismo modo que en Podemos estaban muchas de las personas que militaban en IU. La izquierda en España no se crea, ni se destruye, solo se transforma. Negarse a la concreción de las leyes de la materia solo lleva a la melancolía y el rencor. Es un tiempo nuevo en el que Yolanda Díaz no tiene que pensar con la cabeza de nuestro Togliatti, sino con la propia. Más aún cuando los que hoy se visten de revolucionarios anclaron para siempre nuestro Giro de Salerno.
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